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Sociedad
17 Jul 2012

Tarzán, de bar de estación a rincón de poetas y vecinos

Sobre pequeñas mesas y entre botellas la identidad de Castelar tomó parte de su espíritu de la mística de bar Tarzán. Inaugurado hace casi 70 años sigue vigente y reuniendo a los vecinos. "Tiene la personalidad de la familia y del barrio, es la bohemia nostálgica".
El andén oficia de puerta de entrada para los visitantes o residentes que llegan a Castelar en tren. Los pasajeros descienden de los coches y se sumergen en el túnel que hacia el sur los llevará a la Avenida Rivadavia, las paradas de colectivos y los comercios. Hacia el norte saldrán sobre la angosta calle Los Incas y allí mismo los recibirá Tarzán.

Bar de estación devenido en punto de reunión y encuentro de los vecinos, sobrevive a las crisis, los edificios y los tornados. Con más de 68 años de vida sobre sus columnas, vio crecer a la ciudad, fue testigo del surgimiento de ideas que revolucionaron la zona y del alza y caída de personajes ilustres.

El bar Tarzán nació casi con la urbanización de Castelar. Corría el año 1948 cuando un inmigrante piamontés decidió invertir en un predio frente a la estación del Ferrocarril Oeste. “Fue mi abuelo, mi tío abuelo, pero abuelo de crianza. Tenía un boliche en Capital, pero prefirió venirse a Castelar”, explicó Carlos Corvi a Castelar Digital. “Hizo la casa al lado. Todavía está la casa detrás de los locales. En ese entonces había otro boliche en la zona, un único boliche”.

Tarzán no era Tarzán, nació con otro nombre, otra identidad. La puerta se abrió por primera vez en 1949 bajo el nombre de El Pozo del Poeta, “pero nunca estuvo escrito ese nombre. Había que llamarlo de alguna manera y así se lo pusieron. Había ya otro bar con ese nombre en Capital, en la calle Tucumán ya que era un nombre común entre piamonteses”. El nombre actual lo adoptó en la década del 60 por costumbre y por el uso dado por sus clientes. En la época existía una marca de café que pintaba bares con el nombre de su producto como estrategia de venta. “Todo decía café Tarzán. El reloj, los ceniceros, los carteles. Todo era rojo, verde y amarillo y decía Café Tarzán”, explicó Corvi.

Con los años y como clara referencia para poder identificarlo, los clientes pasaron a llamarlo El Tarzán. La familia Corvi siempre estuvo al frente del negocio. Sólo en la década del noventa se alquiló el fondo de comercio pero la familia siguió administrando el local.

Castelar era distinto cuando el bar abrió sus puertas por primera vez. La calle Los Incas era de tierra,  al igual que la mayoría de las calles de la ciudad. La última en conocer el asfalto en la zona fue Carlos Casares. El colectivo, hoy de la empresa 216, tenía las paradas frente al bar ya que el sentido del tránsito era contrario al actual. Existía un cabaret, el único con habilitación otorgada por la provincia de Buenos Aires, llamado La Glenn Miller que compartía clientes con Tarzán ya que tras una noche en “la Glenn” se dirigían al bar para desayunar con las primeras horas de sol. Castelar era distinto, inclusive el partido de Morón durante un corto período no se llamó así sino que recordaba la funesta fecha de un golpe de estado. Los contrastes con aquel Castelar se ven en las fotos y recuerdos que decoran Tarzán. Fotos aéreas muestran la estación y la zona cuando apenas había calles, sifones y botellas hablan de otras épocas y los adornos buscan aquellos mismos ojos que los descubrieron durante 6 décadas.

Tarzán era el lugar donde las figuras públicas y artísticas se encontraban y discutían. “Venían intendentes, porque era el lugar conocido de todos. Había un décimo de los habitantes que hay ahora y se conocían todos. Vino el primer escribano, el primer médico, y después sus hijos”.

“Venía León Gieco, elegía siempre la mesa de la ventana. Pero te hablo de un León que no había grabado ningún disco. Venía de Parque Leloir donde había muchos músicos. Como ahora, que está el Indio, Mollo. Venía Bocón también, que tocaba con Spinetta. Iván Noble también, pero es de la generación que venía en los ochenta y de los que le cambiaron el nombre a La Tarzán”, rememoró el dueño del bar.

