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Rincón Literario
6 Abr 2018

"Cambio de época" por Alberto J. Dieguez

La Universidad, copiando rituales académicos de otras casas de estudio, de Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, dio vía libre para que cada una de sus Facultades y Escuelas Superiores establecieran una fecha al año, para realizar una recepción de bienvenida a los nuevos docentes, sin la escenografía y con la austeridad propia de estas tierras.
Desde hacía 20 años, la Facultad venía realizando en la primer semana de marzo, un acto de presentación de los profesores que ese año se incorporaban a la institución. Como la rotación de docentes que se retiraban y los que los reemplazaban era alta, todos los años había actos de recepción, en los que se presentaba al nuevo docente, se  leía el curriculum del nuevo profesor y este recibía un diploma que lo acreditaba como docente. Terminado este tedioso formulismo, uno de ellos en representación de todos los demás expresaba unas breves palabras de agradecimiento.  Terminado el acto los alumnos, los antiguos alumnos, docentes y autoridades realizaban un asado de camaradería.

En la Facultad se había constituido una comisión para organizar el asado de recepción, momento  que  se aprovechaba  para agasajar a los alumnos que se graduaban ese año. 

Este ritual se venía cumpliendo escrupulosamente, año tras año, hasta el año pasado en que por razones económicas, se decidió incluir una entrada de pizza de mozzarella que saciara el hambre de los comensales, para luego seguir con austeras porciones de asado. Las críticas no se hicieron esperar y este año, la comisión debía proponer una solución que estuviese al alcance de los bolsillos de todos.

Por esta actividad, la comisión no recibía ningún apoyo económico de la universidad, así que debían contar con sus propios recursos y la crisis económica alcanzaba a todos. Era el momento de hacer uso de la creatividad y del ingenio, para organizarlo decorosamente.

Juan propuso realizar la fiesta de la empanada y argumentó que si  las empanadas eran de gruyere y cebolla y las acompañamos con un Gran Reserva Federico o con un blanco Rueda Verdejo, el éxito estaba asegurado.

- ¡No, no, si se trata de blancos no hay como los riojanos Prado Enea, replicó Manuel.

Julián salió al cruce de estas recomendaciones.

- Dejen tranquilos a los vinos españoles, yo me quedo con los franceses. Probaron el Côtes-du-Rhône Rouge, es el mejor tinto del mundo.

A estas alturas, se había desatado entre el grupo una verdadera competencia, acerca de quién conocía más de vinos, la que fue interrumpida ásperamente por Claudia.

-  Cómo se nota que ustedes dos estuvieron trabajando varios años en el ministerio. De ahí salieron expertos en vinos, en salmones y jamones pata negra.
- Que queres, si teníamos que agasajar a visitantes, que tomemos tetrabrick y comamos sandwiches de mortadela?
- Dejala a esta, lee mucho a  los medios concentrados.
– Se muy bien lo que hicieron ustedes ahí dentro. Uno o dos asados a la semana; dos o tres catering por día. Pura joda.
- Basta, basta, párala vos, se escuchó decir a uno de los integrantes de la comisión, con tono alto y de indignación.
Catalina tomó la palabra: Yo propongo que compremos unas hamburguesas gourmet, cada una representa a un barrio porteño y son cien por ciento artesanales. La Palermo viene con un vagón de carne vacuna, cheddar, panceta, cebolla, huevo y barbacoa. Y la Recoleta con rúcula,  cebolla caramelizada. brie y barrionesa de aceto). Cualquiera de estas dos, son una delicia.

Daniel intervino. Yo fui el otro día a Indiana y son espectaculares. La Whisky Burger viene con Jack Daniels, cheddar gratinado, tomate, lechuga, aros de cebolla y panceta.

- En el rey de los Fish & Chips, también hay variantes originales como las hamburguesas de cordero y lenguado y la cocina británica para todos y todas. Hay una hamburguesa de cordero con cheddar, panceta, verdeo, rúcula y cilantro en pan artesanal y otra de lenguado con mayonesa de palta, que son la locura. Que me vienen ustedes con el asado!

Habían transcurrido más de tres horas y el tiempo se había ido en discusiones, sin haber podido arribar a algún consenso y menos aún sentar las bases para organizar el evento.
Jacqueline, la profesora de Sociales,  comenzó a despedirse.

