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Columna
Cultura
25 Mar 2022

La casa más linda: Que siga en pie y resista

Por: Julia Sierra.
“Soy vieja. Revieja. Tengo sesenta y ocho años. Pronto voy a morir. Me estoy muriendo ya, me están matando día a día (...) Me avergüenzo de que me vean así, mugrienta, sórdida, de que todo el mundo me vea así desde la calle (...)”. Así se lamenta la protagonista de la novela La casa de Mujica Láinez, que no es otra sino la propia edificación, narrando su historia y despidiéndose del plano material de la existencia.

Yo no me imagino a la casa más linda del mundo lamentándose así, aunque es cierto que, durante la lectura, la evocaba constantemente, con cierta pena.  

Hace poco hubo que domar su bignonia tan característica, una enredadera que empezó creciendo tímidamente a un costado de la entrada, y que con los años fue ganando terreno hasta ocupar todo el balcón; desde ahí, la bignonia siguió su travesía a través de los cables de la calle, formando un juego de guirnaldas y de techos verdes y naranjas, avanzando por nuevas paredes, copando territorios aéreos. Cuando la podaron, todo el balcón se cayó: la madera, prisionera de la vegetación, cumplió su ciclo. La casa pasó a tener cara sin bigote, como si se hubiera animado a afeitarse después de años de barba hirsuta.

El otro balcón, que también da al frente de la casa, se cayó recientemente. Desbalconada, desbigotada, despojada de verdes y maderas, la casa se muestra más achacosa que nunca. Son más notorias las tejas que faltan, el revoque que se desprende, la pintura que se agrieta en tonos grises, el lustre de los barnices que, otrora brillantes, ceden a la opacidad del desgaste.

Tiempo atrás, alguien subió en una red social una foto de la casa e inmediatamente aparecieron mensajes de reconocimiento: yo conozco esa casona, qué hermosa; mi mamá vivía a la vuelta y yo pasaba cuando volvía de la escuela; ah, qué belleza, siempre me encantó esa casa, etc. En esta especie de protocasamáslindadelmundo, comenzaban a fluir los recuerdos del barrio castelarense.

Hubo, sin embargo, un comentario que me molestó: qué linda casa, lástima que esté tan descuidada.

Ese reproche caló hondo; me vi reflejada en la vergüenza que podría estar sintiendo mi casa, como la describe Mujica Láinez. Ella también se merece barnices, renovación de pinturas, ajuste de tejas, pero ¿sabrá esta señora lo que sale todo eso?, ¿conocerá esa mujer acerca de  costos de materiales y mano de obra?, ¿habrá barajado la posibilidad de que, además, hay que pagar la luz, el gas, la comida, la escuela de los chicos?

Siempre se hacen cosas en una casa: se renuevan los interiores, se hacen arreglos, se corren de lugar enchufes, se reparan paredes de humedad, se cambian ciertos pisos. Hubo épocas de modificaciones más importantes que otras; hubo etapas de loatamoconalambrismo, sobre todo en períodos de malaria general. Pero nunca es suficiente, y menos en una edificación como esta.

También hay elecciones de vida: salir del hogar  y conocer el mundo es una experiencia enriquecedora y única que resta presupuesto a la reforma edilicia en pos de una suerte de edificación personal.  Además, estas aventuras recaen directamente en la casa; volver siempre es excusa para la reunión y la anécdota,  y el souvenir que pasa a vestir cualquier rincón también es un regalo para ella que, agasajada, es parte fundamental del reencuentro.

Recientemente hubo una serie de modificaciones en la casa, que posibilitaron extender la estadía de sus habitantes actuales. “ La casa se resiste”, afirmaba mi papá, mientras mi mamá  me mandaba fotos de los pedazos de techo que, ocasionalmente se caen. Sucede también que, al pasar por ciertos sectores podemos notar los pisos huecos; es el ataque de las hormigas, la eterna lucha por ocupar un espacio. Hubo ciertas conexiones eléctricas que se negaban a revelar el secreto de su condición quemada, ocasionando cortocircuitos inexplicables. Los hijos de la casa temimos que la obra pudiera incluso llevarse a cabo, y nos despedimos prematuramente de ella: en secreto, pactamos que si la muerte de la casa estaba próxima, cada uno de nosotros conservaríamos una baldosa del piso icónico del hall de entrada.

Sin embargo, la casa  accedió a la renovación. Sigue en pie, hermosa, con sus pisos intactos (huecos por acá y por allá, eso sí).  Es una dama que lleva con gracia y elegancia sus canas y arrugas;  no elige la vía de la cirugía estética, sino que prefiere realzar el paso del tiempo con perfumes y adornos.  

Mientras tanto, nosotros jugamos a vestirla, y esperamos, secretamente, que siga en pie y resista.

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Julia Sierra

Julia Sierra

Profesora en Letras (UCA)

Recopilo disparadores de escritura en @lacasamaslindadelmundo y en el blog hydraulica.medium.com.
También ilustro un poco de poesía cotidiana en @mamajulaok y, a veces, juego con melodías en @tranquitilo.


 

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