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Sociedad
28 Sep 2011

Amistad con 60 años de historia

Las vecinas se conocen desde que la ciudad era un puñado de casas. Sus anécdotas llevan a un pueblo que, aun con edificios y grandes comercios, continúa teniendo espíritu de comunidad. El juez que casó a Perón, la caída del Gloster en primera persona y hasta un sulqui tirado por ponis, entre otras historias.
Castelar creció, mutó, se transformó en ciudad. Marcó sus límites y hasta creció en altura. Hace 60 años no era lo que hoy es. Sin embargo, el tiempo no borró los recuerdos y muchas huellas de sus antiguos habitantes. Claudia y Selva son amigas, vecinas y compañeras de infinidad de historias que durante una tarde de primavera confiaron a Castelar Digital.

Eran todos vecinos, pero en el pueblo de Castelar eran mucho más; eran una comunidad. “yo llegué en la década del 50 pero ya conocía. De chica tenía tos convulsa entonces a mi padre le dijeron que viniéramos para acá que era la Córdoba Chica”, comenzó rememorando Alicia Méndez de Fernández Silva en su casa de la zona sur de la ciudad. La cualidad de la elevación y un especial clima fue el motivo de muchos de los primero pobladores. Ya Carlos Jaimes y otros vecinos habían recordado este dato. “Bayardi, que fue uno de los primeros rematadores, le recomendó la zona y veníamos a pasar las temporadas de verano. Después, ya con tres hijos me vine a vivir y tuve dos hijos más”.

En este, aun, pueblo conoció a muchos vecinos que se transformaron en amigos, uno de ellos es Selva Brea quien compartió mucho con una de las hijas de Alicia, Claudia Fernández Silva. “Los primeros vecinos del barrio eran los Raimondi; Valezano, que vivía acá al lado; Dr. Rino; la familia Tomas, de la ferretería”, recordó Selva y comenzó a relatar sus recuerdos: “vivían al lado de la ferretería que antes era un almacén de ramos generales. Mi abuela llamaba por teléfono y le enviaban el pedido, era el primer delivery. En la otra esquina estaba el almacén de Doña Rosa y Don Carlos, el primer almacén del barrio. La aceitera, vendía aceite suelto. A mi mamá le gustaba y yo iba con un frasco y te vendían distintos aceites, todos en el mismo recipiente: un cuarto de uva, medio de otra cosa… Canastería Rolando también. Hay un centro de odontología en el lugar donde estaba. Sobre Buenos Aires, en la esquina frente a Tomás estaba la tienda Las Malvinas de Alberto Sutton, fue uno de los primeros comercios de venta de ropa pero de lo que pidas, esas tiendas que tenían de todo. Querías una corbata y tenía, un calzoncillo y también, empezó en la década del 50”.

El barrio no era tan distinto, pero si con menos habitantes, menos tránsito, más silencioso y lleno de chicos jugando en la calle. Hasta no hace muchos años aun podían verse grupos de chicos recorriendo veredas, pero el progreso, el crecimiento de la ciudad y la inseguridad los han relegado a barrios más alejados del centro. “las casas que ves ahora eran las mismas, con alguna diferencia  en lo estético. Castelar era más abierto, menos contaminado, se mantiene igual arbolado. Las calles eran doble mano. Ahora no, por el tránsito. Nos criamos jugando en la calle hasta la noche. Éramos un grupo de diez que estábamos siempre en la vereda. Cuando salían nuestras madres nos llamaban o nos gritaban por la ventana para que vayamos a cenar. Nos conocíamos todos”, rememoró la vecina.
Había algunos puntos de encuentro y fechas ineludibles. El carnaval reunía a todas las familias y a todos sus integrantes. En la pizzería La Gran Castelar, actualmente NOI, las mesas de la calle eran las primeras en llenarse. El Club Argentino, famoso por los bailes, llegaba a tener varias cuadras de cola. En primavera hasta se construían carrozas y se hacían desfiles. “El Club Castelar estaba más cerca pero íbamos al Argentino igual”.

