"AUTONAJEDOR" por Belén Giamberardini
Dicho esto, los invito a leer:
Mi nombre es Manuel Fernández y, a mis 36 años de edad, puedo decir con total seguridad que, gracias a mi primer novela, titulada El Engaño, he conseguido obtener bastante éxito como escritor. Mi obra fue publicada por una de las editoriales más importantes del país y, gracias a mi editor, he recorrido varios países haciendo presentaciones de mi primer libro y de los posteriores. Es por eso que mi sorpresa fue grande cuando Manuel Fernández, el protagonista de El Engaño, me citó en la confitería “Las Violetas” para que pudiéramos hablar con mucha seriedad.
No. No me sorprendió que Manuel Fernández, el personaje, citara a Manuel Fernández, el autor. Lo que me sorprendió fue que tuviera quejas acerca de la historia que protagonizaba; es decir, ¿cómo puede el protagonista de una novela quejarse sobre la historia que protagoniza cuando él y el autor son exactamente la misma persona? Porque en algunas ocasiones el autor es uno y el personaje es otro, pero cuando el autor y el personaje son el mismo…
—Qué gusto verlo, señor Fernández —dije, con fingida amabilidad, intentando disimular mi disgusto por verme contradicho por mi propio personaje (que era yo mismo).
—El placer es mío, señor Fernández —dijo Manuel Fernández. Supuse que el hombre también estaba intentando disimular su disgusto, pues lo conocía como a la palma de mi propia mano.
—¿Qué desea discutir con tanta urgencia? —inquirí.
—Verá —dijo, solemnemente—. No me gusta que su historia, El Engaño, de la que me ha hecho protagonista, gire en torno a un engaño.
Le devolví una mirada de confusión. —¿Sobre qué debería girar El Engaño si no es en torno a un engaño?
—Disculpe —dijo, rápidamente—. A lo que me refiero es que no me gusta que en El Engaño sea yo quien engañe. Lo que quiero decir es que, sabiendo usted qué clase de persona soy, me haga engañar de esa forma tan brutal —concluyó.
—Bueno… es solo una novela, señor Fernández. No es necesario que se lo tome como algo personal —dije.
—¿Cómo quiere que no me lo tome como algo personal si usted me está haciendo parecer una mala persona?
—Le repito: es solo una historia. No significa que usted sea una mala persona en la vida real.
—Eso depende de cuál sea la vida real —repuso—. Usted puede creer que la vida real es la que vive diariamente; sin embargo, para mí la vida real es la que vivo en El Engaño, ya que la novela es producto directo de su inconsciente y, por eso, real.
Querido lector, en este punto hago un paréntesis para decir que da la impresión de que, de alguna manera, el señor Fernández intenta excusarse, a través de este absurdo diálogo, ante la audiencia. Y es posible que así sea, pues cuando uno se convierte en el AUTONAJEDOR de una historia, puede ser muy posible que el lector piense que el autor intenta mostrarse en la novela que protagoniza como el embustero que en verdad es. O tal vez no es el caso y el personaje está equivocado al creer que el autor trata de hacerlo (o hacerse) ver como una mala persona. Ahora, dejen que prosiga:
—Si de realidad debemos hablar —declaré —, usted es menos real que yo.
Su mirada se contrajo, llena de rabia. —¿A qué se refiere?
—Yo aparezco en la vida real, en 3D, como dicen ahora. Pero usted solo puede aparecer en el papel y llegar a la gente a través de él. Y, dado que yo soy el autor y al mismo tiempo el narrador, puedo darle a usted las características que se me antojen. Y esas características no necesitan ajustarse a la “realidad”.
Me miró, perplejo. —¿Intenta decir que no le importa hacerse ver a sí mismo como una mala persona?
—Para el caso da lo mismo —expliqué—. Podría haber decidido darme el poder de volar en mi novela, en lugar de hacerme ver como un mentiroso. Volar por los aires no me hace quedar mal frente al público, pero la verdad es que tampoco se ajusta a la realidad. Las mentiras que usted (o yo) dice en la novela tampoco se ajustan a la realidad.
—A mí no me convence. Oí decir por ahí que lo escrito, escrito queda. Y para mí esa es la verdad. Usted es un mentiroso al igual que yo.
De pronto, sentí que la furia me invadía. No podía verme a mí mismo, frente a mí, desafiándome de esa manera. Era intolerable, tenía que hacer desaparecer a ese hombre cuanto antes. ¿Desde cuándo el personaje contradecía al autor?
Manuel Fernández me miró, sabía cuáles eran mis intenciones, pero antes de que pudiera hacer algo en su defensa, lo tomé por la remera y lo partí al medio, y al medio, y otra vez a la mitad, hasta que Manuel Fernández no fue más que un montón de papelitos sobre la mesa.
Aún furioso, me fui de la confitería a toda velocidad, ante la atónita mirada de los meceros.
Querido lector, como conclusión final, ¿me hace ver esto como un asesino?
Belén Giamberardini es integrante del Taller literario de Marianela.