Carta de lectores: "La maestra díscola"
Alberto Dieguez vive en Castelar Sur, a menos de diez cuadras de la estación, y atesora como si se tratase de un archivo familiar la historia de su tía María Meda de Herrera, una maestra de principio del siglo pasado que, por ideología, solidaridad y convicción, se topó con los prejuicios y la política adversa que terminaron truncando su carrera. A cien años de su huella en Morón la ironía de la historia le quitó el reconocimiento que supo tener por su patria chica.
La maestra díscola.
Relato histórico escrito a doscientos años del 9 de Julio de 1816. Bicentenario de la Independencia Nacional.
María Meda era una maestra que ejercía como directora en dos escuelas de Morón. Provenía de una familia gallega, que se había radicado en Chivilcoy y que en una de las crisis que sufrió el campo, se radicó en Morón.
En esa época migraron muchas familias a Morón, otros a la Capital, a la zona de Congreso, del Once, en donde vivían y trabajaban. Se los encontraban en la calle Río Bamba a metros del edificio del Congreso, con un negocio de confección de sombreros; en la Avenida Rivadavia, en la calle Pichincha; en la Recova del Once, vendiendo en un local, billetes de lotería; en el surtidor de nafta de la Plaza Miserere, despachando nafta para los Ford de la época. Por ahí andaban los Meda, los Ricciardelli, los Vinagre, que siguieron manteniendo las relaciones que habían cultivado en el pueblo. Alguno de ellos se instaló en Castelar Sur, en el Partido de Morón, junto a los Meda y a los Riccialdelli.
Todos sus familiares adherían al socialismo o al radicalismo. María adhirió al socialismo y desde joven luchó por sus ideales igualitarios y feministas. La escuela, la docencia, los periódicos, las bibliotecas populares, eran los lugares desde donde se luchaba por los derechos civiles y políticos de la mujer, en donde se trataba y debatía sobre el trabajo y la explotación de mujeres y niños; donde se disputaba y polemizaba sobre el divorcio; sobre el lugar de la mujer en la sociedad.
Eran tiempos de conservadores, de una oligarquía vacuna excluyente, facciosa; de los grupos católicos obreros que adherían al conservadurismo y que se oponían a las ideas de anarquistas y socialistas; eran tiempos de corrupción y fraude político; de intolerancia hacia el pensamiento divergente; eran épocas en que los maestros reclamaban la falta de pago de sus sueldos, que la mayoría de las veces en la Provincia de Buenos Aires, tenían atrasos de hasta seis y ocho meses. De adolescente yo conocí a un familiar lejano, a Cirila Fernandez, una maestra de Carmen de Patagones. Ella además de recibir los embates de los malones y, de tener que refugiarse en la torre de piedras del fuerte, recibía parte de su sueldo una vez al año y siempre le debían algunos meses.
Desde el campo educacional, María junto a otras muchas mujeres como Pascuala Cueto, Fenia y Mariana Chertkoff, Clementa Ceballos, Cora Pacull, todo el equipo docente de la escuela donde ella era directora y muchas, muchas más mujeres, luchaban por la escuela laica y gratuita, por la educación popular. ¡Había que tener coraje, en esa época, en ese entorno!
Todo su esfuerzo lo ponían en la educación, creaban bibliotecas, museos, llevaban los diarios al aula, creaban cursos de alfabetización para los adultos. ¡Verdaderas heroínas!
María por los años 1911, era directora de la Escuela No. 1 de Morón y fue la primera directora de la Escuela Normal Popular de Morón en 1913.
Un discurso pronunciado en 1915, en un acto escolar de entrega de diplomas, donde ella cuestionó una reciente autorización para el dictado de clases religiosas en la escuela pública, desató la ira de los funcionarios y políticos conservadores y sirvió de escusa para su remoción. María siguió el mismo camino que Pascuala Cueto y fue separada de su cargo como directora.