Un Castelar distinto

El poco tránsito permitía que algunas calles fueran aprovechadas de una manera distinta a como hoy las conocemos. A apenas 50 metros de la estación, se organizaba una vez por semana una feria de alimentos, ropa y lo que el vecino necesitara, a precios mucho más bajos de los que se veían en las vidrieras de Morón u otras localidades: “Había una feria de este lado, donde hacíamos toda la compra de la semana. Estuvo en Rivadavia hacia adentro, Rivadavia y Buenos Aires hacia los galpones del ferrocarril. Y después se mudó a Segunda Rivadavia donde estaba el colegio Rivadavia”, apuntaron Selva y Alicia.
“Yo esperaba que volvieran de la feria para comer unas galletitas rosquitas que me gustaban. Era como ir al supermercado, compraban todo y más barato. Pescado, carne, ropa, todo. También estaban los vendedores, con carros a caballos y pasaban con los plumeros colgando, las cosas de mimbre, era precioso”, apuntó Claudia. Lo que no se conseguía en la feria podía llegar a cada domicilio: “Era algo habitual que pasara Don Julio el afilador; Pastorino, el lechero, era una institución, te traía la leche en tarro. El kerosenero también pasaba, todas las estufas eran a kerosene. Los helados de Laponia!! siempre a las mismas horas pasaba el heladero”.
Otra salida de la época, que desde mitad de siglo se mantuvo durante varias décadas, fue ir al cine. Castelar contaba con dos cines cada uno con su fama: “Llegué a ver tres películas seguidas, al hilo. Nos llevábamos la comida y nos instalábamos en el cine, podía ir con ella sola al cine y éramos chicas de edad. El del lado norte era el cine Select, ubicado donde hoy esta el bowling Palos, y el del sur el Cine Castelar que estaba donde hoy está el Banco Provincia. El Select pasaba películas más subidas de tono, películas de Isabel Sarli… el otro era más familiero. Era hermoso ir al cine”, recordó Selva con un brillo especial en sus ojos como si todavía viera las imágenes de la pantalla grande.
Algunos recuerdos no son tan gratos, pero forman parte de la memoria colectiva de la ciudad y sus miembros. La caída de un avión de combate de la Fuerza Aérea, un bimotor Gloster Meteor 4, a metros de la Escuela 17 en Castelar Sur, marcó la vida de Selva: “era mi primer día de clases, 10 de marzo del 58, en primer grado, yo lloraba porque quería estar con mi hermano que era más grande, entonces en los últimos minutos me mandaron al aula de él que daba a la calle. No me acuerdo qué macana se habían mandado por lo que el director puso a todo el colegio en penitencia, unos minutos y por eso no fue una catástrofe. En ese momento cayó el avión. Me acuerdo mirar por la ventana y ver los gritos, la gente, los padres muertos, fue un desastre. Mi mama había ido al centro y nosotros teníamos que volver solos, juntos, para casa. Cuando llegó a Castelar vio todo revolucionado y se enteró lo del avión en la escuela. Vino a casa y no nos encontró, se asustó. Entonces nos fue a buscar y no nos encontró por la calle por la que teníamos que venir caminando, porque no nos habían dejado salir de la escuela. Fue una desesperación. Me acuerdo como si fuera hoy”.

Otra historia que fue una anécdota para el barrio fue la imprevista llegada de Perón a la Base de Morón en 1973: “Nos subimos a la terraza y al techo de nuestras casas para ver lo que pasaba. Fue todo un despiole”. La historia de cómo fue recibido Perón en aquel momento puede conocerse a través de la nota “Historias históricas de padre” donde un vecino de Castelar relató cómo siendo “colimba” recibió solamente con otros tres soldados en una desolada Séptima Brigada Aérea a Juan Domingo Perón.


