La foto, de Luciano Sanguineri
Habíamos salido antes de la facultad decidiendo cambiar la clase de anatomía de los viernes por una velada entre amigos. Marcia insistió en ser la anfitriona ya que nunca habíamos ido a su casa en estos 2 años de cursada juntos.
Pablo y Ana estaban con nosotros. Como casi siempre, agarrados de la mano y contando alguna que otra historia sobre sus viajes por el mundo. Esta vez, no sé si era Nepal o Japón. No les prestaba atención.
Traté de volver a la charla con el grupo pero la foto no me dejaba pensar. Parecía viva.
- ¿Querés? - me dijo Pablo mostrándome unos cartoncitos con dibujos divertidos en la palma de su mano. Tomé uno enseguida sin contestar. Fue directo a mi lengua.
Miré la foto nuevamente. Los tres gatos negros parecían moverse.
-Raro - me dije. ¿Lo dije o lo pensé?.
Marcia estaba recostada en la sala, sobre unos cartones viejos, mientras Pablo y Ana conversaban uno a cada lado de ella. Ambos parecían cruzar la frontera de lo real entrelazándose con el cuerpo (¿inconsciente?) de la anfitriona.
Un gato saltó sobre ella mientras otro caminaba a mi lado. Miré la foto y los felinos ya no estaban allí. Dalí fumaba a mi lado riendo locamente mientras su cara se derretía y caía sobre su cuerpo.
- ¿Estás bien? - me preguntó un cuerpo de dos cabezas parecido al de Marcia, Pablo y Ana juntos.
- No. La foto no me deja pensar. Parece viva. - ¿contesté?.
Una cascada de agua, como saliendo de un balde, mojó mi cabeza y todo mi cuerpo. Las sillas saltaban. Yo también.
La reunión transcurrió entre formas cambiantes y música rara. Salvador y los gatos bailaron toda la noche.
Desperté con la cabeza despejada. Como si hubiese dormido 8 horas diarias en cada noche de los últimos meses. La normalidad nunca me había parecido tan ajena. Al menos la foto seguía allí, pero su salto eterno ya no tenía sentido. Tal vez, igual que yo.
Tomé mi abrigo y salí.
Luciando Sanguineri
Alumno del taller de Analía Bustamente