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Sociedad
20 Abr 2015

Susan Le Rose: "El agua y el fuego son cosas creativas"

La artista contó a Castelar Digital los secretos de su pintura. "Vos estás hablando conmigo y yo te estoy mirando y viendo los colores". El aprendizaje y la enseñanza de un legado colmado de colores y matices.
Cuadros, pinturas, dibujos, colores y facciones. Rostros, cuerpos, expresiones y miradas. La mano de Susan Le Rose se mueve sobre el lienzo siguiendo la idea, marcando líneas y tonalidades. Pintora desde su más temprana infancia el arte marcó su vida y le señala el pulso y camino a seguir.

Su curriculum la presenta como expositora, directora de arte, especialista en barroco, realista impresionista. Especialista en lápiz, oleo, acuarela, sepia y carbonilla. Retratista, etc. Sus trabajos se exponen en Argentina y el mundo, tanto en galerías y muestras como en oficinas, instituciones y despachos. En Castelar presentó sus trabajos en Galería Pi-teo, el colegio Alberdi y la escuela 75 entre otros.  Pero su arte se basa en la mirada, en lo que capta y plasma en sus obras. “Me encanta la parte humana, vos estás hablando conmigo y yo te estoy mirando y viendo los colores”, ejemplifica ante las consultas de Castelar Digital. Susan Le Rose lidera un taller de pintura y arte que lleva varias décadas formando artistas y profesionales en Castelar. “Me gusta todo lo barroco, Velázquez, Murillo… Lo mío es realismo y surrealismo, mezclar esas dos cosas. El agua y el fuego son cosas creativas y trato de unirlas. No te hablo de que es un realismo entero el mío, a veces me gusta más lo que es surrealismo, está entre esos dos”, categorizó su disciplina.
Su dedicación a la pintura nació a los 5 años, o al menos en esa etapa fue descubierta: “yo pintaba los pisos, las paredes, tuve la dicha de que un oculista le dijera a mi mamá, ‘esta chica algo le está pasando’. Entonces me traía telas y pinturas para que creara. Yo empecé de chiquita a pintar. Recuerdo que cuando enfermé, de chica, el médico de Lugano no le cobraba a mi mamá, se llevaba mis cuadros como pago. Eran chiquitos, pinturas de paisajes y de animales. Pasa el tiempo y voy al consultorio de él ya de grande. Me apoyo en la pared y me encontré con todos los cuadros enmarcados”, recordó de sus inicios y continuó, “dibujaba cuerpos, rostros. Me llevaban a la basílica de Luján y dibujaba la virgen de lujan porque me quedaba en la mente. También tallaba tiza. No se usaba mucho tallar en tiza, era una rareza pero era impresionante. La gente me traía las tizas de Europa para que las trabajara. Entonces me vinieron a ver del programa de Pipo Mancera, para que vaya a la tele, pero como era gordita no me quise presentar”.
Durante los años de escuela, su pasión por la pintura se chocó con los métodos clásicos y convencionales de enseñanza. Sus cuadernos, cargados de garabatos, bocetos y figuras, poco mostraban de sus clases de matemáticas o historia. “Era curiosa, constantemente en la búsqueda de todo lo que sea cuerpos. En la secundaria las monjas no me podían hacer estudiar. Una monja que veía que no quería estudiar matemática, ni historia, me ponía paneles para que dibujara, entonces interpretaba todo. A ellas les quedaban los paneles, y yo adquiría la experiencia. Ahí me di cuenta que mi vida no era normal, en comparación con otros chicos”.

