Principio, de Pablo Rivas
Lo primero que recuerdo es el tambor que no paraba de sonar. Dum-Dum, Dum-Dum, Dum-Dum, todo el tiempo.
Quiero tocarme, quiero mirarme. No puedo.
Solo puedo transcurrir casi inmóvil en un océano tibio y oscuro.
Cada tanto una tenue caricia de sonido me avisa que no estoy solo.
Y de fondo siempre el tambor. Dum-Dum, Dum-Dum, Dum-Dum.
Un día se agrega otro tambor. Este toca más rápido y lo siento acá adelante. Dum, Dum, Dum, Dum, …
Descubro una sensación nueva en la mano. Ahora me puedo tocar.
El océano interminable en que nadaba está quedando estrecho. Presiento que se acerca algo importante.
Llega la tormenta. El océano se revela, se embravece, se sacude y en pocos minutos se queda sin agua.
Veo luz. Son figuras borrosas, confusas, pero es luz. Escucho un grito. Escucho gemidos. Luego otro grito. Algo me empuja, me aprieta, me suelta. Me empuja, me aprieta, me suelta.
El tambor se acelera tanto que parece que va a estallar. El otro tambor, el que suena más cerca, me sacude el pecho como un animal que intenta escapar de su trampa.
Voces, gritos, gemidos. Me duelen la espalda y los hombros.
De repente, dos dedos de látex me enganchan de las axilas y me sacan a otro mundo.
Hace frío. Me agarran, me tocan, me dan vuelta, me acarician con trapos blancos mojados. Hace más frío.
Ahora me envuelven y me entregan a una señora muy amable que me abraza contra su pecho. De nuevo el tambor, pero ahora más lento, quiere descansar.
La señora apoya mi cabeza sobre una almohada blanca y mullida con un botón en el medio. Me llega un perfume a leche. La busco. La encuentro. Me inunda la boca y la descubro tibia y dulce antes de derramarse hacia adentro, generosa, abundante.
Esta señora me conoce y me quiere.
Yo también la voy a querer.
Siempre.
La voy a llamar “Mamá”.
Pablo Rivas
Alumna del taller de Analía Bustamente