"Domingos y vos" por Martín Mercado
Apuré mi infusión de un solo sorbo, la taza estaba en condiciones un tanto frías. Desde un canal de noticias afirmaban con certeza absoluta, que el día iba a permanecer húmedo y con alta probabilidad de lluvias hacia la noche. Me incorporé de un salto y deambulé un buen rato sin sentido intentando hallar algunas respuestas a preguntas que ni siquiera había formulado.
Curiosamente en el día de la fecha, no me detuve en aquel retrato tuyo en la pared, un tanto improvisado, pero sumamente significativo, y eso ha llamado mi atención notoriamente, en estas horas inciertas, donde las calles están colmadas de gente a paso firme y rostros serios que no se detienen más allá de si mismos. Mediocre raza a la cual pertenezco diariamente en mis semanas normales y habituales. Pero no hoy. Rotundamente no. Porque mis sentimientos se remontaron a otros tiempos y a otros amaneceres, en donde no existía el tiempo para ciertas y aburridas formalidades impulsadas por las masas, irascibles y oprimidas, y menos aún apurar los pasos hacia un destino que la obligación cotidiana conduce.
Por suerte aún perduran momentos, y si, es que eso es la vida, momentos, en los cuales el amor, y la pureza de otros tiempos, acarician el alma.
Entonces mis pensamientos navegan por los ríos del pasado, veinticinco años atrás, y vuela mi imaginación, se eleva y acaricia tus alas, sobre los cálidos vientos del dulce recuerdo. Y es ahí, en donde hallo mi tesoro más preciado, y donde me encuentro también conmigo mismo, y vuelvo a tenerte una vez más. Y puedo abrazarte, hablarte y caminar tomado de tu mano.
Todavía siento el ruido de tus pasos, los ademanes amigables para conmigo, tu risa cómplice antes mis travesuras de niño inquieto, tus gestos, palabras y silencios largos y sumamente sabios.
Pero existe algo que no puedo apartar ni siquiera un solo día de mi vida, y estoy seguro que no va a cambiar mientras viva y conserve el deber de la memoria (como dijo un gran escritor), tan olvidada en estos días modernos y tecnológicos.
Y nadie en el mundo puede robarme aquellos vespertinos domingos que marcaron a fuego mi infancia. Y nadie podrá hacerlo jamás. Seguramente los niños actuales no lo comprendan, pero no es el punto en cuestión.
La ceremonia tenía lugar en lo que era tu habitación, fría en invierno, y muy calurosa en verano, motivo por los cuales no suspendías las costumbres que estoy por mencionar.
Ese era tu cuarto, chico y sin lujos, donde abundaban diarios de años pasados que cuidabas con extrema devoción y algunas cartas con estampillas preciosas. Ahí se encontraba parte de tu vida habitual cuando pasabas tiempo visitándonos. (porque vos vivías en otra provincia, lejos pero tan cerca de mí)
Para llegar a él, debía subir una escalera no muy elevada, aunque en esos años, para mí era como escalar el monte Everest. Ahí te encontrabas, allí me dirigía cada vez podía, donde con tu vieja radio, escuchabas los relatos exagerados y apasionados del equipo del que eras hincha, y anotabas todos los resultados de la jornada, en una hoja de tu libreta, y al escribir sobre este tema, recuerdo cada cruz que ibas dibujando al costado del nombre del cuadro que marcaba el tanto.
Y así pasaba el tiempo, (lamentablemente tan rápido) y transcurrían los minutos mientras desde otras canchas llegaban goles de diversos cuadros. Al concluir la jornada los dos sabíamos los resultados de todos los partidos de la fecha. Poseía un conocimiento perfecto de ello. Vos preguntabas -¿Cómo salió Mandiyú de Corrientes? y al instante yo te respondía -Empató cero a cero de local.
A su vez, intuyo hoy, que era una buena forma de saber si habías acertado en el Prode, cosa que me genera una pícara simpatía.
Debo admitir que poseía una notable curiosidad por ese papel, y siento una pena inmensa de no tener en mi poder, esa pieza invaluable para mi corazón.
Yo observaba cada detalle, como si estuviera viendo una especie de héroe, un personaje imbatible de lucha, como esos que aparecían en los comics de la época. Es que precisamente eso eras para mí , un héroe, un referente, y lo mágico de todo que ahora mismo, mientras acaricio mi barbilla, observo la ventana y acomodo mis gafas, y tan lejos estoy de ser aquél niño travieso, seguís siendo lo mismo para mí. Una guía, un espejo, el mismo referente que ya he mencionado, con tus virtudes y defectos, ¡Qué importan cuales!
Y prefiero pensarte, y correr hacia vos, y trepar los peldaños de la vieja escalera que conducían a tu mundo, a tu cálida sencillez y a esas costumbres que tanto llamaban mi atención y ahora extraño por demás, porque cuando uno aún ama y recuerda y siente infinitamente, nada muere jamás.
Autor: Martín Mercado ( 15-3096-8198 ). Este cuento forma parte de libro "El deseo de Don Mario" que podes adquirir por Mercado Castelar. Más información en www.facebook.com/martinmercadocuentos.