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Sociedad
23 Sep 2013

Botánico Ragonese: Pulmón que protege la flora y fauna local

Con una colección de más de 800 especies de plantas y árboles del país y el mundo, el Jardín Botánico Arturo Ragonese es un elemento de ciencia, investigación y preservación sin igual en la zona y la región. "Para aprender tenés que ir al campo. Yo te puedo mostrar una planta pero si no la tocaste no es lo mismo", destacó la Doctora Molina, su cuidadora y quien lo abrió al público.
Las calles de Castelar se cubren de color y aroma con la llegada de la primavera y las flores. Los árboles que adornan las calles y avenidas, sean propios de estas tierras o no, se ponen de acuerdo para florecer en el mismo momento, transformando a septiembre y los meses venideros en la época más alegre del año.
El conocimiento sobre cada planta, cada especie y su origen, tiene su lugar de estudio en el corazón del INTA Castelar. En 27 hectáreas se alza el Jardín Botánico Arturo E. Ragonese que atesora y estudia una infinidad de especies nativas y otro tanto exóticas a raíz del sueño de un vecino.

Nacido en la década del cuarenta como la materialización del empuje y el sueño del botánico Arturo E. Ragonese, hoy está en manos de la Doctora Ana María Molina quien continúa con su legado y lo abre al público para que el amor por las plantas se multiplique.

“El objetivo de Ragonese era un jardín de introducción y aclimatación de especies para la investigación científica”, explicó Molina a Castelar Digital, bajo la sombra de los árboles que integran la colección viva del jardín.

“Arturo Ragonese era ingeniero agrónomo. Falleció en 1992 pero tuve el gusto de conocerlo. Era un gran conocedor de la flora argentina. Viajaba por todo el país y traía ejemplares para introducirlos en invernáculos. Ya fueran de semillas, de gajos, o las plantas mismas. Los aclimataba y después los llevaba al predio que hoy disfrutamos”, señaló la Bióloga.

El Jardín Botánico Ragonese tiene como objetivo la difusión del conocimiento sobre las especies que alberga en sus 27 hectáreas. Además de dar a conocer la investigación científica, promueve la biodiversidad  y la conservación del ambiente.

Fue creado en 1947, bajo el nombre de “Jardín Botánico de Introducción y Aclimatación de Plantas”, por la decisión y la mano de Arturo Ragonese. Su trabajo lo llevó a conocer el país entero y a traer plantas y semillas de cada rincón. Además, se contactó con jardines de todo el mundo con los que compartió semillas, conocimientos y vivencias. Un trabajo en red, en épocas de correo y algún que otro teléfono. “Una parte de las especies eran herborizadas, se secaban entre medio de papeles para obtener todos los datos de esas plantas, flores o frutos. Por otra parte,  las semillas  se maceteaban y se mantenían en el invernáculo para que se aclimatasen. Otra manera de tener más especies, porque acá hay muchas exóticas,  es decir que no son originarias de la zona, sino que las obtenía por intercambio a través de cartas. Ragonese intercambiaba semillas con 300 instituciones, en el mundo. Por eso hay plantas de muchos países, de diferentes partes del planeta”, señaló Molina.

Las 27 hectáreas del botánico son un pulmón verde de árboles y muchas otras plantas en el corazón de las 700 hectáreas con las que cuenta el INTA. Simplemente caminando por sus senderos y entre sus árboles, el visitante puede conocer la paz con la que Ragonese trabajó desde la década del 40 y como aún hoy conserva un aura especial. Allí mismo, el cronista de Castelar Digital pudo toparse con pájaros que no se ven en la urbe y hasta una liebre que pasó a pocos metros de los visitantes.

A partir de su trabajo en la zona, Ragonese se transformó en un vecino de Castelar. Vivió en la intersección de Sarmiento y Avellaneda, en un chalet en donde hoy funciona un restaurante de comida japonesa. No tuvo hijos, pero tomó como propios a los de su esposa. Su vida entera se dedicó a la botánica y trabajó en el INTA junto a sus plantas, flores y árboles hasta los últimos momentos de su vida. “Él sufría de asma y planificaba sus viajes de recolección a Chaco  u otras partes donde no había humedad. Cuando llegó a viejito no podía subir la escalera en donde tenía la oficina, en el instituto de Recursos Biológicos donde él trabajaba. Cuando le dijeron que no podía ir más, se fue a la casa, y creo que la nuera lo quiso ayudar a terminar un libro, pero no pudo. Yo creo que se fue con mucha tristeza. Se habrá muerto de viejito pero también de tristeza. Él era solamente la botánica”, rememoró su sucesora.

El trabajo de toda su vida perdura hasta nuestros días como un legado incalculable e imprescindible para el conocimiento de la flora del país y del mundo. Desde la partida de Ragonese, la actividad del botánico comenzó a decaer. La falta de fondos y de personal, en un momento en que la ciencia no era considerada por las políticas estatales, marcaron el peor momento del jardín, llegando casi al abandono. Recién a fines de los noventa y con el ímpetu de la Doctora Ana María Molina, el jardín volvió a florecer.

Los primeros pasos de la Doctora fueron “Ad Honorem”, a la par que finalizaba su doctorado. Molina nació en Tucumán, en el Tajamar, al límite con Santiago del Estero. Afirma que ser bióloga y especializarse en botánica no le fue difícil ya que conocía las plantas desde chica y, junto a sus hermanos, jugaba con ellas en el monte. Sólo necesitó aprender el nombre científico de las especies que ya conocía. Hoy es vecina de la ciudad y vive muy cerca de la casa que habitó su antecesor, en Rauch y San Pedro. Es Doctora en Ciencias Biológicas, especializada en Botánica. Desde 1974 se desempeña en el INTA y desde 1996 es la responsable de la reactivación del jardín botánico. No fue una tarea fácil y aún tiene complicaciones y dificultades, pero el jardín muestra su esplendor y sus especies.

