"Gabriela, la del pelo castaño" por Dante Pena
¿Alguien sabe descubrir ese momento exacto en el cual sabemos que hemos encontrado a la pareja perfecta?. ¿Si así fuera, me lo pueden decir? . Porque esa es una habilidad que perdí con los años. Y si ahora se me cruza por delante de mi vista la mujer de mi vida, no la reconocería ni llevando un letrero con luces de neón colgado del cuello.
Lo que si soy capaz de recordar es el mas prolongado y torturante estado de enamoramiento que haya soportado ser humano alguno. Fueron unos 19 años de sufrimientos y vejaciones mentales. Un sentimiento de impotencia tan grande, que me nublaba la vista. Y eso que en esos 19 años jamás tuve el valor para decirle que me gustaba. ¿Alguien me entiende?
Primer día de clases:
El primer día de clases es, en todos los casos, un día de llantos. En el hall de entrada, en las veredas, dentro de los coches estacionados enfrente de las escuelas, en las combis anaranjadas, (y en aquella época de cualquier color). Miles de enanos vestidos, ya sea del proletario blanco del delantal., o del uniforme ,(casi siempre con falditas tableadas a cuadros), de los colegios privados.
Corría el mes de Marzo de 1973. Primer día de clase en el Colegio Nº 7 "Tomás Espora". Como todos los colegios de la zona oeste, había una colección de pucheros y de despedidas. No para mi. Acababa de pasar a segundo grado, y eso significaba que ya no era de los menores de la escuela. No tenía por que llorar. De ahora en mas podría torturar sistemáticamente a los chicos de primero, que nada sabían de las reglas del patio de abajo.
En el momento de formar, los padres debían dejar a sus hijos solos. enjugando sus lágrimas en los delantales. Yo ya no formaba al lado de la puerta de entrada. estaba en el medio del patio, donde están los "chicos mas grandes". Fue en el momento de "tomar distancia", cuando la ví por primera vez.: Pelo castaño claro, como el mío. Ojos marrones claros , como los míos; el corte de pelo al estilo "Cleopatra", como se llevaba en esa época; y un enorme moño rojo sosteniendo toda aquella cabeza angelical, que me hizo olvidar aquél enloquecido primer día de clase.
A modo de dato irrelevante les diré que se llamaba Gabriela. (lo supe mucho después), y que vivía en la calle España, cerca del colegio. (Esto lo averigüé enseguida), al seguirla a ella y a su madre, ese mismo día hasta la puerta de su casa, manteniendo las distancias, claro.
Como evidentemente yo ya era un chico mayor, le dije a mis padres que no quería ir mas en combi. Desde hacia años, cuando estaba en el jardín "Achallay", de Ituzaingó; me llevaban al colegio en la "combi de Coca", una pequeña furgoneta Rastrojero gris y blanca, que a mi me parecía gigantesca, y en la que alguna vez nos filmaron para la propaganda de "Pettinari", que salió por televisión. Yo ya era grande, y quería ir caminando, como el resto de los chicos. Esto me permitía seguirla todas las tardes hasta su casa, duplicando el número de cuadras que había hasta llegar a la mía. Pero me daba igual, porque yo, para ese entonces, estaba locamente enamorado.
Pasando, fueron, los días y las semanas. hasta que llegó el invierno. En un día de lluvia al estilo de Buenos Aires, (lluvia que extraño horrores, ahora que vivo en este paraje montañoso), al salir, pude ver que a mi deseada doncella habían venido a buscarla en coche. Un renault 4 de color blanco, del cual es el día de hoy que recuerdo el número de la chapa patente. Así, de corrido, sin pestañear siquiera. (número que no pondré, para evitar problemas legales).
A mi me jodió un montón, ya que no podría seguirla para saber quién era el dueño del misterioso Renault blanco. Y corriendo detrás de él, pude ver como desaparecía, mientras yo tenía mojada hasta las puntas de mis medias.
Tiempo después supe que era el coche familiar, y que ese señor con cara tan seria que manejaba, era su padre. Y decidí averiguar mas cosas de ella. Pasaba con la bici unas tres mil cuatrocientas veintitrés veces por fin de semana, por delante de su casa, para ver si la suerte me dejaba verla alguna vez. No la ví mas que de dos, o tres veces, de la mano de su madre o su abuela, pero solo con verla mi corazón daba un vuelco y sabía que había merecido la pena perder sábados y domingos enteros esperándola salir. Unos dos años después, y en un alarde de valentía desconocido en mi; me acerqué y le pregunté su nombre. Me miró con los ojos como el "dos de oros" y salió corriendo en dirección opuesta. Al final se lo pregunté a un compañero de su aula, cosa que no se me había ocurrido hasta ese momento.
