"LA PALOMA" por Alberto J. Dieguez
Don Antonio era una persona de origen europeo, muy educado, ceremonioso, de firmes convicciones religiosas, que habitaba en el quinto piso del edificio junto a su esposa, una señora que venía sufriendo una enfermedad que la mantenía en cama, la mayor parte del día.
Hacía un largo tiempo que no se veían. Al unísono, ambos extendieron las manos para saludarse.
Inmediatamente, Don Antonio le comentó a Gustavo que hacía una semana había fallecido su esposa. Lo dijo con vos calma, con un cierto grado de conformismo.
La cara de Gustavo fue un poco de sorpresa, de asombro. Para sus adentros pensó en la poca comunicación que existía entre los vecinos. Si no hubiese sido por ese encuentro, vaya a saber cuándo se hubiera enterado de la noticia. Ni un comentario de algún otro vecino; ningún aviso en la cartelera del consorcio!
Don Antonio prosiguió su relato
El se encontraba en el dormitorio, sentado en la cama junto a su mujer, cuando en una saliente de la ventana cerrada, desde la que se divisaban las copas de los árboles y las otras torres del barrio , se posó una paloma, que pasó un largo rato en el lugar, picoteando de vez en cuando el vidrio de la ventana. A Don Antonio le llamó la atención, pero no atinó a levantarse de la cama y se quedó observándola junto a su esposa, cinco, diez, quince minutos, hasta que esta levantó vuelo y se fue.
No hicieron comentarios, no buscaron en ese momento ninguna explicación. Pero tampoco era común que algún pájaro se posara en el dintel de su ventana. Por lo menos no lo recordaba o no lo había visto con anterioridad.
Al día siguiente su esposa moría. Don Antonio dijo como confesándose: - la paloma era la Virgen María, que había venido a avisarle de su partida. Su voz era serena, sin la menor duda de que había sido así. ¡Ni una lágrima se le cayó mientras lo contaba!
Quedaron silenciosos los dos. Solamente se oía el trinar de los pájaros. A Gustavo se le antojó que sus palabras transmitían sorpresa y al mismo tiempo felicidad. Y eso lo reconfortaba espiritualmente, le servía de consuelo, ante la pérdida que le tocaba vivir. ¡No habían lágrimas en sus ojos! ¡Ni una sola¡
Gustavo se despidió de él con un abrazo. Qué decir en ese momento. ¡Alguna frase de alivio! ¿Para qué? Si él hombre ya tenía su explicación y había sido tanto él como su mujer, bendecidos por la Virgen. Todo lo que se pudiera decir, era insignificante. Sus sentimientos, no necesitaban de frases hechas; ni de piedad, ni de otras explicaciones. ¡Eran innecesarias!
Cada uno siguió su camino. Mientras caminaba al encuentro del ascensor, el ingeniero continuó pensando en la paloma que se posó en el dintel de la ventana.
Subió al ascensor y marcó del botón del 7º piso.
Pensó que la paloma se encontró con su imagen reflejada en el vidrio transparente y creyó ver en ella a un rival. Al picotear el vidrio, está peleando a la otra ave adversaria de su misma especie. Sabía que en ese comportamiento agresivo intervenían factores climáticos, hormonales, el período de reproducción, a veces lo hacían por simple curiosidad, esperando que el otro reaccionara.
Sea de una forma u otra, estas explicaciones no le servirían de nada al vecino, que como europeo cree en supersticiones ancestrales, en mensajeros mitológicos; en los signos que presagian en algunos casos malas noticias, desgracias; en otros, buena suerte, futuros venturosos.
Desde épocas remotas los pájaros de todo tipo – urracas, búhos, cuervos, palomas, golondrinas - eran los heraldos de los Dioses. Pero los tiempos cambian y en épocas de derechos igualitarios e inclusión social, incorporar a una Virgen , no está tan mal. ¿Por qué ese derecho a anunciar, debía ser solamente de los Dioses?
Castelar, 8 de Marzo de 2019.
Alberto J. Dieguez
E-Mail: albdieguez11@gmail.com