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Sociedad
1 Dic 2010

Con Castelar en el corazón

Juan Carlos Turco es uno de los vecinos que más ha hecho y trabajado por el bien de las escuelas y asociaciones de la ciudad. Hoy, a sus 78 años, nos cuenta cuál es el secreto para ser feliz a partir de la felicidad del prójimo.
Juan Carlos nos recibe en su casa, junto con su esposa Dorita. Entre los dos, hilvanando recuerdos, nos contaron cómo llegaron a ser parte del espíritu mismo de Castelar y sus instituciones, y cómo dejaron su huella en cada rincón de la ciudad.
La mañana del censo fue propicia para la reunión. La tranquilidad del feriado fue acompañada con mate y budín casero, y la charla fue la protagonista de la jornada.

Juan Carlos Turco conoció Castelar en su más temprana infancia. En 1932 llegó a lo que era tan solo un pueblo, pero cuatro años después tuvo que mudarse. Sin embargo, ese primer encuentro dejó su huella y lo invitó a regresar unos años después, “viví en una casa sobre la calle Dabove, pero por cuestiones de familia me tuve que ir. Perdí contacto con Castelar y con el mundo, fui a vivir, durante ocho años, al Patronato de la Infancia” contó Juan Carlos del inicio de su relación con la ciudad, sentado en su casa con un mate en sus manos, preparado por Dorita Sayago.

“Después viví en Buenos Aires, en otros lugares de la provincia, hasta que llegué a la casa de la familia Trejo, donde conocí a Dorita. Tenía 29 años, y la casa estaba en Morón Sur, nos juntábamos allí personas que no teníamos familia. Hacíamos asados o pizza. Bailábamos, cantábamos, nos divertíamos” relata mientras mira a su esposa. Tras dos años de noviazgo decidieron casarse, sin embargo debieron esperar unos años más para poder establecerse en Castelar. El destino ayudó a Juan Carlos dándole el oficio que lo identificó el resto de su vida: “Yo era panadero, pero un día un amigo me consultó si no quería ser mecánico, me dijo: ‘venga yo lo llevo, va a ser un buen mecánico’. Y fui mecánico, pero no sé si bueno” dice Juan Carlos y se ríe. “Mi amigo era el jefe de taller de la Mercedes Benz. Al principio había mucha resistencia porque me había llevado el jefe. Después, porque no era de la ideología de la que eran todos los que trabajaban ahí. No me aceptaban mucho. Después, una circunstancia sindical me abrió las puertas de ellos y me enseñaron y empecé a aprender, y al final me eligieron delegado”.

Paralelamente al trabajo en la automotriz, y tras conseguir el título de mecánico, Juan Carlos no se dio por satisfecho y buscó perfeccionarse. Se inscribió en una Escuela de Aviación Civil de José C. Paz donde estudió mecánica de aeronaves durante dos años. “No terminé, pero aprendí ahí también muchas técnicas. Los principios sobre los cuales yo estaba haciendo el trabajo los aprendí ahí también”. Tras diez años de trabajo en la Mercedes Benz, el taller donde trabajaba cerró y debió emplearse en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Pero su realidad ya había cambiado totalmente. “En el 67 compramos un terreno, construimos y en el 69 nos mudamos” rememora. Al año siguiente nació su primera hija, Elisa, y dos años más tarde Nidia.

“Esta es la primer casa, primer hogar que habitamos. Yo nunca había vivido en un hogar, salvo los cuatro años que estuve en Castelar y después nos fuimos. Es una cosa… vivir en una familia, es aprenderla todos los días; ver como uno ordena su vida hacia el día siguiente… Y aquí me vez, yo tengo 78 años, ella tiene 75 y está hecha una piba!” sintetiza Juan Carlos. Ese mismo Castelar que se convirtió en su hogar fue el mismo que él quiso transformar en un lugar mejor, para sus hijas y para todos los habitantes.

