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Francia y Arrecifes. R. Michelena y primos. 1950
Francia y Arrecifes. R. Michelena y primos. 1950
Francia esq. Pergamino. Izq. a derecha Roberto (cachito) y Juan C. Michelena (Titi), Juan C. Gomis, y Arnaldo y Antonio Molieri.1952
Francia esq. Pergamino. Izq. a derecha Roberto (cachito) y Juan C. Michelena (Titi), Juan C. Gomis, y Arnaldo y Antonio Molieri.1952
Casa en Francia 2991, esquina Arrecifes. 1940
Casa en Francia 2991, esquina Arrecifes. 1940
Equipo Castelar. Cancha de Midland. 1966.
Equipo Castelar. Cancha de Midland. 1966.
Pedro Michelena. Criador de palomas mensajeras. 1970
Pedro Michelena. Criador de palomas mensajeras. 1970
Cumpleaños. 1952. Francia y Pergamino. Arnado, Antonio y Elba Molieri, Lito Chimeno, Juan Carlos Gomis, Roberto Michelena
Cumpleaños. 1952. Francia y Pergamino. Arnado, Antonio y Elba Molieri, Lito Chimeno, Juan Carlos Gomis, Roberto Michelena
1954.Izq a derecha Mario Iglesias, Roberto Michelena (Cachito), Lucho Carpanetto, Lito Chimeno (arriba),Juan C. Gomis, Carlitos Merlo, Jorge Iglesias (abajo)
1954.Izq a derecha Mario Iglesias, Roberto Michelena (Cachito), Lucho Carpanetto, Lito Chimeno (arriba),Juan C. Gomis, Carlitos Merlo, Jorge Iglesias (abajo)
Escuela Nº 7. 4º C. T.T. 1955. Roberto Michelena
Escuela Nº 7. 4º C. T.T. 1955. Roberto Michelena
Escuela Nº 7. 1957. Juan C. Corigliano, Coco Romero, Roberto Michelena, entre otros
Escuela Nº 7. 1957. Juan C. Corigliano, Coco Romero, Roberto Michelena, entre otros
Escuela Nº 7. T.T 1º Inferior. 1951. Roberto Michelena (abajo centro)
Escuela Nº 7. T.T 1º Inferior. 1951. Roberto Michelena (abajo centro)
Arrecifes esq. Francia. Vecian, Rosario Garcí­a (mi mamá), yo (R. Michelena, cachito) y mi hermano Juan C. Michelena. 1949
Arrecifes esq. Francia. Vecian, Rosario Garcí­a (mi mamá), yo (R. Michelena, cachito) y mi hermano Juan C. Michelena. 1949
Rosario Garcí­a (mi mamá) y Juan C. Michelena, mi hermano. Zoológico. 1942
Rosario Garcí­a (mi mamá) y Juan C. Michelena, mi hermano. Zoológico. 1942
Premio Antonio Prego. Academia Nacional de Agronomí­a.2012
Premio Antonio Prego. Academia Nacional de Agronomí­a.2012
Roberto Michelena. Oficina INTA. 2014
Roberto Michelena. Oficina INTA. 2014
Equipo de Castelar. De izq. a der. Arriba Dr ortiguela, Tito Cueto, Pino Sandoval, Dr. Bregan, Abajo Roberto Michelena, Carlitos Dí­az, Marino, Trenchi, Ricardo Marino, Bianchi
Equipo de Castelar. De izq. a der. Arriba Dr ortiguela, Tito Cueto, Pino Sandoval, Dr. Bregan, Abajo Roberto Michelena, Carlitos Dí­az, Marino, Trenchi, Ricardo Marino, Bianchi
Sociedad
9 Sep 2014

Roberto Michelena: Casi siete décadas de historias en Castelar

Relatos, aventuras y anécdotas se transforman en el pasado común de una parte de la ciudad. Desde los partidos en los potreros, a los cines prohibidos, pasando por un crimen no resuelto y el deporte inculcado con amor. De la mano del vecino, lo que fueron apenas juegos son la base para escritos, personalidades y vivencias.
Roberto Michelena es Ingeniero Agrónomo y profesor de la Universidad de Morón, pero ante todo es vecino y habitante de Castelar. Transitó su infancia en un Castelar distinto al actual, sin edificios, ni tránsito, ni siquiera de calles de asfalto. Vecino desde la época en que el pueblo apenas tenía una casa por manzana y la calle era el escenario de juegos, escondidas y competencias.

