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Emprendedores
27 Sep 2016

Luzmari: 45 años entre camas, cunas y cochecitos de bebé

Uno de los comercios que durante más años se ha mantenido en su rubro cuenta los secretos y virtudes de las cunas y moisés de la ciudad. "Castelar sigue teniendo su espíritu de comunidad", dijo Willy, su dueño, a Castelar Digital.
Iniciar un emprendimiento, una idea que puede ser el oficio, la vocación y la salida laboral de toda la familia, puede ser una ardua tarea, satisfactoria pero siempre con riesgos. Los emprendedores llevan consigo la incertidumbre del futuro pero la garra puesta en el presente para concretar su sueño. Castelar, como la mayoría de las localidades, ciudades y pueblos del país, tienen sus emprendedores: aquellos habitantes que con su labor diaria le dan fomento a un barrio, que con su comercio y sus propuestas pueden delinear el porvenir de sus vecinos.

Con edificios, cientos de comercios que ofrecen y abastecen con todo tipo de productos, con miles de habitantes y una infinidad similar de vehículos, es difícil imaginar en la distancia cómo era Castelar hace más de 40 años, cuando apenas alcanzaba el status de ciudad por superar los 30 mil habitantes. Esa cifra diminuta comparada con la actual, que la supera en varias veces, no dejó de crecer mientras los vecinos también crecían con el barrio. Hoy no existen terrenos baldíos, en los comienzos de la década del 70 no existían edificios.

Castelar era otro, pero en su perfil la familia Funcia supo ver un espacio comercial que aún no había sido explotado. Lo que era un negocio para una familia estaba directamente relacionado con el crecimiento de la ciudad. Desde 1971 Luzmari ofrece muebles y rodados para los más chicos habitantes de zona. Cunas, camas, cochecitos de bebé y todo aquello que necesite el infante, desde el comienzo de la ciudad.

“Nuestro comercio comenzó en Segunda Rivadavia el 24 de Julio de 1971”, explicó a Castelar Digital Guillermo Funcia, o Willy, como lo conocen sus amigos. “Comenzamos con mi padre y mi madre. Después se integró mi señora, al año y medio después. También tuvimos vendedores y proveedores”, destacó.

Donde hoy se ubica, en un solar que databa de fines del siglo XIX, Luzmari comenzó a funcionar para brindar productos de calidad a los vecinos y nuevos habitantes que elegían Castelar para vivir. Las familias que se instalaban en la zona, que poblaban con sus propios hijos cada barrio de la ciudad, tenían a metros de la estación el comercio donde encontrar las cunas, camas y rodados que necesitaban para sus bebés. “Trabajamos mucho con la Cantábrica, gracias a ellos nosotros proveíamos a los barrios que iban surgiendo, que se iban creando. Proveíamos a todo el barrio Pintemar (Ituzaingó), a toda esa zona…  la juventud se estaba formando; compraban terrenos, se hacían su casa, el barrio se fue incrementando en toda esa zona. Se estaba loteando todo y no había una cuadra que nosotros no le proveyéramos de nuestros productos. Cunas, camas, moisés. Estos últimos eran los que más trabajábamos y éramos conocidos por los moisés que traíamos. Rodados, todo nacional, distintas marcas, todo lo vendíamos nosotros”, relató el vecino de lo que fueron aquellos años.

La aventura de Castelar

Ricardo Funcia, el padre de Willy, tenía su comercio en la Ciudad de Buenos Aires, en el corazón del barrio de Montserrat, a no más de seis cuadras de la Casa Rosada. “Mi padre había sido confeccionista, muy conocido en el rubro, pero era confeccionista y se desenvolvía en todo el tema ‘ropa’. Había tenido en su momento lencería y después se abocó al rubro ropa infantil. Mucha gente se hizo con él pero debió dejar de ser confeccionista y se dedicó a la compra y venta de ropa. El motivo del cambio fue muy duro para mi papá, fue muy perseguido por el gobierno de Perón. Como él era radical, con mucha sangre, había cosas que no le gustaban y no se avenía, era de ir a los mitines, de ir muy de frente…. Un día dijo: el taller termina conmigo o yo termino con el taller”.

