Sutil, de Adela Santos
Lo llamé varias veces, me miró, se desperezó y se quedó ahí.
De pronto se levantó un viento fuerte, que hizo rodar las herramientas de jardín que había dejado sobre la mesa.
Las cortinas toldo, golpeaban los vidrios de los ventanales.
Empezó a caer una lluvia torrencial.
Los cortinados golpeaban más fuerte.
El Sr. Batato se incorporó, paró las orejas, miró hacia afuera. Escudriñaba el jardín, como si quisiera ver más allá de lo visible. Empezó a mover la cola, a ladrar. Saltaba con las cuatro patas juntas, era una Danza canina.
Pedía salir. Señal que conoce al que está afuera.
Pregunté:
- ¿Quién es? -y prendí el reflector.
Entre el silbido del viento se escuchó:
- Atilio
- ¿Puede ponerse debajo de la luz, para que lo pueda ver? -pregunte, sin obtener respuesta.
El Sr. Batato, ladra, rasguña la puerta, mueve la cola, quiere salir.
Yo seguía sin ver a nadie.
Abro la puerta y el Pitbull sale corriendo, salta, se tira al suelo, se para en dos patas, corre de un lado a otro, juega, da vueltas. Yo, achinaba mis ojos, intentaba ver lo que veía el Sr. Batato. Evidentemente algo hay más allá, de lo que veían mis ojos, que a él, lo ponía muy feliz. Me hizo acordar a su anterior compañero, que murió hace un tiempo, llamado Atilio
Los dejé jugando, entré y prendí una velita, recé por el alma de Atilio.
El Sr. Batato seguía corriendo por el jardín, cómo si se hubiera reencontrado con un amigo. En un momento se sienta, levanta las dos patas delanteras, sube el hocico y mira al cielo, aúlla.
Adela Santos
Alumna del taller de Analía Bustamente