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Lucas Derendinger es Lucalincho
Lucas Derendinger es Lucalincho
Sociedad
16 Mar 2011

Lucalincho, el payaso de Castelar

No hay luces que lo iluminen directamente ni el escenario está delimitado, tampoco hay altura que lo separe ni aleje del público. Sin embargo, existe una luz que le determina cuando puede realizar su show y cuando debe hacerse a un costado. Una fuerte luz roja precedida por una amarilla y otra verde.
Lucalincho, como prefiere presentarse, cada tarde les regala su espectáculo a los automovilistas que son atrapados por el semáforo de Sarmiento y Santa Rosa.
Solo armado por un trío o dos pares de clavas y todo su ingenio logra conseguir en sólo 50 segundos aquello que les puede llevar toda una función de teatro a otros: Una sonrisa, una carcajada y un mejor día para quien se lo topó en esa esquina.

“Yo me considero artista callejero. Hago circo, entretenimiento clown, malabares… artista callejero” expresó al grabador de Castelar Digital. Desde hace 6 años alegra las tardes en el semáforo del famoso local de comidas rápidas de Castelar.

Lucas Derendinger, tal el nombre que porta su DNI, cambió sus estudios de Diseño Gráfico y un trabajo formal por mostrarle su arte a todo aquel que quisiera verlo. Pero su vocación por el espectáculo comenzó mucho antes de que se diera cuenta cuál debía ser su destino: “De chico, a los doce años conocí a unos hermanos callejeros de Mar de Ajó, los hermanos Choclovich, los miraba con tanta admiración que los veía y me decía, ‘de grande quiero ser como ellos’. Después crecí como una persona común, con responsabilidades, trabajo. Terminé el secundario estudié diseño gráfico, tenía un trabajo estable… De un día para el otro con un compañero mío que era artesano nos fuimos a la costa a probar suerte, nos fue muy bien. Y cansado de la ciudad, el estrés de la UBA y el trabajo, me fui con un amigo de mochilero a Misiones a vender artesanías, a ver qué nos pasaba. Yo ya hacía clavas, sabía hacer malabares. Y como nos iba muy mal con las ventas en Misiones, un pibe me dijo, ‘¿porque no te ponés en el semáforo?’”.

“Con mucha vergüenza me paré, dejé pasar un par de semáforos hasta que agarré el primero, hice mi show y no largué más. Me acuerdo cuando hice ese primer semáforo, dije: ‘esto es lo mío, esto es lo que me gusta’. Y me acordé de mí -a los 12 años- cuando miraba a los hermanos de Mar de Ajo” rememoró.

Tras su paso por la provincia del norte, volvió a su Castelar natal siendo otra persona, ya era Lucalincho y quería demostrarlo en su ciudad. Sin embargo, comprobó que no podía limitarse a los malabares, sumó a su espectáculo herramientas propias de los payasos: “al no ser gran malabarista decidí sumar cosas del humor. El tropiezo, mirarme en un vidrio, usar las clavas como si fueran otras cosas; un teléfono, un telescopio”.

Ante los consejos de sus compañeros de semáforo comenzó a tomar clases de clown y teatro. Lucas comenzó a abrirse camino en un mundo nuevo, distinto al del diseño gráfico que conocía. Desde entonces participa en un taller de entrenamiento para payasos e improvisación teatral en el Centro Cultural San Martín en la Ciudad de Buenos Aires y proyecta sus espectáculos a otros escenarios. “Todos los veranos nos vamos a la costa. En la costa el público se renueva todos los días. Siempre hay gente nueva para entretener. Primero tenés que buscar a la gente, llamarla, conseguir un grupo.  Es complicado, la peatonal es complicada. Y después hacer el show, la gente te conduce el show y te lo va haciendo diferente cada día, tenés que prestar atención sobre  qué parte los haces reír y vas viendo cómo vas llevando a la gente, para que entre en clima. Llega un momento en que levantás una mano y la gente se ríe y depende de la confianza que logres construir”.

Según el artista, parte del desempeño del payaso o el malabarista depende del entrenamiento, cuan preparado esté para dar respuesta al público: “El clown es siempre como un nene que está creciendo, sin responsabilidades, se anima a hacer de todo. El nene que se le rompe un vaso, mira a los padres para ver que pasa, que le van a decir. El clown es igual, ‘voy a hacer este chiste’ se dice y cuando lo hace, termina y mira a la gente para ver si le gustó o no le gustó. Todo el tiempo es un mundo nuevo a descubrir”.

Si bien los malabares que realiza bajo el semáforo de Sarmiento y Santa Rosa son su fuente de sustento económico, afirma que su principal alimento, aquello que lo empuja a seguir cada día y lo impulsa a buscar nuevos desafíos y escenarios, es la sonrisa y el aplauso de quienes quedan detenidos por la luz roja. “La gente se la ve triste, apurada, se estresa mucho, de la nada poder sacar una sonrisa es lo que más me llena, es lo que más me motiva. Los nenes que pasan todos los días y me saludan como si fuera un amigo de ellos… ya son 6 años y conozco mucha gente. Yo no me considero malabarista, hago malabares porque tengo que hacer algo, pero trato todo el tiempo de hacer el chiste, en los 50 segundos que dura un semáforo, si logro sacar una sonrisa ya está. En los shows el aplauso final es lo mas lindo, es lo que mas llena al artista”.

Repartió su infancia entre las calles de Castelar, las cercanas a la escuela 7 donde hizo la primaria, y las de Ituzaingó, las cercanas al Aupi donde cursó la secundaria. Inclusive realizó un taller de improvisación, a cargo de Raúl Granados en la Unión Vecinal Arias y Jonte (ubicada en Lincoln 777), y  hoy presenta su espectáculo a pocas cuadras de su casa, pero espera poder llevar su show más lejos: “Santa Rosa y Sarmiento es mi lugar, pero mi idea es empezar a abandonarlo, quiero volcarme al teatro callejero. El semáforo me hizo muchísimo, pero llegué a un punto. No quita que vuelva, estoy todas las tardes. Es casi como un trabajo, pero no lo es; es mi pasión, en la que me pongo de una hora a otra hora, como otro que va a su trabajo” sintetizó Derendinger.

La entrevista finaliza, mientras Castelar Digital acompaña a Lugarincho hasta “su” semáforo, donde se lo puede encontrar cada tarde. “En el semáforo es un espectáculo de unos segundos, pasan dos horas y se olvidan, pero los alegraste por un rato. También agarrás a la gente mas humilde, el hombre que estuvo pintando todo el día o el que viene con la pala atrás, es como que lo disfrutan más, es un espectaculito de 50 segundos” finalizó Lucas.

Con su arte, su virtud con las clavas, y con la cuota de humor, transforma la ciudad y un viaje, quizás monótono, en un show, en una pieza de teatro y malabares y obliga a la ciudad a convertirse en un especial escenario a cielo abierto.

Entrevista: Gabriel Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas

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