Castelar y sus historias

La historia argentina también tuvo sus protagonistas castelarences. Las dos amigas recuerdan con alegría a la familia Ordiales quién vivía a apenas unas casas de las suyas y con quienes tuvieron mucha confianza y compañía. El padre de la familia, el escribano Hernán Ordiales se hizo famoso en la década del 40 por ser quién casara a Juan Domingo Perón y Eva Duarte en su escribanía de la localidad de Junín. El mismo Juez Ordiales escribió un libro relatando aquel momento: "Un militar de carrera no podía casarse con una hija adulterina. La ceremonia civil fue austera y solemne. Perón y Evita estaban muy emocionados. El vestía un traje de gabardina grisácea. Ella, un tailleur color marfil, sobre el que contrastaban sus cabellos largos, rubios. También estaban emocionados los testigos, Mercante y Juan Duarte, el hermano de la novia. Terminada la ceremonia del civil, fuimos todos hasta la casa de la madre de Eva, doña Juana. La ceremonia religiosa, programada para el 29 de noviembre, no pudo realizarse en esa fecha. La misma se llevó a cabo en la noche de 10 de diciembre de 1945 en la iglesia y parroquia de San Francisco de la ciudad de La Plata".

Tanto Claudia como Selva compartieron cumpleaños, carnavales y vacaciones junto al juez y sus hijos y conservan un cariñoso recuerdo de cada uno de ellos: “Tomé la comunión a los 6 años y en esa fiesta se festejó mi comunión y la de dos sobrinos de Ordiales que tenían casi mi misma edad”, explicó Selva y continuó, “la hija de Ordiales bailó español. Habían puesto un escenario porque vino un mago y ella bailó sobre ese escenario”.

Durante mucho tiempo, la familia del juez vivió sobre la calle Anatole France al 2600 hasta que adquirieron varios lotes en Rodriguez Peña 900, casi esquina Pompeya en Castelar Norte. “Eran varios lotes de frente y como 50 metros de fondo. Íbamos a la pileta, tenía molino la casa. Éramos muy amigos”, apuntó Claudia.
Sin la necesidad de la anécdota histórica, las amigas también eran conocidas en el barrio pero por pasear en un sulqui tirado por un pony: “Paseaban todos los chicos del barrio en Pony. Estaba en mi casa, lo teníamos en el fondo de casa, era como tener un perro. Tenía un tío que era muy bichero y una vez nos trajo un puma y hasta una iguana, todas esas cosas raras. Era un pumita que trajeron de Córdoba, lo criamos hasta adulto y llegó un momento que no podíamos tener un puma en casa y lo donamos al zoológico. Nunca se escapó, lo tuvo seis o siete, meses y tomó tamaño de adulto y lo regalamos al zoo donde vivió muchísimos años”, apuntó Selva.

El afecto de las vecinas y la amistad de más de 60 años perduran como en aquellas épocas que recorrían las calles de su Castelar entre carcajadas y juegos. Ese vínculo con la ciudad quedó plasmado en el mural que la artista Florencia Delucchi confeccionó a la entrada del túnel de la estación en las fachadas del lado sur. “Estoy yo en el mural”, apuntó Selva. “Está la abuela de Florencia asomada en una ventana del bar Tarzán. Mirándolo de frente la parte derecha, hay una señora regando que es su mamá, hay un tren. Una esquina que es Arias y Carlos Casares. Detrás del tren está Gaona. Hay un grupo de músicos, está la calesita con una nena agarrada, parece que está flameando pero en realidad está agarrando la calesita para que no se vaya del barrio. Y hay una chica andando en bicicleta. Esa chica en bicicleta soy yo. Son todas referencias a la ciudad y es un homenaje a su pueblo… Todavía sigo andando en bicicleta en el barrio”, finalizó Selva mirando a Alicia y Claudia, sabiendo que la amistad no cambia con los años, pero la ciudad si, crece y progresa pero manteniendo muchos de sus valores aun intactos.


Entrevista: Gabriel E. Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas
Fotos: Gabriel E. Colonna

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