La mañana del 14 de marzo de 1986 comenzó con estruendo. Un fuerte golpe sacudió a los vecinos de Haedo. A las cinco en punto, una locomotora de maniobras se soltó de su formación, rompió un paragolpe de seguridad y cayó al vacío, desde cuatro metros de altura, dentro del túnel vehicular de la calle Estrada.

El paso bajo nivel, que une ambos lados de las vías del ferrocarril Sarmiento, quedó parcialmente bloqueado por una imponente máquina General Motors GA-8 de más de 50 toneladas. La locomotora terminó con su cabina apoyada sobre el asfalto, en un ángulo inclinado, como si hubiese descendido del cielo. A pesar de la magnitud del accidente, no se registraron heridos ni víctimas.

La locomotora había sido diseñada para operar en las playas de maniobras del oeste ferroviario. Su tarea era formar trenes de carga con destino a diferentes puntos del país. En los años ochenta, Haedo era un nodo clave dentro de la red nacional. El movimiento era constante, tanto de trenes como de operarios.

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Aquel día, una secuencia de fallas y coincidencias hizo que la locomotora número 5560, sin maquinista, descendiera sola por una vía auxiliar, se desviara de su curso y atravesara un muro de contención. Terminó incrustada contra una de las paredes laterales del túnel. El tránsito en esa madrugada era escaso, lo que evitó una tragedia mayor.

Las imágenes que se registraron muestran la escala del accidente. Decenas de curiosos se acercaron a observar lo que parecía una escena imposible. Los bomberos trabajaron para asegurar el perímetro, pero no pudieron mover la máquina. Para retirarla se utilizó una grúa especial, cuya operación se extendió durante horas. Aún hoy puede verse la huella de la reparación sobre el lateral del túnel.

Esa locomotora formó parte de un lote de quince unidades que llegaron al país en la década del sesenta. Otro modelo similar protagonizó, años después, un episodio también inusual: en 2007, una GA-8 recorrió más de 250 kilómetros sin conductor desde Mendoza hasta San Luis.

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Lo que ocurrió aquel 14 de marzo quedó grabado en la memoria del barrio. No solo por lo extraordinario del hecho, sino también por lo que no pasó. Un accidente de enormes proporciones que, por cuestión de segundos y circunstancias, no se convirtió en tragedia.

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