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Anécdotas
17 May 2012

Moretti, "El Loco" por Dante Pena

A veces no entiendo qué quieren los chicos de hoy. Pareciera que algunos están estáticos, detenidos, mirando a nosequé, a la espera de algún acontecimiento sobrenatural que cambie sus vidas. Veo aburrimiento. Oigo barbaridades. Huelo desilusión.
Cometo el error, (como muchos), de caer en tópicos cada vez que hablo de este tema. Y me causa gracia, cada vez que me escucho a mi mismo, decir las mismas pelotudeces que me decían mis abuelas. ¡¡¡ Juventud perdida ¡!!.... ¡¡¡ ya no saben qué inventar ¡!!.... ¡¡¡ estos chicos nacieron en una cuna de oro ¡!!!.... En especial, digo estas cosas, cada vez que me entregan un teléfono nuevo, y no tengo ni la mas remota idea de cómo se maneja el menú del bendito aparato…. Pero los chicos, sí lo saben…. El mundo cambió, y yo me hice viejo.

Las personas de mi generación pueden decir que “disfrutaron” de la educación recibida por la que pudo haber sido la “Última generación de la cultura del trabajo”. Nuestros padres, abuelos, maestros, y profesores, en su gran mayoría, entendían el mundo a través del esfuerzo y del sacrificio personal y colectivo. Se desesperaban con nuestra ropa, con nuestros pelos, con nuestros planteamientos; pero se ilusionaban al ver sus experiencias reflejadas en nuestras soluciones. Siempre estaban ahí, mirándonos con una lupa.

No soy partidario del uso de métodos represivos, pero debo confesar, que la alpargata de mi abuelo Alfonso, era muy convincente. Era la “Alpargata política”, que marcaba los límites entre lo que estaba bien y lo que estaba mal. En mi casa de Castelar, de vez en cuando, había sesiones de maratón por el patio de baldosas rojas. En especial cada vez que tenía que salir corriendo, con mi vieja o alguien de mi familia trotando detrás, para patearme el culo después de haberme mandado alguna cagada. La carrera casi siempre terminaba en la mesa del galponcito del fondo, corriendo en círculos, hasta que mi juventud física prevalecía sobre el aguante de mi perseguidor, que desistía de seguir persiguiéndome con algo en la mano, para tirármelo por la cabeza. Por esta causa, estoy planteándome demandar por plagio a Matt Groenig, en las persecuciones de Homero Simpson a Bart…. Porque son iguales a las que había en mi casa.

Lo que nunca pude solucionar, es el tema de la memoria…. Ya que después de algunas horas, cuando yo ya me había olvidado de la cagada, me caía el zapatillazo en la nuca…. ¿Cómo hacían los mayores para acordarse de todo?

Luego descubrí una palabrita: “Experiencia”…. Y la asocié a la edad. Ser viejo significaba tener experiencia. Y la experiencia se podía transmitir… En mi familia se transmitía de forma gratuita…. Era eso, o la alpargata.

Soy un rompebolas. Me transformé en un cuarentón rompebolas. Me indigna la truchada. Pero como antes dije, el mundo cambió. Y no sólo en el aspecto tecnológico, sino en el aspecto social. Ahora el “Trucho” que elude a la justicia es un héroe y sale bailando medio en bolas en el programa de Tinelli. Eso es lo que ven los chicos que esperan aburridos, a que caiga un extraterrestre del espacio, para contestar las preguntas que nosotros no respondemos. ¿Podemos culparlos por eso?

En otras anécdotas he mencionado los establecimientos donde he estudiado. Recuerdo con cariño a algunos maestros y profesores, (a otros, no), porque reconozco su esfuerzo al intentar que yo no resultara un inútil o un parásito. Recuerdo a mis maestras de la primaria, a algunos profesores del secundario, y a un ayudante de cátedra de la U.B.A., que vino a verme a mi casa, para recomendarme que terminara la carrera, antes de probar suerte en España. Era de la Cátedra del arquitecto Leiro. Aún oigo sus palabras: “Dante, vos tenés el Don. Lo que pasa es que sos un vago de mierda”.