-  Adónde vas Jacqueline  con esa valija.
-  A la fiesta de Harry Potter Book Night, que se hace en los jardines de la Embajada Británica.
-  Y de que va eso ?
-  Es una fiesta de disfraces, de juegos, de concursos, que yo no me la pierdo por nada del mundo.
-  Y de que te disfrazas Jacqueline ?
-  En la valija llevo todos los elementos: la peluca negra, la capa verde esmeralda, los lentes cuadrados, un broche escocés , una varita de abeto con núcleo de corazón de dragón,  para disfrazarme de Minerva McGonagall, la animaga, Profesora de Transformaciones de Hogwarts, jefa de Gryffindor, miembro de la Orden del Fénix y más tarde directora de Hogwarts. Julia dijo todo esto con voz firme, con una fuerte convicción del papel que debía asumir en la fiesta de la embajada.

Mientras explicaba, su rostro mostraba satisfacción. Se sentía embelesada y buscando en su valija sacó el Sombrero Seleccionador de terciopelo negro, copa alta terminada en punta; ala ancha y pluma de ganso blanca, y se lo colocó.

- Donde conseguiste ese sombrero de pico, le preguntaron al unísono, con asombro.
- Cuanto te salió eso ?
- Lo compre por Mercado Libre y lo pagué barato: 100 dólares.
- Pues vamos todos a la fiesta. Te acompañamos Jacqueline.
Juan se deslindó inmediatamente. Conmigo no cuenten. De aquí me voy a ver el partido. Hoy jugamos con Racing.
 - No, no pueden venir, dijo Jacqueline. Tenían que inscribirse con anticipación e ir disfrazado de alguno de los personajes de Harry Potter. Alzó su brazo y se despidió con un movimiento de mano. Chau, chau.
   
El viejo profesor había seguido los intercambios de idea, los diversos intereses y propuestas,  las polarizaciones, con suma atención, pero no había intervenido.  Era evidente que el hecho de querer hacer algo económico, solo era una excusa. ¡Simplemente ellos no querían hacer el asado!

Al Doc lo sorprendió la pasión que todos ponían en cuestiones gastronómicas, la pasión y el conocimiento profundo y exhaustivo, la sabiduría sobre bebidas.  Nunca los había visto así. La distancia entre esta pasión y la pasión por el estudio, por el conocimiento, era abismal.

Pensó en la vulgaridad y la decadencia que había hoy día en las universidades y en el facilismo que había en las universidades en las que él trabajaba. Esta no era una época de apogeo intelectual, ni científico, ni cultural. Por el contrario, prevalecía lo farándulesco, las contiendas, las disputas, las peleas por cuestiones nimias.
El Doc -como todos lo llamaban- decidió poner fin a esas discusiones. Era evidente para él, en que estábamos ante un cambio de época.

Dirigiéndose al grupo manifestó que el asado había sido un icono en la Facultad, tendiendo a fortalecer la comunidad universitaria y las relaciones entre docentes, estudiantes y antiguos alumnos.

El asado sobrepasa lo meramente gastronómico y constituye una ceremonia cultural, un espacio para compartir, pero que ante la negativa de la mayoría en hacerlo este año y a la falta de viabilidad de las otras propuestas, él sugería hacer una picada con salames tandilenses, quesos de Suipacha y unas Quilmes,  ágape al alcance de todos los bolsillos, rápido, sencillo y sobre todo autóctono.

La propuesta fue aceptada. El viejo profesor se retiró pensativo. La universidad había cambiado mucho; los intereses de los alumnos también. Todo era más light, más decadente. Recordó la conversación mantenida con el Rector de una de las universidades donde dictaba clases, cuando este le dijo: “Nosotros en esta universidad, no queremos generar frustrados.” Y él estuvo a punto de replicarle, que por eso todos aprobaban como si fuesen Einstein.  Al recordar esto, el viejo profesor sonrió.

Sí, la propuesta de la picada no estaba mal, era una solución apropiada,  algo rápido como para salvar las circunstancias, no perder el tiempo y limitar las discusiones derivadas de las grietas ideológicas, culturales.
Mientras conducía el automóvil hacia su casa, pensó en esa época de oro de Buenos Aires: en el Instituto Di Tella; en Borges, en la Revista Sur, en la Universidad de Buenos Aires, en la Revista Sagitario, en Romero Brest …
Prendió su receptor de música y sonaron los primeros acordes de la Sinfonía No. 3 de Brahms.

La frase del filósofo español Ortega y Gasset, de su obra Meditaciones del Quijote, “Yo soy yo y mis circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo,” comenzó a repiquetear en su cabeza una y otra vez.

Alberto J. Dieguez
6 de Abril de 2018.
E-Mail: albdieguez11@gmail.com

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