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Anécdotas
20 Dic 2007

"Nochebuena en la pileta, año nuevo color de nieve" por Dante Pena

Hace no pocos años, la navidad en mi barrio, era una fecha en la que el fervor religioso quedaba de lado comparado con la posibilidad de recibir los mejores regalos del año, y de poder ver a los mayores comportarse como chicos.
Días antes de la cena de Nochebuena, los menores de las familias estaban en permanente estado de excitación. Mis padres y abuelos hacían preguntas a veces sin sentido, a modo de sondeo; para saber que poner (dentro de lo posible), debajo del arbolito de Navidad. El tema de los regalos era solo interrumpido por la opinión de mi viejo, acerca de la conveniencia de comprar el lechón en tal o cual carnicería. Y de si el pan dulce del almacén de Comesaña, era mas esponjoso que el que vendían en la verdulería de Jorge, en la avenida Arias.

Kilos y mas kilos de comida, a veces siguiendo antiguas tradiciones de otros paises; sin reparar en que las fiestas en Castelar, en Argentina, nada tenían que ver con las de otros continentes mas al norte. Donde por estas fechas se consumían calorías por toneladas, para soportar el frío del invierno europeo. Lo que hacía que una y otra vez se pusieran dispositivos de emergencia en los hospitales de nuestro país, para atender a los miles de trasnochados retorcijones de estómago; calderas humanas, empachos de turrón y sidra, y subidones de presión arterial, en una calurosa noche de verano austral.

Otro tema era el de los fuegos artificiales: Juntábamos nuestros pequeños arsenales de triangulitos, petardos grandes y chicos, romperportones y bengalitas, aderezados con cañitas voladoras que a veces solo subían un par de metros antes de hacer PIF!!!, para desconsuelo de quienes en esas fechas nos sentíamos una suerte de pirotécnicos expertos, tirando fosforitos-explosivos en los pies de las chicas del barrio.

Los ibamos comprando con lo que nos caia en las manos. Un vuelto olvidado, unas monedas encima de la heladera, un mangazo al abuelo, y a veces manoteando de las mesas de madera sobre caballetes de los clandestinos puestos de pirotecnia que se multiplicaban en las esquinas de kioscos, cerca de la estación. Todo olía a pólvora, y los colores eran los de las empaquetaduras de los cohetes, y estrellitas.

En los patios de las casas se acomodaban desparejas mesas y sillas, para recibir a los familiares que vivían lejos, o en la capital. En Castelar acogíamos a aquéllos que no tenían la suerte de tener un poco de verde en su casa. Un arbolito, un poco de sombra y pasto. Platos de colores, cubiertos de varios juegos mezclados, banquitos prestados de algún vecino. Y para completar el circo navideño, algo de música de esa que no falta en estas fechas. Discos que ni locos escucharíamos el resto del año, con música berreta y pachanguera, mareándose a 33 revoluciones por minuto en algún destartalado Wincofón pegado con cinta adhesiva.

El tema de Papá Noel era algo complicado. Nadie sabía que carajo hacía ese tipo gordo vestido con un abrigo invernal rojo, mientras nos tirábamos agua en la Pelopincho de algún amigo. Quién inventó a Papá Noel?. ¿El fabricante de Nescafé?, Tal vez alguna multinacional de bebidas gaseosas?. La verdad nos importaba poco, ya que éramos hinchas de los Reyes Magos. Nos gustaba mas dejar los zapatitos con pasto y agua para los camellos, era mas cristiano y latino. Pensábamos que era conveniente que el tipo del traje rojo dejara los regalos pronto, y se fuera a colar por la chimenea de algún hogar yankee, donde era mas apreciado que en Castelar.

Los negocios estaban engalanados con nieve artificial, pelotitas de telgopor, y guirnaldas de desconocidos abetos escandinavos, mientras la mayoría de los padres recortaban el presupuesto de las fiestas, para que alcanzara a pagar las vacaciones en la costa bonaerense, días después de la bacanal de fin de año.

Pedaleando en mi Aurorita verde rodado 20, tempranito a la mañana acudía a nuestro punto de reunión del barrio, para compartir con mis amigos en la pileta del club Mariano Moreno las últimas jornadas del mes de diciembre, chapoteando proyectos vacacionales y especulando con el color de las zapatillas "Flecha" con punta de goma tipo "engranaje", que seguramente me regalaría mi abuela Dora. ¿Este año serían azules o blancas?. Porque en ese entonces las zapatillas o eran AZULES o BLANCAS. Nada mas. Recuerdo que una navidad mi abuela cambió, y me regaló unas patas de rana y un visor para la pileta, marca PLAF. Y en ese momento fui el pibe mas feliz del mundo.

Alguien dijo que las fiestas son para los chicos. Y tenía razón. Poco a poco fui perdiendo ese cosquilleo en el estómago a medida que se acercaba la hora de brindar. Lentamente la magia de la última semana de Diciembre se diluyó en cuentas de teléfono y bancos. En problemas laborales y personales. Y en pensamientos de adulto, tan carentes de sentido.

Un día comprendí que en estas fechas, los grandes deseamos volver a ser chicos. Volver a vivir las cosas del barrio, y por eso nos comportamos de manera infantil, intentando recuperar ese sexto sentido navideño patrimonio de una edad y una época que nunca mas volverá.

En los eternos primeros años que pasé solo en España antes de la llegada de mi hermano y su familia, las fiestas solo eran unos días inoportunos y pegajosos. Deseaba que pasaran rápido, para que la evidencia de mi estado de ánimo no influyera del todo en mi vida laboral, ya que la social dejaba bastante que desear. Realmente no recuerdo ninguna de esas navidades, brindando con nadie en algún bar vacío, de alguna ruta que ni se ya donde quedaba. Lo mas lejos posible del bullicio de la ciudad. Lo mas lejos posible de los recuerdos de Castelar y sus cielos surcados por cañitas voladoras de medianoche. Miento, la última navidad de esa época si la recuerdo. La pasé sentado adentro de un precioso Alfa Romeo, viendo una película en mi laptop. Mientras afuera nevaba copiosamente. Rodeado de cosas materiales que no me llenaban en absoluto. Creo que en ese momento sentí lo felices que eramos en los fines de año en Castelar. Tan poco teníamos, pero teníamos tanto….

Esta será la quinta Navidad en la que vuelvo a ser "El tio Dante". Mi hermano Gonzalo nos reagalará con otro hijo mas, que se llamará Juan Manuel.. Junto a mi sobrina Julieta, que ahora cumple tres años, son los dos mejores regalos de navidad que he recibido desde que era niño. Y este año en la mesa seremos casi 20 personas. La mayoría argentinos emigrados, con recuerdos como los míos, de barrios con casas de techos de teja, árboles y patios verdes. Solo que ahora me toca cumplir el papel del otro extremo de la mesa de Navidad. Mi pasaje de la vía en la memoria.. Nochebuena de Castelar en la pileta, Año nuevo de Madrid, color de nieve.

Desde Muy lejos, y decidiendo entre una Barbie o una casita de muñecas, los saluda:

Dante.

Felices Fiestas.

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