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Emprendedores
28 Ene 2013

El Gato Negro volvió a Castelar

Durante 50 años fue el principal almacén del barrio y un referente para la zona. Ahora vende pizzas y empanadas pero con el estilo de siempre. "Somos la tercera generación en este local. Tengo el desafío de mantener la historia de mi familia en esta esquina", explicó Demián Signiorini a Castelar Digital.
Apenas había casas, las calles eran angostas y la mayoría aun de barro. Castelar era pequeño en la década del 50, pero en la esquina de Drago y Heine todos los días se reunían los vecinos. No era una sociedad de fomento, ni un club, era el almacén El Gato Negro, el almacén de Don Vicente.

Tras más de 50 años de que abriera sus puertas, el almacén revive ahora transformado en pizzería. El almacén de pizzas y empanadas El Gato Negro abrió para revitalizar la esquina, la misma que Vicente Signiorini eligió para su mercado, la misma que luego su hijo transformó en Autoservicio, y hoy su nieto reconvirtió en su negocio.

Inaugurada en noviembre de 2012, El Gato Negro ofrece un variado menú de sabores en pizzas, empanadas y calzones. Con elaboración a la vista en un particular horno de barro, la especialidad es la pizza extragrande y el sabor que destaca es el Mediterraneo. “Tenía ganas de hacer algo propio. Trabajaba en gastronomía, en catering, pero quería lanzarme por mi cuenta. Voy a ser papá, entonces era ahora o nunca. Vi la posibilidad de reflotar el local. Me interioricé sobre pizzería, se lo propuse a mi abuela y empezamos”, explicó a Castelar digital Demián Signiorini, el nieto de quien abriera por primera vez El Gato Negro.
“Lo principal era volver acá. Teníamos el ‘qué’, teníamos el ‘donde‘, empezamos a ver el ‘cómo’. Faltaba el cuando. Empezamos a juntar la plata, invocamos a dios y María santísima para juntar lo que faltaba y arrancamos”, señalo el ahora pizzero. “Este lugar tiene mucha carga emotiva. Mi abuelo lo abrió en 1957, después vino mi papá. Que lo tuvo que vendió y cerró después del 2001 y ahora me toca a mi. Todavía para muchos soy el nieto de don Vicente, el hijo de Tito. Me tengo que ganar mi lugar”, explicó.

El almacén era distinto. Una heladera mostrador en madera oscura, heladeras de grandes puertas y estanterías de madera. Una puerta en la ochava y otra, más pequeña sobre Drago. Para muchos era el almacén del gallego, pero para quienes lo conocían del trato cotidiano entre cliente y almacenero, era Don Vicente, en una época y un barrio donde el Don, era un título de nobleza. “La historia de mis abuelos es la de muchos inmigrantes. Vinieron de España, mi abuelo de Galicia, llegó y empezó a trabajar de mozo. Mi abuela, Dina, llegó y empezó a trabajar de costurera. Se conocieron, se casaron y pusieron un almacén, como hicieron muchos inmigrantes españoles”.

“Más allá del almacén del barrio, era un servicio a la comunidad, todos los vecinos le tenían confianza. Era un punto de encuentro. Toda la familia era conocida”, resumió Demián.

Los años pasaron y Tito, hijo de Vicente comenzó a ayudar a su padre en el negocio. Siempre tras el mostrador atendiendo a los clientes uno por uno y dándoles cada producto que pedían. El mundo cambió y Castelar también. Ya estando Tito al frente, el negocio se modernizó y se transformó en autoservicio. Pero la familia siguió viendo a los clientes cara a cara, atendiendo la fiambrería y la caja. Los vecinos grandes elegían El Gato Negro por la confianza y el respeto, los jóvenes y más chicos por la buena onda y los chistes de Tito.