Largas horas y largas noches, me pasaba sentado en mi mesa de dibujo, haciendo las láminas del colegio industrial, el Jorge Newbery de Haedo. Hablando mal y pronto, para entrar en “El Newbery”, había que romperse bien el culo. Un examen de ingreso bastante duro, separaba la paja del trigo, y eliminaba al 75% de los postulantes. A veces, a más. A mi me preparó en su casa, la Señorita Font, una de mis maestras de la primaria. En el garaje de su casa, en Castelar, resolvía todos los ejercicios sin problema alguno. Curiosamente, ese día de Diciembre de 1978, cuando me examiné para entrar en “El Newbery”, estaba muy inseguro. Sin embargo, entré en el turno de mañana, con una nota de 82,50 sobre 100, que hoy día parecería alta, pero que por aquéllos años, para un establecimiento de esa categoría, era bastante mediocre.

Fue la primera vez que sentí esa extraña sensación. Mis notas de la primaria, las contaba por “dieces”…. Tenía diez en todo. Nunca supe por qué, porque la verdad es que estudiaba bastante poco. Pero por alguna razón, lo que me decían mis profesores, se me quedaba grabado a la primera. Supongo que a eso se refería el ayudante de cátedra, cuando me adjudicaba un “Don”, que por esos años, yo no sabía que tenía. Por eso, este nuevo sabor de la inseguridad en el estudio, era un poco amargo.

A lo largo de los años que pasaron desde esa fecha hasta hoy, he sentido ese sabor en la boca muchas veces. Cada vez que tomaba decisiones, cada vez que empezaba algo nuevo, cada vez que sentía que no podría llevar a cabo alguna tarea, en los innumerables trabajos que he tenido en mi vida. ¿Por qué lo sentí en ese momento? Porque no estaba seguro de la tarea de mis educadores. Ahora que soy mayor, sé que hicieron bien su trabajo. Ahora la sensación de inseguridad es totalmente mía. Es mi culpa, o mi esfuerzo para no sentirla.

Volviendo al tema de las láminas: en las noches que pasé en el comedor de mi casa haciendo eternas láminas de dibujo técnico, también sentía esa sensación de inseguridad. En este caso, estaba justificada. Mi profesor de dibujo en el Newbery, era el profesor Mario Moretti, alias “El Loco”.

Moretti era implacable. Moretti te perseguía hasta que pedías clemencia. Moretti descubría todas las mentiras y excusas que uno ponía, cada vez que alguna lámina no estaba terminada….. Y principalmente, Moretti te garabateaba tooooda la lámina con bolígrafo, diciéndote lo que estaba mal. Moretti no admitía “correcciones”, no le gustaban los “Parches”, con Moretti la lámina “no servía”, y tenías que hacerla otra vez…. Moretti era mi pesadilla.

¿De dónde salía su apodo? Nadie supo explicarlo. Sin embargo creo que era por su marcado histrionismo, y su voz fuerte y algo afónica por el cigarrillo. Moretti explicaba todo con vehemencia. Cada clase era como el descubrimiento de América. El profesor disfrutaba de cada segundo que estaba con nosotros, y nunca se cansaba de mencionarnos sus experiencias en la fábrica “Winco”, donde hacía los planos de los tocadiscos y radios. Claro que, por ese entonces, el odio hacia Moretti era unánime. Lo veíamos como un torturador psicológico. Siempre quería mas, y mas, y mas….

Moretti era rubio y de ojos celestes penetrantes… Cuando te miraba, te atravesaba como con un rayo Láser. Con su cigarrillo entre los dedos de la mano izquierda, y su lapicera asesina en la derecha, dictaba sentencia. Impasible ante el llanto desgarrador de quienes habíamos pasado horas y horas, con nuestros lápices de madera, reglas y escuadras, rompiéndonos el coco para satisfacer sus deseos. Éramos las víctimas del Darth Vader de la Zona Oeste, sólo que no teníamos a un Luck Skywalker, a quien recurrir.