Con los años, Susan refinó su técnica y su manera de concebir sus obras. Su marido, especializado en dibujo técnico le aportó una herramienta que adoptaría rápidamente, la fotografía. Hoy su método se basa primero en la toma fija de aquello que quiere pintar, y luego, basado en esa instantánea nace el cuadro. “Con mi marido nos complementamos, con él entra la fotografía en mi mundo. Primero incursioné en la fotografía, necesitaba a la gente quieta para poder pintarlos. Mi marido sacaba la foto y yo hacia la composición. Hacíamos dibujos y de ahí sacábamos. Muchos de mis dibujos famosos nacen desde una foto. Es la producción con una foto y de la foto a la pintura. La gente viene a ver la tridimensión que uno puede lograr con una fotografía. De algo chico a un tamaño grande”.

De sus producciones destacan aquellas con retratos, con la figura humana y los rostros como principal objeto. Los títulos son autorreferenciales y algunos son autorretratos. Producciones como ‘La rosa del oeste’, ‘La mujer de blanco’, ‘la Mujer de rosa’, son las más reconocidas.

“Yo necesito agarrar el lápiz, tengo carpetas en lápiz con trabajos sobre mi hija, mi marido, el perro, los gatos. Lápiz, lapicera, lo que venga, no puedo estar sin hacer algo. Una vez, en Italia, mis sobrinos no tenían nada para pintar. Tenía yerba, vino, café, hice una obra maravillosa, hice unas uvas… uno busca cualquier elemento para poder expresarse. Usé lo que tenía, Té, café, vino, lo usé como tintas. Acuarelas me encanta. Carbonilla, todo lo que sea sepia”, explicó sobre su necesidad y gusto de hacer arte.

Las influencias y los gustos también la acompañan a la hora de pintar: “Pintor que me gusta mucho es Juan Lascano, y otro que me gusta mucho pero se fue a México, Ricardo Celman.  Llegué a ellos, porque cuando exponía mis trabajos, también exponían ellos y adoraban a este chico, que los primeros cuadros los vendía a 500 pesos recuerdo. Ahí conocí a Celman, a Lascano no lo conocí personalmente, es de Córdoba. Lo conocí en los libros, más que en los eventos, a Lascano lo estudio, tiene un método muy bonito de un polvo rojizo. A mí me gusta más la tiza pastel para hacer un rostro, antes de óleo. Te da la sensación… lo pinto en pastel y después al óleo, es distinto a otros elementos, es una sensación linda. Eso estudio, rostros y elementos”.

 Su casa y su taller son su templo. Allí crea, enseña y vive. “Trabajo mucho acá, me encierro. Me inspiran las personas, los animales, es un sinfín, es una rueda, yo ya no tengo vida propia, tengo vida con la gente. Hay días que arranco a las 8 de la mañana con gente, corto para comer y sigo con gente. No vivo del arte, el arte vive de mí, es de corazón”.


Aprendizaje


Además de su vocación y don para con la pintura, Susan fue nutriéndose de otros pintores, maestros y docentes. “Hice un poco en bellas artes, pero no duré mucho. Porque soy una persona que para que me enseñen a mí es difícil, porque es como que yo ya lo sé, mi educación fue más bien no formal. Tuve la dicha de viajar a Italia, en el 78, iba a los pueblitos únicamente a ver a los pintores que pintaban las fotografías. En los pueblito no llegaba nada, sur de Italia. Era un lugar en Italia que me encantaba, y el taller de este señor  tenía como butacas y mesitas para hacer dibujo y pintura. Tenés qué ver cómo enseñaba. Esa enseñanza sí la adquirí muchísimo”.

“También estuve con un pintor que es médico y profesor de bellas artes, en Italia, en Roma. Conviví con la hermana y podía estar con los cuadros que él hacía, fue cuando vine y noté que al óleo yo no le ponía esmalte, dejé de ponerle barnices. Se oscurecían muchísimo. Me la pasé estudiando, mirando los colores que estén bien puros. Quería que los colores no se apagaran, tratamos esas cosas técnicas del óleo, que esté bien brillante, si vos haces una veladura, se notan los tonos en un rostro. Veladura es un diluido del óleo para darle suavidad a los rostros. Muchos profesores no lo enseñan. Ponele que vos tenés que hacer un dibujo de grandes pintores venecianos. Ellos cuando hacían los paisajes de Venecia, hacían una buena veladura al final, sino se le hundían las casas. Hoy los pintores modernos no lo hacen. Yo lo doy, pero ya no es lo que a mí me gusta”, recordó sobre quienes fueron sus mentores.

