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Emprendedores
8 Jun 2016

Vecino construye un avión en el garaje de su casa

Con un legado familiar ligado a la ebanistería, Gabriel Sammarruco está construyendo un pequeño avión completamente en madera. "Cuando estás volando ves todo perfecto, el mundo está sano cuando estás arriba", dijo el vecino a Castelar Digital.
El sol de la tarde impacta sobre el portón del garaje y eleva unos pocos grados la temperatura del ambiente. Es un cambio mínimo pero suficiente para que se perciba más aún el perfume de la madera. Sobre la mesa hay planos en papel, herramientas, costillas y distintas partes del avión que esperan su turno para incorporarse a lo que será el fuselaje y las alas.

Con su mirada sobre lo que será su nave, Gabriel Sammarruco calcula el encastre y movimiento de un montante. Casi sin proponérselo está construyendo un avión en su garaje. Arquitecto de profesión y avionero de pasión, el vecino lleva adelante un proyecto que cuando lo concluya lo llevará muy alto.
Desde principios de 2013 su avión ocupa el papel protagónico de sus pensamientos. La posibilidad de volar una máquina construida con sus propias manos, multiplican la emoción que le dispara todo lo relacionado con la aviación: “Pasión por los aviones… son esas cosas que vienen con uno. Me acuerdo de chiquito mirar el cielo y que pasara por acá un Mirage. Que yo no sabía que eran Mirage. Iban de acá, desde Morón a Moreno. Sentía el ruido y miraba para arriba. Jugué con aviones toda la vida”, reveló Sammarruco.

Su pasión lo llevó a ingresar a la Fuerza Aérea Argentina en busca de sus alas de piloto. Tras no sentirse identificado con la vida militar volvió a su segunda pasión, la arquitectura, desplazando sus ganas de volar pero añorando el momento en que pudiera dedicarse a mirar el cielo. “Empecé a volar motor a la par de que estudiaba arquitectura. Pero por la facultad dejé de volar motor. Relegué eso de mi vida. Me fui a España y en el 2007 me invitaron a volar en planeador, en el club de planeadores de Ocaña. Quedé fascinado con el vuelo a vela. Después me volví y terminé el curso en el Club Albatros de San Andrés de Giles. Quedé enganchado en el tema planeador y es lo que hoy vuelo, soy piloto de planeador”, destacó el vecino. El vuelo de planeador, conocido como vuelo a vela, es aquel en donde la nave no tiene un sistema propulsor sino que debe guiarse por las distintas corrientes de viento aprovechando las ascendentes para elevarse.

Su familia está directamente ligada a la industria de la madera y a la historia de Castelar. “Somos una empresa familiar que la empezó mi abuelo en los 50 cuando vino de Italia. Él era ebanista. Después siguió mi papá y mi hermano. Yo me alejé por la arquitectura, después porque me fui a España. Cuando volvimos, mi papá y mi hermano me ofrecieron sumarme acá y seguir un poco con esa tradición. La madera es algo que llevo desde chico, algo incorporado en la vida de la familia, la madera nos representa”.

Esa identificación con la madera se cruzó casi por azar con la aviación y así nació el proyecto más emocionante de su vida: “Cuando vuelvo de España una de las primeras cosas que quería hacer era volar, por un lado, e ir a la Convención en vuelo de la EAA, por el otro”. La Experimental Aircraft Association es la organización internacional que engloba a los amantes de la aviación que construyen sus propias aeronaves o bien disfrutan de la aviación de manera deportiva. En la Argentina tiene sede en el Aeródromo Ildefonso Durana ubicado en General Rodríguez. Allí una vez al año se celebra la Convención en Vuelo en donde se reúnen cientos de aeronaves y miles de fanáticos de todo el país. La mayoría llega al lugar en sus propios aviones por lo que se trata de un fin de semana con mucha actividad aérea, acrobacias, lanzamientos de paracaidistas y vuelos de bautismo. “Fuimos con toda mi familia. Es un lugar muy lindo, se pasa una jornada muy agradable. Fuimos el sábado y con la entrada se hacía un sorteo el domingo. Como buen fanático volví a ir el domingo. Mi hermano me dio su ticket y resultó ganador del premio de 1000 pesos. Me lo traían a mi casa. Di la dirección de la casa de mi papá, siempre hay gente ahí. Vino el Vicepresidente de la EAA y cuando vio todo de madera, preguntó a qué nos dedicábamos. Le contamos y le surgió ¿Por qué no construyen un avión de madera?... sembró la semilla”.