“Mi viejo tenia buena onda con los pibes. Era muy jodón. Hoy se acercan pibes de mi edad a ver cómo está el almacén de Tito. Con mi abuelo también, se acercan vecinos”. Pero Castelar y el almacén no estaban exentos de los devenires económicos del país. El 2001 lo golpeó fuerte. Las ventas cayeron en toda la región. “Mi papá Tuvo ofertas laborales que le fueron más redituables que seguir con el autoservicio. Entonces se decidió vender el fondo de comercio y alquilar la propiedad. El que compró tenía otro negocio en San Justo, y este lo mantuvo lo que duró el contrato, dos años. Después lo vació y lo cerró”.
Tito, el hijo de Don Vicente, se alejó del almacén para trabajar en una planta de ituzaingó que se dedicaba a insumos de lavaderos de autos, pero una tarde un accidente lo encontró en su puesto de trabajo. “Había muchos materiales inflamables, solventes. Una chispa, una explosión, otra y voló todo”, resumió su hijo. El fuego devoró la planta. El incidente coincidió con el cierre del local en Castelar. Parecía que la historia del Gato Negro había terminado.

“También para esa época mis papás se habían separado y nos habíamos distanciado. Y para cuando yo lo empecé a ver de vuelta, falleció. Vivía en Merlo y no quería venir para acá. Además, ver el local cerrado me hacía mal. Era la historia de mi familia”, aclaró el tercer Signiorini.

La noticia de la llegada de la cuarta generación de Signiorinis de Castelar cambió los ánimos y propició la vuelta del Gato, ahora transformado en pizzería. “Tengo la ventaja de ser la tercera generación, la gente me conoce. Me veían en la obra y paraban. Mucha gente con ganas de saludarme. Mi viejo era muy querido y mucha gente vino a expresármelo. Muchos no se animaron a venir a saludar en ese momento, cuando murió, porque no tenían la confianza. Pero ahora si. La gente te apuesta también, te da fuerza. Nos dieron una linda bienvenida no queda más que devolverle ese respeto y cariño. No quiero fallar, no quiero decepcionar a nadie. Por eso siempre se respeta acá la calidad, el servicio y la cordialidad. Y es lo que quiero proponer, la vuelta de esos valores”.

“Por eso también estoy yo. Mi propuesta, saben de dónde viene. La materia prima es súper noble, y fresca. El proveedor de fiambres, es el mismo al que le compraba mi papá porque sé la calidad que trabaja. Si la materia prima es buena, el resultado no puede fallar. Si se hace con amor y ganas, tiene que salir bien. Y nosotros somos de acá. Por eso mantuve la fachada también, algo importante. Al barrio y los vecinos les gustó que hayamos respetado eso, me agradeció mucha gente que reabramos el local, estaba muy apagada la esquina. Esperaban que estuviera el almacén”, explicó Demián quien aseguró que tiene delante suyo un reto importante, continuar con el vínculo de su familia para con Castelar, “no tengo un tema con la familia, pero es una huella muy grande la que han dejado. El almacén de barrio y después el autoservicio. Cuando mi papá lo agrando tampoco perdió esa humildad de seguir atendiendo al público. Mantuvo eso del cara a cara. Más allá de la familia y la amistad, los que venían todos los días regresaban por el respeto y la cordialidad. Por ejemplo, nosotros fuimos a todos los cumpleaños de todos los pibes del barrio. Y cuando armé el equipo de trabajo busqué eso también, con Miguel, el pizzero. Con Juan Melo Pacheco. Cuando Juan vino a trabajar conmigo me hizo feliz. Es un pibe que nos conocemos de chicos, la abuela de Juan era amiga de mi abuela, ha venido a nuestros cumpleaños y fuimos a los de ellos. Me llena de orgullo…. Por eso tengo el peso de no fallar”, finalizó Demián Signiorini.

La esquina de Drago y Heine volvió a llenarse de luz. Tanto al mediodía como a la noche, El Gato negro recibe a los vecinos y busca convertirse otra vez en un punto de encuentro, como lo fue el almacén de Don Vicente, como lo fue el autoservicio de Tito. Hoy, con la pronta llegada de Salvador, la cuarta generación de Signiorini en el mismo lugar, el Gato Negro volvió a abrir sus puertas en Castelar Sur.

Entrevista y Redacción: Leandro Fernandez Vivas
Fotos: Leandro Fernandez Vivas

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