Un vecino de Morón se transformó casi sin querer en un tutor y quién le enseñó técnicas de otra parte de Europa, técnicas traídas de generación en generación transportadas en la experiencia. “había un hombre que se llamaba Paco Pico, que estaba en la mueblería frente a la Municipalidad. Era un andaluz que hacía rostros. Él hacía rostros y yo hacía rostros frente al Banco Credicoop, en el año 92. Él hacía en blanco y negro en carbonilla. Y yo hacía en color, en acuarela. Él pasaba y se quedaba mirando, hasta que un día se presentó. Hacía unas cosas maravillosas, y empezó a hacer caras, se guió por una revista. Tenía en la mueblería gente hasta afuera esperando para que les hiciera su  retrato. Antes no se veía que dibujaran rostros. Él quería aprender a color. Yo quería la técnica de él. No tenía capacidad de la construcción de la cabeza, las hacía muy grande, yo le decía que no, que sea de 20 centímetros. Vino durante un mes y nos enseñamos la técnica de cada uno. Un día no vino, había muerto. El hombre aprendía conmigo el color, y yo aprendía de él, era un técnica andaluza, hacía los volúmenes increíbles, le venía de adentro”, rememoró.


Enseñanza


Las técnicas aprendidas en Europa, como las desarrolladas por ella misma, las enseña hoy en su taller de la calle España. Es el legado que transmite desde aquellos autodidactas europeos a sus vecinos de Castelar.

“Me decían que no había que enseñar a quien no tiene facilidad, yo digo que si, hasta la persona que viene y no dice nada enseñale el horizonte, el punto de fuga. Personas mayores, le empezás a enseñar los parámetros principales del arte, y es buenísimo como trabajan, como aprenden, con dibujos en lápiz”.

Su casa taller es el punto de reunión y de creatividad elegido por sus alumnos: “Trato de tener diez, quince alumnos, puedo tener 20 pero ya se me complica, dos días necesito dejar para mí. Tengo cuadros que tienen que salir. He llegado a tener 37 chicos, mas los padres y no te digo los abuelos! Cuando ponía volantes en el Club Argentino se me llenaba, cuando ponía en la Universidad de Morón también. A veces me toca el timbre gente que tiene un talento! Hubo gente que vino llorando para que aceptara un nene, porque tienen talento. Acá entran de 18 para arriba porque hago cuerpos y puede haber desnudos. Chicos trato de mandárselos a otra persona, acá es para adultos. El taller antes lo tenía en un galpón. Tenía mesas largas, se llenaba terriblemente, ahora trato de que no. Primero por el sistema de vida que tenemos, trato de tener cinco personas por grupo. Tengo una alumna que me ayuda, la que sabe más me asiste. Los alumnos que vienen acá no son alumnos de uno o dos años, vienen de diez años sin faltar. Tengo médicas que son buenísimas, porque como les gusta todo lo que es el cuerpo humano, están chochas con eso! Tengo chiquitos, de 19 y 18 años, que son una luz. Tengo chicas también que llevan 10 años estudiando, que hoy hacen diseño gráfico, o publicidad, son discípulas”.

El legado de Susan y de sus maestros se ve en los trabajos de sus alumnos. Desde hace décadas, en distintos puntos del oeste del conurbano, y en los últimos años desde su casa, es ella ahora la mentora de los futuros artistas de Castelar. “El concepto de la enseñanza lo tenemos adentro, hay que sacarlo afuera”, finalizó.

Entrevista: Gabriel E. Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas
Fotos: Gabriel E. Colonna

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