"El Carnaval Disfrazado" por Jorge Reboredo
Un hombre disfrazado de ciego llama mi atención; usa gafas negras, un bastón y una pequeña lata. Todos participan de su actuación dejándole algunas monedas. Me hace descostillar de la risa. Se golpea contra la pared y se equivoca invitando a bailar al hombre lobo. Otro de mis preferidos es un hemipléjico en una silla de ruedas. Es un cincuentón demacrado y enjuto. Retorcido como chatarra va y viene en su trono ambulante. Una mujer disfrazada de monja lo pasea por el salón hasta marearlo. Su rostro asustado le suplica clemencia.
Un cafillo y dos travestís acaparan la atención de todos. El cafillo es un coreano mafioso que usa el pelo engominado. Viste un saco blanco arremangado, pulseras en las muñecas y cadenas de oro en el cuello. Los travestís caminan del brazo de su jefe y hablan con alguien sólo si éste lo permite.
Adán y Eva me traen algo de beber, es Fernet en un vaso de plástico. Tengo la boca reseca y estoy nervioso. Espero que me paguen al amanecer, ya que no tengo suerte con el dinero. No sé si soy medio necio o atraigo a la gente por mi cara de tonto; eso lo dice mi espejo, no yo.
Eva es muy sensual. Le da un pequeño mordisco a una manzana dejando la marca de su boca en la fruta prohibida. Adán enloquece de lujuria, yo también. Se desprende de su taparrabo y desnudo lleva a pecar a su mujer. (El baño estará ocupado). Un hombre disfrazado de Cristo gruñe por sus problemas estomacales. Nos grita que todos seremos arrojados del paraíso.
Una chica vestida de prostituta me mira. Es muy bella y huele bien. Su perfume es tan cautivador que aspiro su aroma. Le guiño el ojo para que se acerque a conversar. Su andar me produce cosquilleos. El hemipléjico parece desenredarse por la sensualidad de la mujer. Yo quiero dejar el winco y seguir el camino de Adán y Eva. La llamo con una seña.
- Sin veinte mangos no hay trato- me dice con vulgaridad.
- ¡Drácula no me pagó! - le contesto con desesperación.
Sin importarle, se dirige al chupasangre a sacarle la sangre, claro, sabe que tiene filo. Drácula le muerde la yugular con absoluta vehemencia, dejando a la joven hipnotizada. El aroma de su perfume ha quedado en mi nariz. Desaparecen por un largo tiempo y yo sólo recuerdo su afrodisíaca fragancia.
Dos pibes entran con precipitación y fingen ser ladrones. Sus rostros están cubiertos con medias de mujer. Nos afanan con armas de juguete. No perdonan ni al pobre cieguito y le roban las pocas monedas. Todos se ríen y se abrazan en círculo. Una mano perforada por un clavo me invita a la ronda, pero soy algo vergonzoso y prefiero seguir con mis discos. Bailan y tararean las canciones. ¡Qué mal gusto tenía mi padre! Llega la espuma, asusta suegra, matracas y pitos. El carnaval progresa. Tengo sueño. El Fernet comienza a marearme y no puedo dejar de bostezar. Mis pupilas me vencen y lo último que veo es el cuello lastimado a la joven prostituta.
Serán las siete de la mañana. En el salón no queda nadie. Me estiro y limpio mi boca de baba. El piso está mugriento de pisadas y alcohol. No están los discos ni mi winco, otra vez me estafaron. Mi amigo Drácula se esfumó.
Al salir del 15 de Junio me molesta el resplandor del amanecer. La calle está desierta y hace mucho frío. Mis manos están rojas, les doy calor con mi aliento y las llevo a los bolsillos del pantalón. Camino hasta mi casa. Es sábado y la gente que encuentro se dirige a la misa de gallo. En la puerta, los recibe la mujer disfrazada de monja. Sentado en el cuarto escalón de la iglesia el ciego pide limosna. Dos personas intentan subir al hemipléjico a la casa de Dios. El hombre disfrazado de Cristo busca la cruz vacía. Tengo frío en los pies, necesito zapatos nuevos. Una camioneta se mueve de un lado al otro, son los travestís haciendo su trabajo a dos ejecutivos. El cafillo me reconoce, levanta su mano y me saluda. Me dice sí quiero el servicio. No tengo plata, le digo.
Ojalá la cama esté caliente y los ruidos me dejen descansar. El panadero sale de su negocio corriendo con una cuchilla. Va en busca de los pibes que cubren sus rostros con medias de mujer.
- La puta madre, no me pueden robar a esta hora - se queja sin consuelo.
Me duele la cabeza y alguien chilla. Son aullidos de lobo, de lujuria, que provienen de alguna callejuela. No me extraña que sean de Adán y Eva ¿Y si todo es culpa de ellos?
Ya estoy a unos metros de mi casa. El portero del hospital me reconoce y acaricia mi cabeza. La viejita Erundina camina en u y habla sola; sigue presa en su chaleco de fuerza. El pibe Suárez le habla al viento. Los pabellones están oscuros. No sé si mi amigo estará en la pieza. Espero que hayan desinfectado la pieza porque ya no soporto los piojos y las pulgas. Al entrar al cuarto, veo que las ventanas están cubiertas con mantas. La cama de mi mejor amigo está ocupada por un vampiro que me mira con ojos escrutadores. Despide un rico perfume de su cuerpo corrugado. A su lado se une otro vampiro. Parecen amarse. Extraño los discos de papá, tengo sueño.
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