La familia tenía su casa en Villa del Parque, pero Ricardo había adquirido en la década del cuarenta una vieja propiedad en un pequeño y despoblado pueblo hacia el oeste de Buenos Aires. No lejos de la estación, los Tissi poseían una propiedad antigua, tanto que aún conservaba una maltrecha caballeriza.  “Era una propiedad de 1890 que estaba donde ahora está nuestro local y "la esquina de las copias" (Segunda Rivadavia y Mercedes). Acá era todo terreno. Las paredes son de 45 centímetros, sin columnas y no encontrás una rajadura. La casa era un primer piso y después una losa más arriba, los ambientes son altísimos. Era la propiedad de campo de la familia Tissi, que fueron quienes la construyeron. No hay otras construcciones de la época, en la zona esta sólo el castillo del Colegio Inmaculada. Mi papá la compró a los sgundos dueños que no la habían terminado de pagar y el banco se la remató en 1942. En el fondo había una especie de caballeriza y un estacionamiento de carruajes… que hoy sigue siendo estacionamiento”, rememoró Willy.

La década del 70 había poblado las manzanas cercanas a la estación y la propiedad ahora tenía una inmejorable ubicación. De frente a la vía y dándole la espalda al Club Argentino de Castelar. Pero el emprendimiento no fue fácil de encarar porque incluía que los miembros de la familia vivieran en un lugar tan distinto como Castelar, sin las comodidades ni ritmos de la gran ciudad. “Mi papá compró esta propiedad como una inversión y 30 años después se le ocurrió poner un negocio… no en ropa, sino en muebles. Cosa que me pareció una locura en su momento, no entendíamos nada, era empezar de cero. Nosotros teníamos una sucursal en Mar del Plata, de ropa, esto fue una cosa muy sacrificada: nadie nos conocía y nosotros no conocíamos a nadie, ni carpinteros, nada, era empezar muy de abajo. Porque nadie nos fiaba, nadie nos daba nada, retirábamos los muebles previo pago, no había ningún contacto ni conocimiento de ellos ni de nosotros. A través del tiempo vieron como procedíamos y empezaron a darnos crédito y empezamos a evolucionar”.

Con 30 años de vida Willy se encontró en un pueblo desconocido y en una edad en donde iniciar amistades no es fácil, o al menos no es común: “Castelar era tranquilo, excesivamente tranquilo para mi gusto, era una tranquilidad que le decíamos el campo. Me costó un año y pico adaptarme a Castelar. Después me asocié al Club Argentino de Castelar y ahí cambió la cosa. Yo estaba acostumbrado al club SITAS de El Palomar, pero tenía otras amistades, otra forma de vida; más ágil, totalmente distinta a cuando llegamos acá. Así fue como conocí a mi señora también, acá en el Argentino. Y ahí fue, empezó todo un cambio también en mí. Muchos de nosotros nos conocimos en el club, me hice muchos amigos, conocí mucha gente. En el Argentino iba a natación, siempre me había gustado nadar y después toda la vida jugué al tenis. Pero no había cancha de tenis acá… cuando yo jugaba al tenis te podían decir de todo, te gritaban. Yo empecé, con 13 años y a la raqueta la llevaba escondida cuando iba al club de El Palomar, porque me daba vergüenza, te gritaban de todo, era una época que era así”.

 “A mi mujer la conocí en el Argentino, nos conocimos y nos casamos en nueve meses, fue impacto total. En los festivales de primavera del 72 me acuerdo que fuimos disfrazados, dimos la vuelta, fuimos caminando hasta el club, de eso me acuerdo, hay fotos. El lugar se ponía muy lindo, los desfiles. Era muy familiar todo. Eso me hacía sentir bien en el ambiente. Yo iba a cumplir 30 años cuando llegué acá. Ya se hace cada vez más difícil entablar relaciones con uno, con otro. A medida que uno se va haciendo grande las relaciones se van haciendo más difíciles de hacer. Pero me aceptaron muy bien, no tuve problemas para nada”, destacó el vecino.

