"La solución de Conrado" por Alberto Diéguez
Para él, lo que había escuchado recientemente por radio, no era nuevo. A partir de las 20 horas y hasta las 6 de la mañana, regía el confinamiento, que no era otra cosa que un toque de queda y no se podía circular por las calles, salvo los trabajadores esenciales, los motochorros y los especialistas en embaucar gente y entrar a robar en las casas.
Lo del toque de queda, creía haberlo leído en un libro de Gilberto Freyre, Casa Grande e Senzala o en Interpretação do Brasil; o en Os Sertones, de Euclides Da Cunha. Tal vez en Jorge Medauar, o en Adonias Filho, o en Roberto Cardoso de Oliveira, o en Machado de Assis. No lo recordaba bien. Descarto de inmediato a estos últimos escritores. Llego a la conclusión de que lo que buscaba, tampoco era de Freyre.
Conrado gustaba de leer relatos e historias del nordeste brasileño, estaba atrapado por la narrativa del llamado “regionalismo nordestino” y era un fervoroso lector de la literatura latinoamericana y particularmente de la brasileña. Luego de revisar minuciosamente su biblioteca, recordó de inmediato donde estaba lo que buscaba. Sin duda era de Jorge Amado, en Bahía. Hojeo el libro y pronto encontró la cita que buscaba.
Leyó y releyó unos párrafos del libro. Conrado estaba convencido de que había que aplicar la “mano dura” y aprovechaba toda ocasión que se le presentaba para exponer sus ideas acerca de la necesidad de que los gobernantes tuviesen una mano fuerte y fuesen inflexibles con los infractores a las leyes.
Fernando su amigo, había llegado a la casa. Visitar a Conrado, significaba para él, un momento de distención y de sorpresa, pues no pasaba un día sin que su amigo, tuviese alguna idea estrambótica. Conrado aprovechó las circunstancias, para imponerlo de sus preocupaciones sobre el toque de queda, un tema sin duda escabroso.
Para él, los latinoamericanos eran gente que no respetaban las normas, ajenos al orden y al respeto. ¡Qué pena que no nos colonizaran los ingleses! decía en cuanta oportunidad tenía. Las cosas serían muy diferentes. Pero las cosas están así y hay que tomar medidas. Nada de multas, de pleitos, de juicios eternos, de trabajos comunitarios. Hay que volver a las prácticas conocidas y probadas desde hace muchos años.
¡Fernando! escucha lo que menciona Jorge Amado en este libro, extraído de un diario donde su autor, un ex soldado, anotaba todos los acontecimientos importantes de la ciudad. Conrado comenzó a leer en forma lenta, pausada.
“El 24 de agosto (de 1816) hubo un pregón en la plaza, una Pastoral contra los negros, vino de Río de Janeiro, por orden regia, para que todo negro cautivo que fuese encontrado de noche, después de las 9 de la noche, recibiera ciento cincuenta azotes en la escalinata de la Cárcel, igualmente para que ellos no anden en peleas por las calles con la pena a todos los que así fuesen encontrados, de recibir los dichos ciento cincuenta azotes traídas todas las novedades por el Sr. Felisberto, Inspector de Río de Janeiro y el Mayor del Primer Regimiento Antonio Sóarez, entregadas a todas las rondas de la Ciudad, para dar cuenta de las ejecuciones hechas y que él ejecuto a la letra.”
Si esto lo aplicáramos hoy acá, se acabarían las transgresiones, sentenció Conrado, con voz enérgica.
La conversación fue larga. Fernando expuso sus ideas sobre la libertad, la libertad de tránsito, la libertad de opinión, la libertad de elegir; sobre la responsabilidad social individual; sobre los derechos y garantías ciudadanas; sobre la necesidad del diálogo y el consenso en democracia, sobre la Constitución. Conrado permaneció impertérrito escuchando las argumentaciones de Fernando y defendiendo su idea sobre los azotes públicos.
El reloj anunció las 19,30 horas. Fernando se levantó para retirarse. Amigo, me voy, sin miedo y con respeto. Voy a hacer, lo que hay que hacer, cuidarme y cuidar a los demás, antes de que me den los ciento cincuenta azotes que propones por incumplir el toque de queda.
La noche había caído, una brisa fría acaricio la cara de Fernando. Mientras caminaba hacia su casa, pensaba en las descabelladas ideas que surgían de Conrado y que no eran solo de él.
Había escuchado brutales disparates de actores, de dirigentes sociales, de funcionarios públicos, pero volver a 1816, cuando en 1813, la Asamblea del Año XIII de las Provincias Unidas del Río de la Plata, dictó la libertad de vientres y la Constitución Argentina de 1853, dio por abolida la esclavitud, era demasiado.
Abra que andar con cuidado, se dijo a sí mismo, para no asociarse a las irracionalidades, a las ideas demenciales y a una concepción absolutista y monárquica de la vida social.
Alberto Diéguez
Escrito en el Día Internacional del Libro, 23 de Abril de 2021.