Una característica particular es que una generación entera de clientes lo identifica como La Tarzán. Con identidad propia, elegido por los vecinos, el bar adoptó en los 80 nuevamente otro nombre. “Es la generación del regreso de la democracia, época en la que estuvo el boom de hacer la previa de los boliches. En el barrio estaban la Gran Castelar, y Tarzán. Ambos eran restaurantes de categoría y se hicieron pizzerías. No había nada más y ambos se llenaban. Se los comenzó a ver más como pizzerías, que era muy de los ochenta. Lo apodaron entonces La Tarzán porque la pizzería es femenina”, develó Carlos y continuó, “a mis familiares no les gusta que le digan así igualmente. Los jóvenes le decían La Tarzán y el público viejo le decían El Tarzán.

Ya en esa época se empezó a trabajar más de noche. La Granca estaba sobre Arias, donde ahora hay locales de ropa y una juguetería. Los dos eran restaurantes, parecidos en su interior porque en esa época Coca cola te pintaba cuadros adentro de local”.

Con los años el apodo se popularizó, al igual que las reuniones. Tras años de trabajo el bar perdura, aun cambiando el perfil, pasando de “borrachería” en momentos de crisis económica o bajo dictaduras militares a restaurant familiar y escenario de bandas como Ella Es Tan Cargosa, Kodazo, Cymbaline, etc. “Es un restaurant, si querés una buena cocina demanda un buen trabajo. En épocas de crisis se transforma en borrachería porque es lo más fácil, es abrir una botella y servir”. A pesar de estar frente al túnel, nunca fue realmente un bar de estación. Destacó por sobre otros por la heterogeneidad de clientes y el espíritu de reunión que propician sus mesas y sus espacios.

Un momento difícil lo vivió a mitad de la década pasada. Castelar estaba lleno de bares, que durante poco más de dos años transformaron unas cuadras de la zona norte en un punto neurálgico de entretenimiento del oeste del conurbano. Sin embargo, al pasar el tiempo y con el incremento de controles tras la tragedia de Cromañón, muchos bares desaparecieron, pero ese no fue e destino de Tarzán, que una vez más continuó recibiendo a los vecinos. Otra vez superó la crisis y volvió llenarse como en sus mejores épocas.
Hoy Tarzán ofrece recitales una vez al mes y cada miércoles reúne a los amantes del tango con música y baile que congrega a vecinos e invitados por igual. Mientras otros locales duermen, Tarzán se llena de gente. “Tarzán perdura por la mística. La familia va, viene, nos peleamos, pero seguimos con el bar. Yo creo que el boliche es Castelar.  Amo Castelar, está mal que lo diga yo, pero Tarzán es  Castelar; tiene la personalidad de la familia y del barrio, es la bohemia nostálgica. Está frente a la estación y ser bar de estación es el principal tabú a superar, pero lo supera. Ahora estamos en un buen momento, hoy es restaurant”, señaló Corvi.

“Sobrevive por la mezcla de cosas, si no es uno es el otro, siempre alguien lo va a visitar. Cuando los gordos están a dieta, vienen los flacos, cuando los flacos engordan cambian también. Lo digo así para no caer en clasificaciones sociales. Venían del cabaret a desayunar y se mezclaban con los que desayunaban para irse a trabajar. Siempre tuvo gente Tarzán, todos mezclados, es la realidad de la zona. La gente real, viene a Tarzán”, finalizó Carlos Conti.

Lleno de comensales al medio día o inundado de jóvenes frente a una banda por las noches, Tarzán es una celebridad de la ciudad y uno de los más antiguos bares de Castelar. Con comidas especiales y famosas, destacan la pizza de fugazzeta y la milanesa, seguirá siendo el punto de encuentro y reunión de los vecinos como lo viene siendo desde hace más de 60 años.

Entrevista: Leandro Fernandez Vivas
Redacción: Leandro Fernandez Vivas
Fotos Leandro Fernandez Vivas / Gabriel E. Colonna

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