Tuve a Moretti en primero y en tercer año del industrial. En segundo, tuvimos al profesor Carletti, al que llamábamos “Manón”. No por las galletitas, sino porque tenía unas manos enormes, que te despeinaban cada vez que movía el aire al hacer algún gesto.

En tercero lo pasé peor: Moretti ya me conocía de primero. Y como en primero me tenía de “punto”, en tercero me hizo pelota. Cierto día, no aguanté mas, y me atreví a preguntarle: “¿Usted no se da cuenta de lo que me llevó hacer este trabajo, cuando lo está garabateando?”…… Se bajó las gafas de “ver de cerca”, me miró con los ojos de rayos Láser, y me dijo: “Pena, cuando toque el recreo, quiero hablar con usted. No salga”. El resto de la clase, me la pasé rezando a una virgen imaginaria, ya que en casa no éramos muy religiosos, y además todas las vírgenes de las estampitas del quiosco de la estación, eran muy parecidas.

La clase de Moretti era la última de la mañana. Por la tarde, teníamos taller. Al mediodía, comíamos en el comedor del primer piso. Pasando con la bandeja por el mostrador, como en las películas americanas. Por lo tanto, no era recreo. Moretti podía decirme todo lo que se le ocurriera, hasta la hora de entrada al taller. Salieron todos. Me quedé sentadito con mi Blazer azul, mi corbatita, y mi camisa celeste. En el bolsillo del Blazer, el escudo metálico del “Jorge Newbery”. El escudo era cuestión de orgullo. Cuando estabas en la calle, la gente te miraba con respeto, y decía: “Es un chico del Newbery”.

El profesor Moretti se puso a leer el diario. Moretti era de San Lorenzo, como mi abuelo Alfonso. No me dio bola durante algunos minutos. De repente me dijo: “Recoja sus cosas y sígame”. Caminé detrás de él, hasta llegar al mostrador de la cafetería. Moretti pidió un café, y a mí se me había ido el hambre… Siempre dándome la espalda, el profesor me dijo: “No va a pedir nada?” Le respondí que no, con la cabeza. Así que Moretti pidió un alfajor “Fantoche” de tres pisos, y me lo metió en el bolsillo.

Se sentó en una mesa, apartada del resto de los alumnos que estaban comiendo, y alguno de mis compañeros, ya cambiados para ir al taller, me hacían morisquetas burlándose al verme sentado frente al profesor, esperando la sentencia.

-“¿Usted quería decirme algo, Pena?” – dijo con el tono de voz del papá de la serie Bonanza”.

-“Se lo pregunto, porque es el único que me lo ha planteado. Así que supongo que usted no está de acuerdo con lo que yo hago con sus láminas. ¿Es así?”

No le contesté un carajo, claro está. Estaba aterrado. En “El Newbery”, cualquier sanción, era motivo de expulsión. Nadie quería tener a un profesor en contra.

De repente, Moretti sonrió. Se terminó el café, y me dio un suave cachetazo en la mejilla.

Cambió el tono de su voz, y me dijo: “Gordo, ¿Vos sabés cómo se hacen los planos en una fábrica?”. Dije que “No”, con la cabeza. “¿Sabés la cantidad de burocracia e incompetentes que hay que superar, para imponer tus ideas o tus diseños?”. Otra vez dije que “No”…. (Qué carajo iba a saber yo, si tenía 15 años.)

-“Para superar esos obstáculos, hay que hacer dos cosas: saber expresarse, y convencer a la persona que tenés adelante”. “En la materia que yo te doy, nos expresamos mediante el dibujo. Si mostrás algo mediocre, sólo llamarás la atención de gente mediocre”.

En ese momento pensé que realmente estaba loco. Moretti había mutado en un ser amable, que se expresaba como un padre. ¿Cómo se podía ser así, si una hora antes, me estaba tirando el borrador por la cabeza?

Me animé a preguntarle: “¿Y usted como sabe que yo puedo hacerlo mejor?”

