La Copita, por Teresita Jacobs
Por: Taller Literarrio Camino a Ítaca, Biblioteca Popular 9 de Julio..Pero para los habitantes de aquel pequeño pueblo misionero, ése no era un día más. La hijita del Intendente se hallaba gravemente enferma. Ni los muchos intentos de los médicos por hallar solución a su enfermedad ni los múltiples y fervientes rezos de la comunidad habían tenido resultado.
El dictamen médico dado la noche anterior, para pesar de los padres, había sido contundente: le quedaban veinticuatro horas, no más.
Era por esa razón que a pesar de la alegría que hubiera inspirado ver salir el sol una vez acabada tanta lluvia, el alma de los pobladores estaba de luto.
Enterado de la situación, un peón que trabajaba en una chacra durante la cosecha se atrevió a tocar a la puerta de la casa del funcionario.
El hombre, apreciado por todos por su honradez y humildad, le abrió personalmente.
-Buen hombre. ¿Qué desea? -preguntó.
-Disculpe, señor. Permítame sugerirle; ¿Por qué no lleva a su hijita a ver a Doña Emilia?
- ¿Doña Emilia? - preguntó intrigado.
- Sí, la curandera. Es muy milagrosa.
El Intendente sabía de la existencia de una anciana que, desde hacía ya un tiempo, se había instalado en una casucha a unas leguas del pueblo y se dedicaba a hacer curaciones y a dar pócimas, al parecer milagrosas, a la gente humilde del lugar.
-Vaya a verla. - se atrevió a repetir el peón.
Y fue así que poco después se lo vio salir en su auto hacia las afueras.
Emilia estaba barriendo con su escoba de ramas secas el patio que rodeaba su choza. Le gustaba verlo siempre bien limpio para evitar que alguna alimaña se disimulara por ahí.
En eso estaba cuando lo vio venir. Ojeroso, pálido, con su hijita prácticamente desmayada en brazos y, de inmediato, la visión reanimó en su alma la llama de aquel dolor pasado, empañando con lágrimas la clara mirada de la anciana.
Ya cerca sobraron las palabras. La actitud suplicante del padre y un rápido vistazo a esa pequeñita que agonizaba bastaron a la mujer para que indicara:
-Tráigala por aquí.
El pequeño grupo ingresó a la vivienda compuesta sólo por 3 ambientes: baño, cocina y dormitorio.
-Póngala aquí- ordenó señalando una gran cama.
El cuerpo esmirriado de la enferma se esparció endeble sobre las sábanas blancas.
-Ahora, déjenos solas, por favor. Espere en la cocina.
No sin ciertas dudas el hombre obedeció.
Ya en la cocina y mientras esperaba, el Intendente se puso a observar el interior. Todo estaba prolijamente ordenado: una mesa redonda con dos sillas de madera; una cocina económica donde ardían unas brasas aún encendidas; una alacena donde descansaban tazas y platos enlozados, algunas ollas apiladas. Nada más.
Un cuadro pendiente de una pared llamó su atención. Se trataba de una pequeña niña de no más de dos años.” ¿Quién será? se preguntó”. Su curiosidad lo inquietaba y, su mente divagaba en un sinfín de suposiciones que no se atrevería a preguntar.
En eso estaba cuando la cortina que separaba cuarto de cocina se descorrió y apareció la anciana.
-Pase. - señaló.
Al entrar, el cuadro que veía le pareció inverosímil. Su pequeña niña sentada en la cama le tendía los brazos.
-¡Papito! – murmuró con un hilo de voz.
El hombre miró a la mujer. No comprendía.
La anciana, cortando unas cuantas hojitas redondeadas de una planta que tenía junto a la ventana,las puso entre las manos del padre y le dijo:
-Llévesela y déle un té de la “copita” por tres días.
Cargando a su hija que rodeaba su cuello con sus brazos, el Intendente salió feliz de la casa.
-¡Gracias! ¿Qué le debo?
-Nada-declaró con firmeza la anciana- su carita me basta.
-¿Cómo agradecerle?- repitió- ¡Usted es una santa!
-¡No, por favor, señor! Como yo hay otros, sólo que yo he llegado en el momento en el que se me esperaba.
Al verlos alejarse la buena mujer sonrió y, aquel angustiante recuerdo que sólo conservaba patente en el cuadro enmarcado, se escondió nuevamente dentro de los profundos pliegues de su rostro.
Ya estaba por caer la noche y los caminos comenzaban a borrarse, mientras que los sonidos emanados de la selva iban cobrando cada vez mayor presencia.
La niña se repuso y con ella regresó la alegría a todos los habitantes del pueblo.
Y pasaron los años.
La anciana vivió allí hasta que falleció.
Hoy en día y en su honor lleva el nombre de la anciana sabia la calle que, desde el centro del pueblo, llega hasta la puerta del mismísimo cementerio.
TERESITA JACOBS
Teresita Jacobs vive en Castelar.
Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y dio clases de Lengua y Literatura en escuelas de Capital y de la Zona Oeste. Profesa desde siempre un profundo amor por el arte en cualquiera de sus formas. Actualmente integra el taller de Escritura Creativa Camino a Ítaca, de la Biblioteca Popular 9 de julio de Castelar.
Taller Literarrio Camino a Ítaca, Biblioteca Popular 9 de Julio.
Camino a Ítaca es un taller de Escritura Creativa que funciona todos los miércoles en la Biblioteca Popular 9 de Julio. Tiene apenas un año de existencia y reúne a un grupo diverso, múltiple, heterogéneo y productivo. Se escribe mucho en este taller: sugerimos, revisamos, reescribimos y generalmente, somos felices haciéndolo.