“Ragonese ya estaba afuera y la gente de él ya era mayor. Entonces se quedaron sin presupuesto y sin personal. Esto estuvo en total  abandono”, destacó Molina señalando el predio, hoy colmado de verde. “En el 95 empiezo a gestionar por un auxilio que nunca tuve, hasta el 2003. Con el proyecto de agregarle educación ambiental al trabajo que él hacia empezaron a prestarme atención y conseguí un subsidio. Se construyó un centro de visitantes. Limpiamos las 27 hectáreas, un año me llevó, junto con una empresa. Se construyó el anexo para el personal que era la antigua casita de los peones, donde ellos comían o tenían sus herramientas. Era la única infraestructura que tenía el Jardín Botánico junto a 2 invernáculos.
La mayoría de las especies nativas se perdieron, quedaron los robles, los eucaliptos y plantas exóticas más propensas a no perderse. En esa etapa de abandono se perdieron también los contactos con otros botánicos”.

La apertura del jardín al público le permitió llegar y acercarse a los vecinos. Empero, la ayuda principal llegó desde miles de kilómetros de distancia. Una ONG británica brinda los fondos principales necesarios para la subsistencia del predio. “Botanic Gardens Conservation International nos ayuda. Es como la madre de jardines en el mundo. Es lo máximo, nuestro referente. Para que nos ayudaran tuvimos que crear una red. Me di cuenta que ellos le daban importancia a los países que tuvieran una red conformada, por lo que creamos una red argentina de jardines botánicos. Empecé a ver otras provincias y estaban en peores condiciones que nosotros. Había un directorio como de 10 jardines botánicos y empezamos a ponernos en contacto. En 1996 en una reunión de botánica hice la propuesta con estatuto y todo, ahí arrancamos. Hoy somos como 50 jardines”, reseñó la especialista.

La red creció al punto de incluir jardines de Uruguay, Bolivia y Chile y de adelantarse en reconocimiento a instituciones de Brasil y México. Una característica que destaca del Botánico Ragonese es su apertura a la comunidad. Históricamente los botánicos eran considerados casi “monasterios”, en términos de Molina, o bien espacios vedados al público utilizados únicamente por científicos. El Jardín Botánico Ragonese permite el contacto con la naturaleza, cuenta con visitas guiadas y un paisaje único, a pocos minutos de Castelar.
A pesar de su belleza y su valor, atraviesa dificultades: “Todos tenemos el gran problema de la falta de reconocimiento. Yo amo al INTA, trabajo ahí desde hace 39 años, pero con el tema del jardín, acá se quedó medio corto. Porque si yo fui capaz de conseguir semejante subsidio en libras en aquel momento…”, analiza la Doctora y continúa, “desde que inauguramos, el INTA no me dio un presupuesto para mantenimiento. Estoy otorgando  cursos de capacitación y visitas guiadas para solventar los gastos pero no es suficiente. Este es un proyecto que ya está funcionando, pueden ver todos los resultados y que puede compararse con cualquier jardin botánico del mundo”.

El trabajo llevado adelante, tanto por Arturo Ragonese como por Ana María Molina, se plasmó en un libro que recoge la experiencia de más de 50 años de vida del Jardín Botánico. El libro relata el nacimiento del predio, cuando pertenecía aún a la familia Leloir y cómo luego pasa al INTA. “Era una cabaña, un establecimiento tambero adelantadísimo, y luego contamos todo lo que hizo Ragonese. Mostramos también parte de la reactivación y parte de las especies que hay acá. Hemos registrado 830 especies diferentes, tanto nativas como exóticas. La finalidad del libro es también, un homenaje al Ingeniero Ragonese. Para mí fue un visionario, es impensado lo que logró  en 1940 y pico, sin computadoras y sin todas las cosas que hoy tenemos”, resumió Molina.

A 66 años de su creación, aún hoy se siguen aclimatando especies de la misma manera que lo hizo su creador. Pero hoy, el jardín botánico está renovado y abierto al público. Cuenta con apenas 5 empleados que se encargan de todo, desde mantenimiento hasta guías, pero recibe vecinos, curiosos y estudiantes todas las semanas. Con la llegada de la primavera el predio muta y se llena de color. El 18 de octubre próximo desde la mañana, coincidiendo con uno de sus mejores momentos, celebrará por novena vez el Día Mundial de los Jardines Botánicos, ese mismo día se hará la presentación del libro con la historia del Jardín Botánico. Además, habrá muestras de arte y paseos por las 27 hectáreas.

La colección viva del Ragonese y todos sus estudios están abiertos al público y al acceso de los vecinos. Su fin es permitir la difusión de los conocimientos y el aprendizaje de los interesados en la botánica, en la vida de las plantas y árboles, y en su protección. “Para saber tenés que ir al campo. Yo te puedo mostrar una planta pero si no la tocaste no es lo mismo. Al ser abierto al público nos permite educar, concientizar, es mejor que un jardín dentro de una reserva. El Ragonese cumple el rol fundamental de llegar al público. Mi gratificación es que una persona cualquiera pueda entender todas nuestras investigaciones”, finalizó la Doctora Ana María Molina.

Más información sobre el jardín botánico en: http://inta.gob.ar/unidades/999888/sobre-999888

Entrevista: Gabriel E. Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas
Fotos: Gabriel E. Colonna

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