Clases presenciales suspendidas, docentes descubriendo el mundo de lo virtual, familias colapsadas frente a los cambios y ahí, casi sin saber cómo actuar frente a todo esto, se encontraban lxs niñxs.

Cuando en marzo de 2020 se anuncia la cuarentena, todos los docentes se vieron en la obligación de reinventar sus clases para convocar a los alumnos desde los dispositivos. Y como si fuera  por arte de magia, el juego comenzó a presentarse como el gran aliado (no sólo en el nivel inicial, como hasta ahora, sino también en primaria y secundaria). Pese a que no en todos los casos, los docentes pudieron transformar sus prácticas, se volvió visible la utilización de propuestas lúdicas para atraer a los estudiantes frente a esta nueva modalidad de enseñanza.

La transformación de la dinámica escolar y las prácticas docentes es un tema que resulta muy interesante de abordar, sin embargo hoy quisiera detenerme básicamente en el JUEGO.

¿Cómo pudo este recurso convertirse en el aliado de los docentes? ¿Por qué resultó “efectiva” la convocaría con propuestas lúdicas? Muchos pueden ser los factores a considerar, pero uno de ellos responde al impacto que el juego tiene para el aprendizaje.

Tal como mencionaba en la nota anterior, numerosas investigaciones vinculadas a las neurociencias han determinado el impacto que genera a nivel cerebral, el placer del juego. Es decir, quien juega siente placer y se encuentra relajado, produciendo un efecto positivo en el cerebro.

Es común asociar el juego a un momento de diversión, un espacio distendido y de puro disfrute. Por tanto, estas condiciones resultan favorables, si lo pensamos en términos del proceso de enseñanza-aprendizaje. Tal como sostiene Imma Marín, especialista en educación, comunicación a través del juego y gamificación, “El juego es emoción y sin emoción no hay aprendizaje”. ¿Acaso no han notado que aquello que nos deja huella y genera un verdadero aprendizaje, se vincula con un impacto emocional en nosotros?

Hablamos del juego como algo emocionante ya que despierta la curiosidad en lxs niñxs, impulsándolos a explorar, experimentar y hasta elaborar hipótesis. Si los números son aprendidos al contar los caracoles que se encuentran en el parque o el peso y las medidas, se afianzan al cocinar una torta, seguramente esos aprendizajes resulten más significativos para ellos.

La satisfacción de armar un rompecabezas completo, la sensación al ganar una partida de cartas, el desafío de construir un castillo… las emociones que despierta el juego compartido nos demuestran que es una acción que deja huella. Y así nos permite aprender, casi sin darnos cuenta, porque el juego es la forma más placentera de lograr el aprendizaje.

Memorizar una lista de nombres que se encuentra lejos del interés de los alumnos, impedirá que ellos puedan apropiarse del contenido. En cambio, si les proponemos crear una canción combinando todas las palabras que deberán aprender, seguramente lo afiancen de una forma más sencilla.  

Ahora bien… teniendo presente lo planteado hasta aquí, ¿no creen que los estudiantes se sentirían más motivados de aprender si presentamos los contenidos de una forma diferente, desafiante y atractiva?

Seguramente no sea nada sencillo, pero ojalá que todo lo que hemos atravesado como sociedad a partir de la pandemia nos permita resignificarlo transformando las prácticas, incorporando más juego en las aulas y más dinámicas que convoquen a los alumnos desde su propio interés.

Aún creo que nos encontramos lejos de una verdadera transformación educativa, pero sin duda aquí se ha planteado al menos la posibilidad para que algunos docentes innoven en sus prácticas y presenten a los estudiantes, una forma diferente de aprender.