Cuando estaba por finalizar séptimo grado, comprendí que si no hacía nada por llamar su atención, la perdería para siempre. Los días pasaban rápidamente, y jamás se me ocurría nada para decirle. La sensación que experimentaba cuando me acercaba a ella paso a paso, era la misma que seguramente sentía Felipe, el de Mafalda, al aproximarse a la chica de sus sueños. Y al llegar a su lado, solo la miraba de reojo; comprobando que para ella, mi existencia era comparable a la de una molesta mosca de verano. Mientras mis compañeros pintaban sus guardapolvos con fibras, y destrozaban las carpetas tirando miles de papelitos de colores al aire, yo miraba a través de la ventana, triste, viendo como ella corría por el patio, ajena a mi sufrimiento. Se había acabado la primaria para mi, y junto con mis padres habíamos tomado la decisión de rendir el examen de ingreso para entrar en el colegio industrial de aviación Jorge Newbery, de Haedo.
Estaríamos lejísimos. No tendría oportunidad de verla mas. Y en el Jorge Newbery teníamos doble jornada. Mañana estudiando de uniforme riguroso, y tardes de taller, embutidos en un overall, azul marino. No estuvo del todo mal, ya que conocí nuevas personas, y labré nuevas amistades que duran hasta el día de hoy. Pero esa sensación de soledad era insoportable. La vida me dió una segunda oportunidad ese verano. Como todos las temporadas estivales, saqué el carnet de pileta en el club Mariano Moreno. El día de la revisación médica, acompañado por mi nuevo amigo Rubén, la ví esperando en la cola del improvisado consultorio del club. Casi me desmayo de la emoción. El resto del día me la pasé caminando como Robocop, sacando pecho, cada vez que pasaba a su lado, imaginando este escenario veraniego con la música de fondo de los Bee Ges en la banda sonora de "Melody". Y hacía impresionantes exhibiciones de natación que me dejaban la lengua afuera. Todo era mas que justificado con tal de llamar su atención. Cierta tarde, hice amistad con un chico que la conocía. Me dijo que ella se había anotado en el Manuel Dorrego de Morón, para hacer la secundaria. Lo que mas me jodía, es que a los 13 años, ella ya había "pegado el estirón", y si bien yo no era nada bajito, me sacaba media cabeza. Así que decidí pasar a su lado, cuando estuviera sentada o tomando el sol. Sólo era cuestión de perspectiva.
La segunda vez que pude cruzar media palabra con ella, fué una vez que me invitaron a jugar al "indio", en la pileta del club; cosa que estaba absolutamente prohibido hacer según el bañero Tito, que nos chiflaba con el silbato y nos echaba de la pileta durante una hora. Pero pude comprobar que ella estaba en el grupo que jugaba y me animé a desafiar a la ley. Agridulce fué, mi sorpresa, cuando ella se negó a jugar, si yo jugaba; porque según dijo: "con ese no juego, sabe nadar demasiado rápido", cosa que me enojó y a la vez me llenó de orgullo...¡ Me había estado viendo mientras nadaba!. Pero me sentí un gil, porque por tanto alarde de campeón olímpico, me perdí la oportunidad de compartir con ella algo mas que una mirada fugaz.
Cuando el verano llegaba a su fin, con Rubén de cómplice decidimos cambiar de estrategia. Nos ganaríamos la confianza de su hermano menor, que también iba al Mariano Moreno; y así lograr arrimarnos a su barrio. De a poco, y con tacto, descubrimos que al pibe le gustaba el aeromodelismo, como a nosotros, y tuve que invertir en una revista del tema para consolidar su amistad. Un día nos invitó a su casa. La emoción me embargaba. Fuimos en bici los tres, charlando de cosas banales. Pero ante mi insistencia en su hermana, el pibe comenzó a desconfiar, y al llegar a la puerta de entrada, entró corriendo primero, para salir un momento después la abuela, con una escoba en la mano para ahuyentarnos. Eso fué todo. Estaba acabado. El mayor de los posibles fracasos se había producido, y comprendí que jamás me acercaría a ella otra vez. Pero el valor me alcanzó aún, par dejar en la puerta de entrada de su casa, una vez, un regalo de cumpleaños que había comprado, con el dinero que mis abuelos me habían regalado en el mío, que era justamente cuatro días antes que el de ella.