“Llegué en 1946 con un año de edad. Del barrio recuerdo mucho campo”, rememoró Michelena ante el grabador de Castelar Digital. Desde la más temprana infancia vive en la ciudad. Más de seis décadas después recopiló vivencias y experiencias compartidas en las calles de Castelar. Muchas de ellas, impulsadas por una pulsión literaria, se plasmaron en el papel y conformaron un libro que es el tesoro de amigos y compañeros.

“Mis padres en 1940 compraron un lote en Francia y Arrecifes. Tardaron 20 años en construir la casa.  Era mucho campo para jugar al fútbol, todos los barrios en Castelar eran similares pero mi barrio eran 4 manzanas: Arias, la única asfaltada; Arrecifes, San Nicolás, Francia, Mar chiquita y Pergamino. Un gran barrio! Y haciendo cálculos éramos alrededor de 40 amigos, entre la barra de los más chicos, incluyéndome, con 8 o 9 años, y la de los grandes. La mayoría íbamos al colegio N°7 “Tomas Espora”, recordó.

El colegio era el punto de reunión, pero el desarrollo de las amistades se basaba en los juegos en el barrio, en la calle y en los potreros. A diferencia de hoy, abundaban los terrenos baldíos, las casas quintas, los campos con frutales y las calles de tierra. En ellas se jugaba al fútbol, al jockey, se hacía patín y atletismo. “Había mucha libertad en nuestras casas. Nosotros éramos amigos, y nuestros padres se conocían todos. Ellos incluso venían muchas veces a jugar al fútbol con nosotros. También recuerdo los carnavales”, explicó. El verano era la temporada de vacaciones y de bombitas de aguas, casi siempre cargadas en la canilla que algún vecino tenía en el jardín. Pero Carnaval no era la única fecha de festejos, “otra cosa era también la Fogata de San Pedro y San Pablo (29 de junio). Quemábamos el muñeco al lado de mi casa. Estábamos un mes recolectando maderas y esas cosas. Las mamás hacían los muñecos, le ponían el traje viejo de sus esposos y lo prendíamos fuego. Era la fiesta del barrio, todo el barrio al lado de la fogata”.

“Cuando sos chico estás todo el día junto con tus amigos, hasta la noche, hasta que una mamá gritaba y ya nos íbamos todos adentro. De todos los chicos recuerdo uno, el nombre nunca lo supe, era ‘Cuco’ Braña. Vivía en una casa de dos pisos en Pergamino y Arias en donde ahora hay una pizzería. Lo recuerdo porque a una cuadra teníamos la canchita de fútbol y la mama lo dejaba ir hasta la esquina sin cruzar la calle, entonces él se quedaba en frente de la canchita ahí parado. Un tipo muy inteligente, hoy es ingeniero civil. El tenía mucha vereda pero poca calle, teníamos que ir a preguntarle a la madre si lo dejaba venir,  era un arquero muy bueno. Era el primer caso de padres separados en Castelar. Cuando íbamos a su casa a mi me asombrara que estaba la tía y la madre pero no el papá, era el único separado en el barrio. Ir con los chicos y las chicas al cine, era imperdible. El olor de los cines era increíble.  El Select era el cine rasqueta, veíamos tres películas juntas, alguna prohibida, de adolescente y te dejaban pasar, en el Gran Castelar no. Éramos todos muy unidos hasta que empezamos el secundario, después se fue abriendo el barrio, porque uno se fue al nacional, otro a un técnico…”, esclareció Michelena.

Una laguna en medio del pueblo

Las diferencias con el Castelar actual no estaban solamente en las costumbres del barrio, sino también en su topografía. Hoy cuesta imaginar a este mismo pueblo, que se muestra con edificios y un centro comercial colmado de negocios y locales, como un pueblo con su propia laguna y atravesado por varios arroyos y bañados. Pero el Castelar de la mitad del siglo pasado estaba instalado a la vera del ferrocarril pero rodeando a la Laguna Martínez, un arroyo, que corría por la calle Dean Funes, y otros afluentes del arroyo Morón.