Castelar, durante el comienzo de la década del 70 era un lugar tranquilo, según recuerda, donde cada vecino se conocía y saludaba. Costumbre que en algunos barrios aún se conserva hasta nuestros días. Fue un vecino de Juan Carlos quien lo acercó a la primera institución donde el mecánico dejaría su impronta. Miguel Font, fue quien lo invitó a participar de la construcción del gimnasio de la escuela 7 Tomas Espora. Desde aquella primera vez, donde aún casi nuevo en el barrio se sumó a los trabajos en el tinglado del colegio, nunca más se alejó de la escuela. (Ver nota: La Escuela 7 cumplió 125 años)

En contraste con la tranquilidad de las calles de Castelar, la Argentina toda se sumergía durante los setenta en una época violenta y trágicamente oscura. Es Dorita en este caso quien recuerda esos años en los cuales Juan Carlos se desempeñaba, peligrosamente para él mismo, como delegado sindical: “yo tenía muchos temores, si bien la gente común no estaba enterada de lo que estaba pasando, se rumoreaba algo. Yo acá escuchaba los tiros y los comentarios y un día me apareció él todo golpeado. Algunos del sindicato no estarían del todo de acuerdo y a la salida le quisieron pegar. Al final ligó algunas trompadas y desde ese día empecé a pedirle, ‘deje, deje’. Y las mujeres conseguimos a veces llorando lo que no conseguimos hablando. Lo hice dejar el sindicato, digo le hice porque le costó un montón”.

Pero Turco se había adelantado y ya había dado otro giro a su vida. Continuando con su oficio instaló en el año 81un taller mecánico en la calle Sarmiento frente al Colegio Sagrado Corazón. “En el sindicato eran todos peronistas, yo no lo era pero me elegían a mi como delegado. Tenía movimiento, para poder desenvolverme frente a situaciones, no con agresividad, yo los paraba, les decía ‘muchachos, vamos a sacarlo así mejor’. Pero igual lo dejé” recuerda de ese momento crucial.

Allí mismo, en su taller, replicó lo que tantos años atrás otros habían hecho con él: “venían chicos a aprender, poder darles un lugar en el taller era…” rememora con una sonrisa mientras eleva la mirada como viendo a cada uno de los hijos de sus vecinos que pasaron por el taller. “No era importante lo que pagaba, no sé si les pagaba bien o mal, ellos querían trabajar. Y podía ser un problema para mi si llegaba a venir el Ministerio a constatar si estaban anotados, si tenían seguro, etc. Pero no tuve ese problema”. La confianza mutua entre Juan Carlos y sus empleados, quienes aprendían de él la profesión, lo llevaba a dejarles el taller cuando él se iba de vacaciones sin ningún tipo de temor. “Da gusto ver y sentirse parte de… no de una institución, de algo que nadie lo forma, se crea por si misma, solo, es ahí donde se basan los sentimientos”.

Esos mismos sentimientos, con una presencia fuerte de la identidad de Castelar, y sumado con la experiencia adquirida en la Comisión Cooperadora de la Escuela 7, llevaron a Turco y su esposa a embarcarse en un proyecto mayor. La creación y construcción de una escuela: “En noviembre del 85 se resolvió llamar a la comunidad para formar una comisión pro-escuela secundaria en Castelar Norte. Yo concurrí en nombre de la escuela siete y me pusieron en la comisión. Ahí empezó mi aventura y mi desventura. A veces pienso que una escuela tiene que estar marginada de los sistemas políticos… la escuela hay que hacerla, eso es lo que importa. Y alguien me dice, “Turco, eso no puede ser”. Hubo desencuentros con la comisión sobre cuando se terminaba la escuela. Parece que no la querían terminar porque con eso manejaban dinero de la provincia” explicó Turco.

“Para poder inaugurarla, porque nunca la terminaban, Juan Carlos movió la mitad de Castelar para lograr el apoyo para que se abra la escuela” continúa con el relato Dorita. La creación de la Escuela Media 12, ubicada en Munilla y San Nicolás no fue fácil. “Teníamos trabas de parte del arquitecto y del director. Eran problemas filosos, muy dolorosos para los que estábamos ayudando desde hacía tiempo. Se hicieron muchos festivales, para juntar fondos, muchos viajes a La Plata para lograr los objetivos. Nosotros no nos dábamos cuenta del enorme esfuerzo porque era todo para lograr la escuela. La escuela ya estaba funcionando en la Escuela 75. El director, ni lo nombro, caminaba como los cangrejos.
En vez de apoyar a la cooperadora o ayudar para que se terminara, tomó partido por el lado que no correspondía. Había balances que no eran muy claros, entonces todo eso perjudicaba a la escuela y a la gente que estaba trabajando”.

Tras diez años desde la primera reunión y después de cinco de construcción, en 1996 se inauguró la escuela en su actual ubicación gracias al esfuerzo de los vecinos de Castelar.