Un par de años después, con preocupaciones estudiantiles y una incipiente pelusita en la cara; estaba esperando el 633 en Morón, para regresar a casa. Y la ví otra vez. Estaba con amigas del Manuel Dorrego. Fué la vez que mas linda la ví. Un delantal blanco corto, dejando ver un poquitin las piernas con medias largas azules. Casi me puse a masticar la regla "T" con la que hacía los planos del colegio industrial. Sentí algo igual pero diferente hacia ella. Seguía siendo un amor incondicional, pero mezclado con un, cada vez mas creciente,"temita" sexual que me ponía aún peor.
Tuve que seguir viajando a casa de esa manera, y tardando casi media hora mas en llegar, haciendo trasbordo en Morón, con tal de encontrarme con ella. Y me encontré. Muchas veces mas. Pero siempre estaba acompañada por amigas que no hacían mas que reírse despacito, tapándose las bocas; (nunca comprendí esta costumbre femenina de reír así), y como mi valentía seguía en el mismo nivel que en mi época de la primaria...no pasó nada de nada.
Pasaron muchos mas años, y yo ya trabajaba haciendo planos en una empresa de inyección de plásticos en Chacarita. Salía de casa antes para llegar a tomar el local de Castelar vacío. Tenía una estratagema: Me quedaba al final de la estación, junto a la pizzería chica, que estaba justo antes del último banco de madera. Allí justo caía una puerta del tren. Pero como había poco lugar, casi nadie hacía la cola, y si eras un poco rápido podías conseguir asiento. Justo allí la ví. Ella estaba haciendo exactamente lo mismo que yo. Pude comprobar que seguía siendo altísima. Los dos lo éramos. Ambos pasábamos del metro ochenta. Y ella estaba vestida "para matar".
Al llegar el tren, las personas del andén adquirieron esa típica pose de largada de carrera de caballos, para salir de un salto primeros, ni bien se abrían las puertas del vagón. Ella estaba a mi lado, pero como otras tantas veces, ni sabía que yo existía. Al abrirse las puertas entramos en malón. Salimos los dos corriendo y nos pegamos un golpe a lo bestia. Mi sorpresa consistió en que ella era tan grandota que el que fué a parar al suelo fuí yo. El resto del viaje transcurrió sin sobresaltos. Ella sentada leyendo un libro, y yo de pie, con una cara de nabo que ni te cuento. Poco tiempo después fué la primera hiperinflación de Alfonsín. Cerró parte de la empresa y yo terminé en la calle, como otros tantos, haciendo colas interminables en los bancos; detrás de un plazo fijo salvador, que me permitiera defender el poder adquisitivo de la raquítica indemnización que me habían dado.
Le perdí el rastro para siempre. No mucho tiempo después me fuí a España. Los años noventas, y la cara de Menem, sos dos cosas que no tuve que sufrir. pero su recuerdo regresaba a cada momento. Un viaje en 1995, por el funeral de mi padre, me pescó en Buenos Aires sin hacer nada. Era invierno, y le pedí prestada la moto a mi hermano Gonzalo y me fuí a dar una vuelta. Anduve por muchos sitios. Disfruté de una típica salida de colegio en la puerta de la "numero siete" . Recordé cosas del pasado. Imaginé a Gabriela casada, con chicos que iban a esa escuela. y fantaseé, con reencontrarnos para decirle mil cosas que jamás le dije. No seamos tontos, tuve otros "rollos", y otros enamoramientos; pero jamás algo tan fuerte como con ella. Es el día de hoy, que habiéndome transformado en este enorme bisonte panzón, transformé mi antigua timidez en una desfachatez sin límites, que me facilita enormemente el conocer personas del mal llamado "sexo débil". Pero sé que con ella no puedo. Si la mirara a los ojos me quedaría sin palabras otra vez. Aún me considero joven. Quien sabe, tal vez nos encontremos en un asilo en el futuro, y compartiendo el vasito de agua de las dentaduras postizas, me anime a decirle lo enamorado que estaba de ella.
Si alguien me pregunta por "el día perfecto", le contestaría: Una tarde de primavera en Parque Leloir, sentados abajo de un enorme árbol, las bicis tiradas en el césped. Mirando a Gabriela a los ojos. Nada mas que eso.
Desde Madrid, llorando mientras miro una telenovela venezolana, los saluda:
Dante.