“Me divertía mucho juntando renacuajos en la laguna o en el arroyo, juntábamos pescaditos. Había un peluquero de damas por ahí y cuando llovía mucho, no se podía ir. Era por Francia y Dean Funes. Mi papá me decía que no vaya, y yo no hacía caso. Dentro del barrio tenía la imagen de callejero, no tuve problemas en la primaria, ni secundario, ni facultad, pero me gustaba callejear, en comparación con otros chicos que se volvían mas temprano. Yo seguía con algún compinche. Arias era un límite y Sarmiento el otro. Más allá era tierra arrasada. De Alem para allá estaba la quema, se quemaba la basura, pero la laguna estaba mas allá. Nos íbamos con mis amigos a la laguna. Había muchas plantas de zapallos, de tomates que había mucho. Había basura también. Ya en los 70 se empezó a rellenar con topadoras, donde hoy está la plaza de los Inmigrantes estaba la laguna”, definió el entrevistado.

Un crimen sin resolver

Entre juegos y aventuras, no todos los recuerdos de Michelena son gratos, pero si sorprendentes. En aquel pequeño pueblo hacia el oeste de Buenos Aires, se cometió un crimen que nunca se resolvió.

“La última de las canchas, los lugares abiertos, estaba en la esquina de Arrecifes y Arias. En frente, toda la esquina era un vivero. El vivero de Caruso. Había una casa muy humilde en el medio y unos árboles gigantes. Vivían unos abuelos italianos, amigos de mi mamá. Cuando yo era adolescente, ya iba al secundario, estábamos una tarde jugando al fútbol en esa esquina y en el vivero mataron a la abuela Caruso con un hacha. Yo nunca la vi, me contó mi mamá. Según me comentaron mientras estábamos jugando ahí, el marido volvió del club (Mariano Moreno), entró a su casa, era un monte de árboles, y la encontró asesinada. Salió corriendo hacia mi casa y la encontró a mi mamá: ‘Rosario, Rosario, mataron a la abuela’. Mi mamá fue y la encontró destrozada… era una imagen que mi mamá siempre me contaba. Fue tremendo, muchos años atrás. Era una cosa que dejó conmocionado al barrio. Nunca se resolvió”, narró sobre uno de los hechos más oscuros del Castelar de aquellos años.

Juegos, amigos y palomas

El grupo de amigos se  dividía por franjas etarias, por un lado los más grandes, ya entrando en la adolescencia, y los más chicos, de entre 9 años, donde estaba Michelena. Aunque estas divisiones, a la hora de jugar, terminaban desapareciendo. Empero, los más grandes llevaron adelante una empresa que sin saberlo forjó el destino de muchos de los chicos.

“Jugábamos a la pelota, a todo, pero con algunos tuve más contacto de grandes, de profesionales. Pero “Cacho” Urio y Tristán Torres, nos formaron como persona y seres humanos. Eran del grupo de los grandes pero nos enseñaron deportes. Yo tenía
6 o 7 años y habían creado un club en su casa, sobre Timbúes, ahí se formó un club que no recuerdo el nombre, y en su casa con su papá nos hacían practicar boxeo y atletismo entre otras actividades. Juan Carlos Gómis llego a ser campeón argentino en los 100 metros. Cuando se lo comenté a Torres muchos años después se puso muy contento. Se pusieron en contacto después de 40 años. En la parte deportiva competíamos con otros barrios y nos dejó una enseñanza hermosa, de ese grupo después de 40 años hay de todo, profesionales de distintos rubros. Todos nos conocimos jugando en la calle sin control”, remarcó Michelena.