La Media 12 no fue el único colegio en donde la familia Turco puso todo de sí para poder concretar los sueños de un barrio. En Villa Udaondo un jardín de infantes lleva la huella imborrable de Juan Carlos y Dorita.

“Después tuve la felicidad de inaugurar un jardín, el 956. Donde estaba instalada la escuela 103. Después del arroyo El Ñandú. Pero eso fue diferente por la necesidad, el lugar, la movilización” adelanta Juan Carlos para darle paso a su esposa para que relate la historia: “Yo estaba escuchando la radio FM En Tránsito, y escuché a una maestra que estaba pidiendo ayuda para la escuela, entonces llamé y pedí más datos, cuando vino él de trabajar le comenté y había asamblea el 25 de mayo. De forma inmediata fuimos para allá.”.

“Cuando llegamos era un escenario al estilo Chejov: Gris oscuro, la gente reunida cabizbaja. Una maestra en el pizarrón, la directora sentada. Sin saber qué hacer, entonces la directora me marca, yo era de la Federación de cooperadoras y dice: -“él nos podrá guiar” -apuntó Juan Carlos.

 La Comisión de lo que sería luego el jardín no tenía experiencia y estaba plagada de problemas. Juan Carlos tomó las riendas y logró darle forma al proyecto, movilizar a la comunidad y presentar los petitorios necesarios a las autoridades de La Plata para darle vida a la nueva institución. “Llevamos juegos, hicimos asados. Y se inició la idea de hacer un jardín. Las señoras tenían chicos chiquitos y no tenían donde mandarlos, o los tenían que mandar lejos y andar viajando. Empezamos a trabajar, y empezó la comunidad a acercarse”. “Hasta que un día vinieron los vecinos con la aprobación del jardín. Antes habíamos hecho 50 viajes a La Plata. La Escuela 103 nos cedió un galponcito que tenían, el cual arreglamos y pintamos, para usarlo como aula. Había una directora, Silvia Villafañe, era la sobrina del titiritero mayor de Buenos Aires, y empezamos. No teníamos asientos, fui al banco Credicoop, nos donó las mesas y las sillas, de plástico y muy coloridas. Organizamos tres asados. Uno fue anecdótico porque llovió mucho, y los chorizos andaban navegando. Recuerdo que desde la FM en Tránsito y la Sociedad de Fomento  de Castelar nos dieron una mano muy grande. El día que se inauguró también llovió y vino una sola nena que  llevó la bandera. Eran pocos los chicos, pero al mismo tiempos eran los suficientes. Con el tiempo hicimos otra aula y le hicimos cortar la cinta a los chicos del jardín, los de segundo año. Construimos otra aula más con plata que juntamos de esos asados, vino un vecino albañil, lo hizo en tres días. Fue admirable, conseguimos una puerta, hicimos otro asado, conseguimos un montón de cosas, la directora donó las cortinas. Hasta que tuvimos el jardín” recuerda orgulloso.

Unos años después, con el aumento de la cantidad de chicos que asistían al jardín y
a la escuela, el INTA donó un predio en el que se construyeron los edificios para tres escuelas. Las 103 y el jardín 953 fueron mudados y renombrados. En la inauguración del nuevo jardín, la bandera argentina fue llevada por los chicos y por Juan Carlos quien no ocultaba su alegría. -“Fue mucha emoción por los aplausos. Lo aplaudían a él”- recordó Dorita.

 Fue así la segunda escuela que nacía gracias al esfuerzo conjunto de los padres y el matrimonio Turco. Al día de hoy la biblioteca del jardín lleva su nombre. Ese homenaje es uno de los hechos más significativos en la vida de la familia, y aún cuando han pasado varios años, logra todavía llenar de lágrimas los ojos de Dorita mientras recuerda esos momentos.

La vida de Juan Carlos, y los aportes que ha hecho a la identidad de la ciudad de Castelar exceden la posibilidad de ser relatados en una sola nota. La Sociedad de Fomento, La Salita, La biblioteca Popular 9 de Julio, La escuela 7, la 12, el jardín 953, el Centro de Educación Complementaria, el Club Mariano Moreno y la Asociación el Reencuentro, entre otras, tiene parte del cariño brindado por los Turco a sus vecinos, quienes los reconocen y les hacen saber cuán apreciado fue y es su esfuerzo y su trabajo por Castelar. “Esos no son reconocimientos, son placeres que me doy”-sintetizó Juan Carlos.

Entrevista: Gabriel Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas
Fotos: Gabriel Colonna / Gabriela Losavio de la revista Castelar Sensible

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