Feliz como un niño, por Luis Sánchez Berazategui
Por: Taller Literario Anaquel, Biblioteca Popular 9 de Julio.La oración, con su sujeto y predicado, trata de encerrarme en los callejones del huerto. La esquivo, la niego, la entierro en los jardines babilónicos de mi desmemoria.
Me olvido del Martín Fierro y del hipo que me producía la hipotenusa. Solo quiero el aire fresco y un sol que me pegue bien de lleno en la cara. Beberme de un saque, una buena limonada y salir con los pibes, a hacer sapito con las piedras en el río, mojarnos los pies mientras pescamos, con nuestras rudimentarias cañas, díscolas mojarritas y algún bagre.
No pensar, no tener que pensar que, dentro de poco, este invierno, este año, irremediablemente, tocará el timbre de nuevo para entrar a las aulas a escuchar que, en el eclipse de sol, la luna oculta al sol, o que el secante y el algodón son esenciales en la germinación del poroto. Entonces corro de nuevo hacia una nueva parte de ninguna parte, mientras me voy liberando del guardapolvo y de aquellos malditos zapatos, lustrados hasta que se me acalambraban los dedos.
Ahora bien, yo me pregunto, ¿en qué parte de todo eso entra la excitación del ring raje,o el delicioso sabor que tienen las frutas cuando son robadas de alguna quinta en plena siesta?¿O acaso Napoleón y sus conquistas me darían la misma alegría que la tarde aquella que llovía a cuenta de dos inviernos, y nos rateamos para jugar el clásico, contra el barrio del otro lado de las vías.
Las únicas hileras y filas que quiero ver son las de este huerto con su arboleda interminable. Este laberinto maravilloso que me recuerda tanto al del Resplandor, y mientras festejo la ocurrencia, siento los pasos cercanos de Nicholson y su respiración, soplándome en la nuca.
Lo único que extraño de esa odiosa escuela, cualquier escuela, son los recreos que, por cierto, no me vendrían nada mal, uno ahora mismo, para poder descansar un poco de esta persecución gramatical y geométrica.
Aún sigo viendo a Don Cosme, el portero, que allá a lo lejos, no deja de señalarme con su dedo acusador. Nunca fui de su agrado, lo sé... quizás, porque siempre le he robado el pan que acompaña su mate cocido del 3° recreo, o tal vez sea, porque con el flaco Trusso y el narigón Fleitas, justo antes de tocar la campana de salida, entrábamos a las aulas y le dábamos vuelta los tachos de basura.
Trato de enganchar a un sapo con mi varilla de junco. Por supuesto que no lo logro, y el batracio, que me croa socarronamente, igualito a Jiménez, el anteojudo profesor de Música, quien tiene el récord de mandarme a Dirección, con una buena cantidad de sermones y cientos de renglones a completar con el infaltable "no debo molestar en clases", casi una declaración de guerra para mis tardes de potrero.
La señorita de 4°, y la de 2°, ni que hablar de la de séptimo, con sus profesores especiales -no sé para qué tantos- intentan, fracaso tras fracaso, convencernos de que no hay nada en la calle, para la vida, como la escuela misma.
Y yo que no cambio la odisea de colgarme junto a los pibes, como en los mejores westerns, de algún vagón andando, de los tantos vagones de los trenes del interior. Y así, hacernos de un botín preciado, como una buena lata de dulce de batata, o de unas deliciosas manzanas recién traídas de los valles del Rio Negro.
Hoy, cincuenta años después, cuando concluye la jornada, salgo presuroso de la oficina, a deambular, sin prisa y sin pena, por las calles de algún barrio, otro laberinto, más urbano, más contaminado, con muchos más Nicholson soplándome la nuca y, sin embargo, sigo tarareando esa entrañable canción de Serrat, que sabiamente sentenciaba: "uno es feliz como un niño, cuando sale de la escuela".

Taller Literario Anaquel, Biblioteca Popular 9 de Julio
Anaquel nació hace 11 años honrando una noble tradición literaria de la biblioteca.
Nos reunimos todos los miércoles por la tarde para leer, escribir, hacer juegos literarios y desarrollar actividades performáticas de escritura creativa.