El avión

Esa primera idea disparó un sueño. Recomendado por un amigo Comodoro de la Fuerza Aérea, el vecino se interesó por un avión en particular, el Corby CJ1 Starlet. Un avión de diseño australiano experimental y fabricado de manera hogareña siendo casi en su totalidad de madera. “Los diseños son de Corby de 1967, muy construido en todo el mundo. Es un avión experimental, se lo considera experimental cuando no sale de una línea de montaje, sino de una casa, de un constructor. Es un avión muy liviano, pesa 280 kilos con motor y todo. Es madera y tela, más los herrajes que son los metálicos y algunas partes de fibra de vidrio. Es monoplaza, de ala baja cantiléver, porque lleva larguero interno, tiene prestaciones acrobáticas, velocidad máxima de 280 km/h, autonomía de 600 kilómetros, con 200 de crucero. Es para nada peligroso, muy confiable en vuelo”, explicó Sammarruco.

 

Corby CJ1 Starlet similar al que está construyendo nuestro vecino Gabriel Sammarruco

 

En la Argentina había una única experiencia con un Starlet. “Se había construido uno solo, en La Pampa, mi amigo los conocía y ahí nos fuimos a buscar los planos. El constructor fue Carlos Alberto Lorenzo, un señor mayor que es toda una leyenda en La Pampa, era piloto de planeador, instructor y constructor de aviones de maderas. El Starlet lo compró para Carlos Bilbao, su amigo, el que terminó el avión. Fue una cena repleta de historias, anécdotas, de historias del club de La Pampa. Es el único escritor del único libro que existe sobre construcción en madera en la Argentina. Gente del interior que se emociona. El encuentro fue en abril del 2013 y nos vendió los planos en un precio simbólico. No es un kit, tenés que construirlo enteramente vos. Este va a ser el segundo Starlet de Argentina”.

Castelar tiene un pasado marcado por la aviación. Tanto por los inicios de la aeronáutica en el país, con una Misión Italiana que operó en la década del 20 desde un campo aéreo que estaba ubicado donde hoy está la Plaza de los Españoles, como también por la cercanía del Aeródromo Rivadavia, que luego sería la VII Brigada Aérea, para ser hoy la Base Aérea Militar Morón donde se encuentra el Museo Nacional de Aeronáutica. También los aviones han dejado su huella en la emoción de los vecinos, como ocurrió con la caída del Gloster Meteor en 1958 o con la alegría y el asombro en cada festival aéreo celebrado en la base. También hay historias de coincidencias que maravillan. “Un proyecto así uno siempre lo guarda con cierto celo, porque es de uno. Pero después te das cuenta que es bueno abrirse, te vas contactando con gente y te van ayudando, te recomiendan dónde comprar la madera, dónde comprar el acero para los herrajes. El decir lo que uno va a hacer suma consejos, beneficios, opiniones, gente que te va ayudando. Siempre hay alguno que te averigua, así fue como conseguí unas placas de madera terciada, que en su época se construían, ahora no se fabrican más. Así fue como terminé en Tandil comprándole las placas de terciada a la mujer del difunto Madsen quien fuera un pionero constructor y piloto de planeador en los inicios del club Albatros en Morón y luego piloto en aeroclub de planeadores de Tandil. Son placas maderas fabricadas en la década del 60, que tiene la anécdota curiosa de haber partido desde Castelar para ir a Tandil y ahora están en Castelar de vuelta”. La historia propia de estas placas de terciado que Sammarruco necesitaba para forrar el fuselaje hacen a parte de la historia de Castelar y su vínculo con la aviación por lo que merecerán una nota especial y dedicada a una sorprendente coincidencia.

“Al principio arrancás y es lo único en tu mundo, querés dejar de hacer  todo para dedicarte sólo construir el avión, pero después te vas encausando, te das cuenta que parece simple pero es muy complicado. El estudio de los planos es lo primero, son 20 planos, muchísima información y tenés que ir cruzando información de un plano a otro, datos, medidas, encuentros, detalles constructivos, además decidí pasarlo a AutoCAD, porque los planos adquiridos en La Pampa están hechos a mano. Lo curioso es que se terminó entrelazando todo, los aviones, la madera y la arquitectura. El AutoCAD también fue para conocerlo todo”, detalló el vecino y continuó, “Después empecé por las costillas. La madera hay que seleccionarla, encontrar quién vende esa madera, se vende pero no con la precisión que se necesita para el avión por lo que hay que seleccionarla. Es pino hemlock de Canadá o Finlandia. Después seguí por el fuselaje. Ahora estoy en la etapa de la terminación del fuselaje, el próximo paso es terminar los largueros del ala, que puede ser mono larguero o dos partes. Yo decidí que sean dos semi largueros. El proceso del larguero precisa que vos vayas haciendo cosas a la par, una cosa se va encadenando con la otra: para colocar los largueros necesitás las costillas. El fuselaje va cubierto con esta madera terciada, muy fina, muy resistente. El ala va revestida en terciada en el borde de ataque, porque junto con el larguero es la estructura del ala, el cajón D. La semi ala va revestida con terciada y entelada. Se crea un tubo, estas terciadas dobladas y pegadas al larguero, que es macizo crean la estructura del ala en sí. Las superficies de control son enteladas. El fuselaje se hace también como si fuera un tubo, es un monocasco, lleva el motor y la cobertura del motor que se hace de fibra de vidrio. En base al motor que elijas tenés que hacer la cáscara que cubra el motor. Es cabina cerrada. El avión es un diseño de altas performances. Tiene cinco metros y medio de envergadura, casi cinco metros de largo, una muy buena superficie alar, permite hacer looping, toneles, rizos… después hay que saber hacerlo”.