Los compañeros y el barrio formaron la vocación profesional de cada amigo. Así como algunos se volcaron al deporte tras aquel primer contacto con las distintas disciplinas enseñadas por sus amigos, otros vieron en el entorno del pueblo el origen de su oficio. Michelena reconoce que el Castelar rural, con animales silvestres, insectos y pájaros lo llevaron a estudiar ciencias relacionadas con la naturaleza. Incluso fue la ciudad con sus clubes y su naturaleza el que le dieron una familia. “Todo lo que viví en la niñez, me marcó para la agronomía. Castelar, el verde, los renacuajos, los ríos, los árboles. En muchos de mis cuentos y poemas nombro a los renacuajos, los sapos y los bichitos de luz. Castelar era impresionante a la noche, lleno de bichitos de luz ahora no se ven mas. Otro de los hobbies era atrapar mariposas, la pelota, la bolita, las figuritas. Antes tenías el tiempo. Los barriletes eran impresionantes. El INTA me dio todo, todas las posibilidades de vida, viajar, conocer gente, y hasta mi señora, que entró mucho después que yo, como secretaria de mi director. La fichada vino ahí, del INTA, pero la primera cita fue frustrada. Fue en el Argentino de Castelar, tocaban los Panchos. Yo vine con un amigo, ella con una amiga… no nos encontramos. Había tanta gente que no nos vimos, fue un intento frustrado”.

La misma ciudad y los gustos de su padre lo llevaron a tener en su casa una colección de pájaros y, con el tiempo, dedicarse a la colombofilia, la cría de palomas y las carreras de palomas mensajeras. Al día de hoy, en Castelar conviven varios palomares. Es común ver en la zona de la Plaza Belgrano en Castelar sur, bandadas de palomas volando juntas, casi en formación, que pertenecen a un vecino del lugar. “Tuvimos un Palomar. Mi papá desde muy chico era loco de las motos. Ser loco de las motos en esa época era distinto no había la cantidad de las motos de hoy. Año 50, 51, una moto 500AJS. Hacía viajes, se iba a Córdoba, a Mendoza en moto. Él era combinador de películas, llevaba en su moto los rollos de películas. Hacía la combinación de películas entre Liniers y Moreno. Le decían, ‘combinas esta película en Liniers con el Gran Castelar’. Era contra reloj. Se ponían las latas en el tanque y tenía que llegar cada lata al cine en el momento preciso, sino se cortaba la película. Y se venia la silbatina y lo retaban. Tenían que llevar las latas lloviera o hiciera calor. Con esa moto mi papá me llevaba al campo a cazar pajaritos. Por eso me gusta el campo. Me gusta la naturaleza desde chico. Mi papá tenía un jaulón. Entonces conozco los pájaros desde chico. En un momento, con el fútbol, conozco al “Nene” Luis Franco, del corralón Franco, es más grande que yo, me debe llevar 3 años. Yo jugaba con los más grandes. Él se enteró que tenía un jilguero y me lo cambió por una paloma mensajera. Él tenía un palomar en su casa de Arias entre Rodríguez Peña y San Pedro. Le traje el jilguero y me dio dos palomas mensajeras, un macho y una hembra.  Mi papá no quería las palomas, porque le había pasado algo similar con mi abuelo: Mi abuelo, un vasco con el cuello ancho, cuando mi papá le llegó con las palomas, no las quiso y se las mató. Entonces mi papá a mí, con el trauma, me dijo que no las quería y al final las metí en el jaulón, para devolverlas al otro día. Mi viejo las empezó a mirar y mirar hasta que me dijo, ‘hay que comprar una tacita y unas pajitas…’. Desde ahí, 20, 25 años con palomas, tuve más de 100. Es la paloma de género Columbus, las mejores vienen de Italia, de Bélgica, no son las comunes, son las mensajeras. Es un mundo que atrapa. Lo atrapó a mi papá, a mi mamá, y a mí. Enloquecidos con las palomas por 25 años. Los sábados con las palomas y los domingos esperando que vuelvan. La carrera mas corta era a Suipacha, 105 kilómetros. Y las más largas son de Misiones, Tucumán. Las llevan en tren, en avión, encerradas no ven nada y vuelven a tu casa. Pueden hacer 70 kilómetros por hora. Con viento a favor hacen 100, 130 kilómetros por hora. Nadie sabe cómo vuelven. Manejas la genética, el alimento, los pichones, cruzo este con este, es un mundo espectacular”, resumió el vecino.