El desafío comercial y el legado

La vidriera y el salón de Luzmari presenta distintos muebles y rodados destinados a los más chicos. Las cunas y moisés, con sus colores y distintos accesorios compiten con cochecitos que lejos están de aquellos primeros que se ofrecieron a través de esas mismas ventanas hace ya 45 años.

Cunas funcionales, roperos, chifonieres, cómodas, rodados y hasta algunos juguetes, siempre relacionados a la habitación del bebé. En un comienzo todo producido en la zona, en la actualidad, y tras los vaivenes económicos y productivos del país, sólo algunos muebles se construyen en reducidos talleres cercanos. Los rodados son importados, casi ninguno se fabrica en la Argentina.

A pesar de los años y los cambios, hay un artículo que sigue liderando las ventas desde hace más de cuatro décadas, la cuna funcional: “siempre está a la cabeza, hace años que viene bien, aunque al principio me costó mucho. La primera vez que lo traje, mi padre me decía,  ‘¿Cómo se te ocurre traer semejante cosa acá?’. Hemos vendido cientos. Cuando traje la primera teníamos poco espacio, yo la traje como una revolución, me pareció sensacional. Un tal Venier lo vio en Alemania, le pareció bárbaro y las empezó a hacer acá. Me costó vender esa cuna, horrores ¡Y la crítica de mi padre! Eran cunas que se hacían extensibles, eran dos elásticos, uno por debajo del otro, eran dos cabezales, una de 65x97. Hoy te puedo decir que se han vendido muchísimas. Después se convertía en 65x170 y con el tiempo todo el mundo llevaba de esa cuna. Pero con esa primera que traje yo les explicaba que era mejor, que tenía un mueble y tenía cama para después, pero la gente no lo entendía. Me costó sudor y lágrimas venderla. Después no las quise traer más hasta que la gente empezó a consultar. Pero la primera cuna funcional costó y no la tenía nadie. Iban a otro lado y no estaba. Después las modernizamos, las ofrecíamos  en colores, en degradé en verde, azul, en amarillo y en naranja. Era algo súper novedoso el tema del color. Empezó a gustar pero nuevamente fue trabajoso venderlas al comienzo. No estaban en ningún lado, impuse la moda. El naranja finalmente fue furor en el 73, éramos los únicos que teníamos funcionales en naranja”, rememoró de sus comienzos.

“Nos ayudó mucho que en la cuadra estaba el colegio Rivadavia. El bowling Palos no estaba cuando empezamos, estaba el cine abandonado. Estaba la confitería Damonte y más allá un taller mecánico que fue la primera remisería de Castelar y estaba en el terreno donde después estuvo la calesita de Atilio. El colegio nos ayudaba porque venían los padres a buscar a los chicos y veían nuestra vidriera. O los chicos crecían y volvían al negocio que habían visto de chicos. Otra gente venía porque nos veían desde el tren. Nos pasa hoy en día que viene gente a comprar una cuna y nos cuentan que su padre compró su cuna acá y por eso ellos vienen”, detalló Willy.

Luzmari sigue abasteciendo a los nuevos hogares de Castelar con los muebles necesarios para los habitantes más chiquitos. Con 45 años de historia son varias las generaciones que fueron parte del progreso del local, así como Luzmari fue parte del porvenir de la ciudad: “He sido muy feliz, en Castelar. Mis hijos nacieron también, nacieron en Ituzaingó, en la Dávila. Así que fue una alegría muy grande que hayan nacido en la zona. Toda mi familia se desarrolló en Castelar, yo venía de la parte del centro de la Ciudad de Buenos Aires… después a los 30 años tuve mi residencia acá y me he sentido muy feliz en Castelar. Lo que más me gusta es que todavía nos conocemos, todavía hay ese diálogo que podés tener, tanto en la calle, como en el banco. Todos te saludan, cosa que en otros barrios, en otras zonas se pierde. En ese sentido, Castelar sigue teniendo ese espíritu de comunidad”, finalizó Guillermo Funcia.

Entrevista: Gabriel Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas

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