El periódico conservador “El Imparcial” informaba: “El brillo de tan simpática fiesta fue empañado por la Directora Sra. de Herrera, con su discurso más propio de un ácrata que de una educacionista oficial, obligada a respetar a sus superiores y a moldear todos sus actos de acuerdo con las tendencias que fundamenta el Gobierno Conservador no sólo de Buenos Aires, sino también de toda la República”. Luego agregaba: “Inmotivadamente, con demasiada ligereza levantó su voz para revelarse fustigando a las autoridades; a toda autoridad! Olvidando que ese proceder constituye un desmán que debe penarse severamente, como de la máquina debe sacarse la pieza que obstruya su funcionamiento regular”. La nota del El Imparcial concluía: “Sus gritos de rebelión inculcan ideas levantiscas en las generalmente inconscientes educandas.” (El Imparcial, 15 de julio de 1915).
Llegó el día de la despedida. Un nutrido grupo de docentes y amigos inició desde la puerta del colegio, hasta su casa distante unas veinte cuadras, una nutrida y silenciosa procesión quasi-religiosa, de acompañamiento de María.
Yo era chico. Mi madre y María eran primas. Ella me llevaba periódicamente a su quinta, a pasar el día. Por ese entonces vivían en una quinta cercana al cementerio de Morón, en la calle Alcalde Gonzalez Barbosa, donde hoy se encuentra el Barrio Luz y Fuerza. La quinta albergaba una vieja casona, un desgastado y ruidoso molino de viento; una vaca Holando-Argentino y un buen número de frutales, naranjos, limoneros, manzanos, de los que yo tenía prohibido comer sin el permiso de María. Las frutas, los 25, 30 litros de leche que se recogían diariamente, estaban destinados a las escuelas más pobres de la zona. Me acuerdo de ella, viuda y envejecida, junto a su prima Carmen, trabajando en una cocina circular de techo de paja, sostenido por un gran horcón en su centro, haciendo enormes panes de manteca para llevar a las escuelas y a los barrios carenciados. Era la rutina diaria, a la que se habían consagrado.
En uno de los costados de la quinta, existía otra salida hacia la calle Agüero, a su lado se había instalado una familia del interior. Los años 50 eran tiempos de migraciones y habían levantado una precaria casa de chapa. María les facilitó que sacaran el agua del viejo molino de su casa. Así era ella, noble, coherente con sus ideas, solidaria.
Por el año 1949, siendo intendente por el Partido Peronista César Abistur Villegas, el Municipio dispuso poner a sus calles, el nombre de treinta maestras. El reconocimiento no tardo en llegar y una de esas calles llevó el nombre de María y ella tuvo la oportunidad en vida, de ver rehabilitada su trayectoria.
Pasaron los años y más recientemente, el Municipio dispuso señalizar las calles que en su mayoría carecían de carteles. La calle de María tuvo su cartel señalizador. Se colocó el apellido de soltera abreviado, quedando María M. de Herrera, en lugar de Maestra María Meda de Herrera. Para el transeúnte, la calle quedó con el transcurso del tiempo, con el apellido de su esposo y es conocida como Herrera. Si fue una maestra o una luchadora social, ni Dios lo sabe en el barrio.
María murió. Para el año 1995, el Partido de Morón se dividió. Una parte pasó a ser Ituzaingó, otra de Hurlingham y Morón quedó con un territorio más reducido.
El Partido de Morón llegó hasta la avenida Santa Rosa de un lado. La vereda de enfrente pertenecía a Ituzaingo y la calle en homenaje a María quedó del otro lado, fuera de Morón.
Así las cosas, sus huesos descansan hoy en Morón, la calle en su homenaje en Ituzaingo y las glorias se las llevó sin comerla ni beberla, Don Herrera, por simple machismo. María quedó así despojada de su apellido paterno, de su apellido de nacimiento, de su identidad, de su individualidad.
La familia quedó diezmada y sin interés por reivindicar el apellido y la figura de María; los grupos feministas ni se dieron cuenta de este hecho, que si hubiese pasado en los tiempos de estas luchadoras socialistas, ni alboroto que se hubiese armado.
El gobierno municipal se desentendió del tema, ya que la calle ya no pertenecía más a Morón y además se implementó un Plan de Desarrollo Estratégico para que las ciudades del Partido crecieran con equidad e inclusión y fuesen un factor de construcción de ciudadanía. La identificación de las calles quedó como uno de los puntos de este Plan y abarcó la totalidad de las calles del Partido, cosa que todos celebramos, pero de equidad, de inclusión y de ciudadanía poco hubo, como vimos con María.
¡Nos faltan muchas independencias…!
Por nuestro vecino: Alberto José Dieguez