Del recuerdo al papel

Roberto Michelena vivió en dos casas en Castelar Norte y actualmente en Castelar Sur, cerca de Rivadavia y Sáenz Peña, en el barrio Mitre, a metros de la estación. Reconoce que su barrio de la infancia ha cambiado muchísimo, ya no hay baldíos ni potreros. Tampoco se ven chicos en la calle, es que las costumbres cambiaron junto con la sociedad. Los chicos juegan dentro de sus casas o hasta dentro de sus computadoras.

Todas aquellas aventuras, aquel Castelar ingenuo de su infancia de a poco se fue transformando en poemas, cuentos y fábulas, que Roberto necesitó volcar al papel. Sus travesuras, sus juegos y sus andanzas conforman un compendio de historias que se transformaron en un libro que regaló a sus amigos. “El disparador fue en los últimos años, hará dos años o más. Le escribí a mi nieto hace 4 o 5 años, muy gradual, esporádico. Estos dos o tres años empecé a tener cosas escritas, se los mostré a  Tristán Torres, a Juan Carlos.  Tristán me dijo, “te sugiero que reúnas todo y lo publiques”. Y esa fue la idea. Cuando me puse a hacer el libro me di cuenta de que tenía mucha información, títulos, fechas. Fui a clases de literatura y los fui depurando. Cuando la profesora me dio el OK, fui a Morón, e hice 30 ejemplares que les di a los amigos. Me gusta expresar ideas, que hoy o mañana, un hijo, un nieto, sepa cuáles son mis ideas, mis opiniones, qué me conmueve, cuáles son mis afectos. El que quiera saber como soy yo, que lea esto. Sabrá qué me conmueve y que no me conmueve. Lo tomé como una terapia. Necesitaba escribir y ahora lo necesito como un medio de expresión. Desde que empecé a escribir y lo compaginé fue un año y medio, yo trabajaba en el INTA, venía, escribía un poco. Ahora tengo el doble de material, pienso armar otro libro. Primero tengo la idea, son ideas emocionales, y luego solo te surge. Tengo mucho material de temas diferentes. Algunos ligados con una enfermedad muy larga que tuvo mi mamá. Que nos pasa a todos y nos va a pasar a todos de distintas formas. Con mi papa no lo viví, porque falleció cerca de los 70, de un infarto. No viví nada de hospitales, sanatorios, cosa que si viví con mi mamá, me pegó muy fuerte y me sigue pegando. Tengo muchos sentimientos con mi vieja. En las distintas etapas, desde ser muy andariega y fuerte, hasta que no se pudo mover; etapas muy feas. En la última etapa escribí un poema, ‘Cachito no es Cachito’. Yo le hablaba a mi mamá de mí, hace 3 o 4 años cuando todavía tenia conciencia. Ella hablaba de mi como su hijo Cachito. No me hablaba a mí, me lo contaba a mí, de mí. Cuando yo le decía que era Cachito, me decía “no te hagas el vivo yo sé quien sos”. No me reconocía como Cachito. Es lo que ella me contaba de mí, mis travesuras, mis juegos…”, rememoró Michelena y continuó, “Lo que edité es independiente, era la necesidad de expresar cosas. Todas las ideas y las opiniones que uno tiene de los amigos, del barrio, de los afectos, lo puede hablar, pero las opiniones se pierden. Se las lleva el viento”.

El libro lo llevó encontrar en sus amigos un sentimiento común que pensó que él sólo percibía. El barrio los había formado y había dejado su impronta en cada uno de ellos, aquellos potreros y esa libertad en la calle, la seguridad de Castelar le habían permitido crecer rodeado de felicidad, amistad y familia. “Con el libro descubrí que mis amigos tienen el mismo sentimiento del barrio que tengo yo. Cuando les mandé mis escritos pensé que el único que pensaba de esa forma lírica era yo, pero no, todos recordaban ese paraíso terrenal. Yo no soy lírico, sino que el barrio me motivó ese pensamiento”, finalizó el entrevistado.

Roberto Michelena vive en Castelar, desde el primer año de vida. Sigue viendo a sus amigos como lo hizo siempre y recorre las calles de su barrio. Está distinto, él y su pueblo, pero en su interior conservan la misma esencia, la que se formó entre juegos, risas y travesuras.

Entrevista: Gabriel E. Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas
Fotos: Roberto Michelena

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