El sueño

Las tareas constructivas del avión le demandarán a Sammarruco, según sus propios cálculos, al menos dos años más. Luego al contar con la certificación y recibirse de piloto a motor lo podrá volar y ver ya en el aire su sueño materializado. Además, el destino del avión también tendrá un perfil solidario. Sammarruco desea que su proyecto sirva de muestra e inspiración a cualquier otro que encare una empresa semejante. “Vas hablando con tu pareja, con gente y todos se motivan mucho. Cuando alguien me cuenta que logró algo, un objetivo, un éxito con algo que se proponía, me motiva. Yo siempre digo que estoy cansado de ver la televisión porque te transmite cosas negativas y tengo sed de ver cosas positivas que me sigan impulsando en mi día a día. No me sirve que me cuenten algo negativo, uno no se quiere alejar de la realidad, pero sí buscar la realidad que te motive. La vida de por sí te presenta muchos retos que a veces son difíciles, uno necesita mucha motivación y encontrarle la vuelta. Ver que otras personas pueden, te hacen sentir que vos también podés. El camino es dificultoso. Si yo solamente tuviera que hacer el avión me sería fácil, pero uno tiene su familia, su trabajo, su vida. Y a veces los proyectos se quedan en eso. En esta pasión de los aviones encontrás mucha gente que relegó su pasión y cuando se dan cuenta les parece ya un imposible, a mi casi me pasa.  Yo trato de alentar a esa gente. Si puedo ayudar te ayudo, si te puedo dar un dato, algo que te sirva lo doy.  Mi lema es ´que me ayuden los que quieran y ayudar a todos los que pueda´.  Crear sinergia, trasmitir y que te trasmitan, pero cosas positivas. Las negativas son de todos los días, pero para los proyectos son necesarias los positivas”.

El avión de Gabriel Sammarruco avanza día a día en el garaje de la casa materna, en el norte de la ciudad. Cada fin de semana, o en horas destinadas después del trabajo diario, de a poco va dándole forma a su Starlet. La pasión por volar en planeador mutó a la pasión de construir su propio avión. El único límite es el tiempo personal, pero la pasión convence y contribuye diariamente. “Esta pasión es casi inexplicable. Al único que veo que se equipara con la pasión que yo puedo tener, es al futbolero. Que no sé de dónde saca una pasión semejante por ese deporte, el color, la camiseta. A mí me pasa con la aviación. Es algo que se lleva adentro. No sabría exactamente cómo explicarlo, pero cuando mi hija me dijo que quería ser piloto, cuando hizo su primer vuelo sola, pensé que me iba a morir de miedo y no, me llené de orgullo. Puedo escuchar un ruidito de un avión, lejos, y ya estoy mirando el cielo… al volar se siente libertad. Y en planeador es un vuelo particular, tenés que estar todo el tiempo alerta. Te demanda mucha atención, porque estás volando según el clima, atento a los vientos, a muchas circunstancias. Volar tiene riesgos y vos no podés pasar ciertos límites. Fuera de la parte técnica, es espectacular. Mi sueño era volar cerca de las nubes, para mí las nubes también es algo que encierran algo… las miro todo el tiempo. Además cuando estás volando ves todo perfecto, ves todo perfección. Pasás por una ciudad y no ves lo feo de la ciudad ni la gente corriendo. Perdés la noción del tiempo. El mundo está sano cuando estás arriba”, finalizó Gabriel Sammarruco.

Falta aún mucho tiempo de trabajo, la elección del motor, el ensamblado de todos los componentes que forman al avión y sus sistemas, pero el vecino arquitecto devenido en constructor de aviones sabe que su sueño estará en el aire.

Entrevista: Leandro Fernandez Vivas y Gabriel Colonna
Fotos: Gabriel Colonna y Hernan Succatti

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