Otra vez sonrió: - “Porque de vez en cuando veo las caricaturas que vos le pasás a tus compañeros, o las boludeces que dibujás en los pizarrones antes de entrar a clase” –“Si podés dibujar lo que te gusta, también podés dibujar mejor las cosas que yo te enseño. ¿Pensaste para qué sirven las proyecciones ortogonales, o las vistas de las piezas de las láminas, o la calidad de tu caligrafía?”…. “Sirven para poder desarrollar una “visión tridimensional” en tu cabeza antes de mostrarlo en un plano. Para estar un paso adelante del que tenés enfrente, para imaginar cosas que aun no existen. Para crear cosas nuevas”.

Sacó un papelito de su carpeta, y se puso a hacer garabatos sin sentido. En un instante, los garabatos empezaron a bailar, y uniendo simples líneas, había dibujado un Torino en tres dimensiones. “¿Entendés gordo?”- “Podés elegir entre ser un encantador de serpientes, o un buen profesional”. Acto seguido, guardó el papel, y se puso de pie.

-“Me debés un alfajor. Me vas a invitar un café, cuando pases de los 40, y me cuentes como te fue en la vida”.

Me comí el alfajor. Fui a las clases de taller. Y no pensé mas en el tema.

En las clases que siguieron a esta conversación, Moretti nunca volvió a borronearme las láminas con bolígrafo. Me señalaba con el dedo, lo que el pensaba que estaba mal, y me decía: “Vos ya sabés lo que tenés que hacer”. Algún tiempo después, decenas de láminas mediante, una mañana me levanté y empecé a ver las cosas como si pudiera ver a través de ellas. Por su forma exterior, podía imaginar su estructura interior. Y lo que no veía, podía imaginarlo. Me sentía como “Terminator”, cuando ve el mundo a través del ojo robótico, con una cuadrícula superpuesta.

Años después, en la Facultad de Arquitectura, En el primer trabajo práctico de la materia “Diseño Industrial”, presenté un plano detallado de un Walkman, con una perspectiva en despiece del total del aparato electrónico, con todos sus componentes. Mientras el resto de la clase se había matado para llegar a presentar el plano de un tornillo o una tuerca.

Al verlo, el profesor, que era ingeniero. Me dijo que quería hablar conmigo después de clase, en el bar de la universidad. Me propuso trabajar con él en la Oficina Técnica de Industrias Plásticas Saladillo, en el grupo que estaba encargado del diseño de válvulas para tuberías domésticas. Allí aprendí mucho, entre bancos de prueba, prototipos, y laboratorio de materiales. Fue un muy buen trabajo, sólo perjudicado por la hiperinflación de Alfonsín, en 1989, cuando la fábrica cesó a parte del personal, y puso la producción al mínimo. Tal vez esa crisis era culpa de esos “Burócratas incompetentes”, que hacía mención el profesor Moretti. Fue la primera vez que sentí que estábamos en manos de mediocres peligrosos.

Hoy día, a veces, cuando me lo piden, tengo la suerte de trabajar en cosas creativas. Diseño publicidades. Estoy muy bien preparado. El profesor Moretti se aseguró de que así fuera. Mis garabatos, en la mayoría de los casos, terminan convenciendo al cliente, que se va contento. (Y yo, con un cheque entre mis manos). Cada vez que compro algo, tiene un pedacito del Profesor Moretti. Porque es uno de los que me enseñaron a ganarme la vida. ¿Por qué es tan difícil explicarlo a los chicos de ahora? Porque el mundo ha cambiado. Tenemos que “diseñar” nuevos métodos de aprendizaje, para que los que vienen detrás de nosotros tengan las mismas oportunidades y recursos. Somos dueños de decidir si queremos estar en manos de “Encantadores de serpientes”, o “buenos profesionales”…. Por ahora, vamos perdiendo.

El Profesor Moretti, murió hace un par de años. Tengo 45 años, canas por todos lados, y problemas, como todo el mundo. Tuve el privilegio de contar con buenos maestros y profesores. Creo que soy una buena persona. Pero ya no puedo invitar a mi Profesor a ese café. Al menos, soy un cuarentón rompepelotas. Por eso algunos me llaman “Loco”. Se lo debo a quienes se preocuparon por mi educación.

Gracias profesor Moretti… Gracias “Loco”.


Dante.

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